La mujer profesional tiene cada vez más demandas. Debe capacitarse continuamente en su especialidad para permanecer en el mercado, estar atenta a los cambios para ser competitiva, y si además tiene una familia e hijos, un trabajo extra fuera de hora.
A estos desafíos del medio -que podemos considerar "normales"- viene a sumarse una exigencia neurótica e imposible de cumplir: ser siempre joven. Según estadísticas, cada vez se acota más la "edad útil", que ahora estaría en el tope de los 35 años, para estar en el mercado del trabajo.
La mujer que no trabaja fuera de su casa tampoco está ajena a este estereotipo. Cuando ya ha criado a sus hijos, siente que "no tiene edad" para emprender cosas nuevas, para iniciar un proyecto relegado, en suma, para tener una vida feliz y productiva. Y para colmo, ya no nos podemos conformar con retirarnos a cuarteles de invierno, a tejer junto al fuego como nuestras abuelas, porque sabemos que existe otra cosa. Con lo que se cierra un círculo infernal.
¿Cuál es la solución? Resistir. Oponerse. No dejar que nos vendan mercadería fallada. Todas tenemos una edad: la edad de la razón, la edad de pensar por nosotras mismas y de dar al mundo lo mejor que tenemos. La edad de cuidarnos y querernos, tal como somos y con la edad que tenemos.
Quejarnos y sentir que nos dejó el tren porque ya no tenemos 25 años es dejar que nos pongan límites ficticios, que no tienen que ver con nuestra capacidad y vitalidad. Es responsabilidad de cada una permitirlo o no.
No es cosa fácil, pero nadie lo va a hacer por nosotras.
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