Remonta, Rey y Señor, a Jerusalén, porque si no lo haces, tampoco, nosotros, podremos ascender a la gloria que nos prometes.
Déjate aclamar, aunque suenen a hueco y flameen estériles muchos de nuestros ramos y palmas
Adéntrate camino de la Pasión, porque sin ella, estaríamos descorazonados y sin posibilidad de billete con vuelta.
No mires, Señor, a la tiniebla que mañana te espera, pues necesitamos de Ti para que, la nuestra, no sea eterna
Te esperábamos, Señor, aunque, hoy te digamos ¡viva! y, mañana gritemos ¡muera!
Hoy nos adherimos a Ti, Señor, para luego, aún siendo los mismos, decir no conocerte
Entra, Rey, amigo y Señor, y si te escandaliza este triunfo, cuando tanta sangre espera, perdónanos, Señor.
Somos así, incluso los que más te queremos los que en la intimidad, más hemos convivido contigo: No entendemos esta entrada en humillante pollino no comprendemos el por qué una cruz al mejor hombre nos resistimos al triunfo si ha de pasar primero por la muerte
Avanza, Rey, amigo y Señor
Porque si te detienes fuera de los muros de la ciudad el hombre quedará definitivamente sumido en su mala suerte o el cielo puede que se cierre definitivamente la cruz quedará sin nadie que la domine sobre sus hombros sin poder salvar, así, a toda la humanidad de la incertidumbre que le asola.
¡Cómo no bendecir tu nombre, Señor!
Si eres Palabra cumplida al detalle Esperanza de los profetas Manos apropiadas para el madero Cena que, en Jueves Santo, esperamos gustar
Palabras que, en Viernes Santo, estremecerán todavía más nuestro llanto ¡Cómo no exaltar tu nombre, Señor!
Cuando sabemos, que al final, después de las espinas y del dolor del vértigo y de la muerte gritaremos lo que Tú, tantas veces nos repetiste: hay que morir para dar abundante fruto.
Y, si algo tienes Tú, Señor, es mucho para darte y otro tanto para exigirte.
Amén.
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