Vistiendo el deseo del otro
Mi Cayito
Por Juan Antonio Madrazo Luna / La Habana, Cuba / www.cubanet.org La Habana es una de las ciudades de América Latina en la cual la intimidad pública no solamente es fingida: también se celebra. Es la ciudad que se presta para juegos que algunos les alteran los sentidos. Ciudad de narcisos que como destino turístico, continúa siendo presentada a través de diversos catálogos de agencias de viajes internacionales, como una de más abierta a la imaginación y al mercado sexual barato.
Mi Cayito es un segmento de playa, ubicado al este de la Habana entre las playas del Mégano y Guanabo. Forma parte de ese inventario secreto de la Habana en el cual el juego de miradas, los códigos lingüísticos y estéticos, así como las redes de amigos, juegan un papel fundamental.
Al igual que la Isla el Golfo (23 y Malecón) es un espacio de socialización dentro del ambiente homoerótico habanero en que algunas personas buscan parejas, suavizan las tensiones cotidianas o liberan los deseos reprimidos. Además de ser un mercado erótico o micromercado de comunicación sexual, es uno de los pocos lugares de la ciudad donde la masculinidad negociada ha encontrado su propio santuario, pues es un coto de caza para quienes ejercen la prostitución masculina, llamada aquí pinguerismo.
A partir de la crisis de los 90, el pinguerismo, considerado un deporte peligroso y de alto rendimiento por quienes lo practican, se incorporó a la economía informal del placer que hoy suele tener en la Isla más oferta y demanda que la propia prostitución femenina.
La imagen del hombre negro se ha convertido en una pieza clave en Mi Cayito, que muchos extranjeros traducen como un bazar de La Negritud. Y es que muchos negros cubanos han descubrieto que su pene, como capital erótico, no solo es objeto del deseo de las mujeres alemanas, noruegas, italianas o españolas, que van en su conquista en ese atrevido juego de relaciones de poder. También ellos son buscados por japoneses, rusos, serbios y canadienses.
Y es que, tras la crisis económica que comienza en los 90, negros y mestizos continuaron bordeando el peligroso abismo de la fragmentación social. En la Cuba actual la pobreza está racializada y una mayoría de los jóvenes descapitalizados son negros y mestizos, lo que les resulta difícil para comodarse a las nuevas formas de movilidad social y económica.
Penélope es el nombre de guerra con que se identifica un joven negro, travestido, de 29 años de edad, que vive en Alturas de Almendares.
“ De nada me valió estudiar y hacerme de una carrera como ingeniero industrial. Gracias a Pierre, un francés de 65 años, jubilado y con muy buena posición económica, saqué a mi familia del maldito solar. Yo descubrí que ser negro o mulato es un privilegio en este oficio y, si la tienes grande, ayuda muchísimo. A los rubitos y a los samuráis (japoneses) que te encuentras en este pedazo de playa les encanta buscar hombres con actitud masculina, machos, que no tengan ni una sombra de plumas; activos y discretos. Los Yumas (extranjeros) nos buscan por nuestro color. Soy un cacique”.
Seducir con una mirada o agarrarse de las nalgas son algunas de las armas que permiten el coqueteo interracial donde los turistas pueden encontrar hombres de cualquier condición: deportistas, bailarines, reclutas, obreros, boxeadores, solteros, casados, travestidos e incluso enfermos del SIDA.
Lorenzo, joven, mulato, santiaguero, que vive en una de la zonas más inhabitables de la ciudad, la barriada de Los Pocitos, en Marianao, dice:
“Este oficio es una lotería, lotería del deseo en la cual se te va la vida, pero gracias a la mala vida del pinguerismo. Aunque vivo en un solar, puedo disfrutar mi televisor de 42 pulgadas y comprarle comida y medicina a mi madre con cáncer. Mi madre fue una mujer que trabajó toda su vida para criarnos a 9 de nosotros, y por nada permitiría verla en la calle recogiendo latas o mendigando para comer. Basta con el sufrimiento de que casi todos mis hermanos están presos”.
Y añade:
“A veces siento pena por mí mismo, pues muchos clientes piden cosas que no me gustaría hacer…Me humillan, desde decirme negro de mierda, mandingo, hasta invertirme mi papel de activo a pasivo, y es que muchos vienen con la fantasía de penetrar a un semental negro…Ahora me toca sacrificarme…”.
En el imaginario, Cuba no ha dejado de ser fábrica de deseos del resto del mundo. Desde el inicio de la conquista, la isla como laboratorio del mestizaje, no ha dejado de exportar tal ilusión. Gracias a la profunda desigualdad social provocada por la inestable economía socialista, la pobreza permite a muchos cubanos vestirse del deseo del otro bajo una libertad enmascarada. Mientras tanto, el pinguerismo es interpretado por muchos jóvenes, blancos y negros, como su nueva trinchera de resistencia, de supervivencia.
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