LAS SERENAS
A Cherinto
No te engañe el dorado vaso ni, de la puesta al bebedero sabrosa miel, cebado; dentro al pecho ligero, Cherinto, no traspases el postrero
asensio; ten dudosa la mano liberal, que esa azucena, esa purpúrea rosa, que el sentido enajena, tocada, pasa al alma y la envenena.
Retira el pie; que asconde sierpe mortal el prado, aunque florido los ojos roba; adonde aplace más, metido el peligroso lazo está, y tendido.
Pasó tu primavera; ya la madura edad te pide el fruto de gloria verdadera; ¡ay! pon del cieno bruto los pasos en lugar firme y enjuto,
antes que la engañosa Circe, del corazón apoderada, con copa ponzoñosa el alma trasformada, te ajunte nueva fiera a su manada.
No es dado al que allí asienta, si ya el cielo dichoso no le mira, huir la torpe afrenta; o arde oso en ira o, hecho jabalí, gime y suspira.
No fíes en viveza: atiende al sabio rey Solimitano; no vale fortaleza: que al vencedor Gazano condujo a triste fin femenil mano;
imita al alto Griego, que sabio no aplicó la noble antena al enemigo ruego de la blanda Serena, por do por siglos mil su fama suena;
decía comoviendo el aire en dulce son: «La vela inclina, que, del viento huyendo, por los mares camina, Ulises, de los Griegos luz divina;
allega y da reposo al inmortal cuidado, y entretanto conocerás curioso mil historias que canto, que todo navegante hace otro tanto;
Todos de su camino tuercen a nuestra voz y, satisfecho con el cantar divino el deseoso pecho, a sus tierras se van con más provecho.
Que todo lo sabemos cuanto contiene el suelo, y la reñida guerra te cantaremos de Troya, y su caída, por Grecia y por los dioses destruida.»
Ansí falsa cantaba ardiendo en crueldad; mas él prudente a la voz atajaba el camino en su gente con la aplicada cera suavemente.
Si a ti se presentare, los ojos sabio cierra; firme atapa la oreja, si llamare; si prendiere la capa, huye, que sólo aquel que huye escapa.
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