Jesús acaba de iniciar la predicación del reino de Dios. Nada de grandes sermones. Ni siquiera insiste, como Juan Bautista, en llamadas a la penitencia y compunción de los pecados. Jesús sigue un método distinto: cura enfermos de sus dolencias físicas o psíquicas (el endemoniado de la sinagoga, la suegra de Pedro, muchos afectados de diversas enfermedades…). El evangelio de hoy nos presenta, como colofón, la curación de un leproso marginado.
Se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:
“Si quieres, puedes limpiarme”.
Como en una escala ascendente, Marcos parece buscar, en las curaciones de Jesús, el ‘más difícil todavía’. La enfermedad, en el AT, se consideraba consecuencia del pecado. (Lev.26,14ss; etc). Todavía en el NT, Cristo dice al enfermo curado junto a la piscina de Betesda: «Mira, has recobrado la salud; no peques más para que no te suceda algo peor» (Jn.5,14). Este pretendido castigo divino de la enfermedad era motivo de marginación social.
Y en esta escala de enfermos marginados, el caso extremo, el punto culminante, lo ocupa sin duda el leproso. No solo influyen en esta marginación el aspecto exterior, el asco, el temor al contagio. Influye, aún más, la marginación religiosa, preceptuada por el Levítico (13,1-2;44-46, 1ª lectura de hoy):
“Cuando alguno tenga… la lepra,
será llevado ante el sacerdote
que lo declarará impuro de lepra…
andará harapiento y despeinado,
con la barba tapada y gritando: "¡Impuro!”...
vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento”
El leproso, como se ve, estaba obligado a permanecer lejos de la sociedad, pregonando su dolencia hasta en la distancia. Mientras durara la enfermedad, perdía sus derechos ciudadanos y hasta religiosos.
Al acercarse a Jesús, el leproso sabe que quebranta la Ley, pero su angustia es superior al sentido de la ley; entre la ley ritual y la vida, el leproso opta lógicamente por la vida. De rodillas —en gesto de fe y adoración confiadas—pronuncia una de las oraciones más bellas:
“Si quieres, puedes limpiarme”
Jesús no reprende al leproso; más bien se pone de su parte. También Jesús quebranta la ley: Nadie podía tocar o acercarse al leproso, bajo pena de caer en impureza legal. Pero también Jesús (“Yo soy la vida”) prefiere la vida a la ley. Por eso,
Conmovido (indignado),
extendió la mano y lo tocó, diciendo:
“Quiero: queda limpio”.
(Conmovido… En algunas versiones bíblicas se utiliza otro vocablo griego—probablemente el empleado originariamente por Marcos—que significa ‘indignado, airado’. ¿Indignado Jesús, por qué? Opiniones: por la desconfianza del leproso en la voluntad curadora de Jesús—si quieres—, por la infracción legal del leproso, por una reacción natural de Jesús ante la enfermedad, por la marginación a la que sociedad judía sometía al leproso…)
Jesús se conmueve... En el AT, el término ‘conmoverse’ se refiere exclusivamente a Dios; en el NT, sólo a Jesús.
La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio.
Jesús se conmovió y de sus manos brotó el milagro. Los milagros de Jesús son, en realidad, obra del amor entrañable de Dios por el hombre, por todos los hombres, en especial por los que sufren. En el reino de los cielos no existe marginación; no hay ‘puros o impuros’, enfermos o sanos; la salvación de Dios llega para todos. La ley suprema del ‘reino’ es el amor, y al amor se subordinan todas las demás leyes, incluidas las religiosas. La curación de la lepra, o de cualquier enfermedad, del cuerpo o del alma, es el gran milagro, el signo claro de que ha llegado el reino de Dios.
La acción de Jesús, aceptando la transgresión legal del leproso que se le acerca, y transgrediendo él mismo el precepto de no tocar al leproso, supone una ruptura definitiva entre la Ley y el Evangelio, entre la sinagoga y el reino de Dios. No es que Jesús desprecie la ley. Él mismo dirá que no ha venido a abolirla sino a perfeccionarla. Y hasta le ordena al leproso que comunique su curación ‘en el Templo’:
para que conste,
ve a presentarte al sacerdote
y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.
Pero Jesús sabe que, al optar por los marginados, ha traspasado él mismo la línea de la legalidad. Se ha opuesto a un sistema judío que margina, legal y religiosamente, al ser humano; pero el sistema, en desquite, lo margina también a él. Por eso,
Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo;
se quedaba fuera, en descampado;
y aun así acudían a él de todas partes.
Jesús no se preocupa por purificarse. Y las autoridades religiosas judías no le perdonarán el menosprecio, aunque sea por omisión, de la ley. ‘La suerte está echada’, hasta el día del Gólgota. A Jesús no le importa, si con ello salva al leproso—al hombre—de su marginación. El Reino de los cielos que él predica es un reino de justicia y de amor; es la respuesta del amor de Dios al sufrimiento humano.
Este es —dicho sea una vez más— el verdadero sentido del milagro, de los milagros de Jesús: un mensaje de amor hacia el hermano que sufre y espera. Y éste es el verdadero signo que atestigua la presencia en la tierra del reino de Dios: los ciegos ven, los sordos oyen, los leprosos son curados… los pobres son evangelizados.