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- Los Siete Hermanos y Santa Felicitas, Mártires
- Santa Rufina y Santa Segunda, Vírgenes y Mártires
- San Cristóbal
, Mártir
- Santos Antonio y Teodosio Pechersky, Abades del Monasterio de las Cuevas de Kiev
- Santa Amelia o Amelberga, Viuda
- San Paterniano, Obispo
- San Pedro Vinvioli de Perugia, Monje
- Beato Nicanor Ascanio, Mártir
- Beato Engelberto Kolland, Mártir
- Mártires de Damasco
- Beato Manuel Ruiz, Mártir
- Beato Engelberto Kolland, Mártir
- Beato Nicanor Ascanio, Mártir
- Beato Carmelo Volta, Mártir
- Beato Francisco Pinzano Peñalver, Mártir
- Beato Pedro Nolasco Soler, Mártir
- Beato Nicolás Alberca y Torres, Mártir
- Beato Juan Jacobo Fernández, Mártir
- Beato Rafael Masabki, Mártir
- Beato Francisco Masabki, Mártir
- Beato Abdul-Muti Masabki, Mártir
- Beato Pacífico, Franciscano
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10 de julio
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BEATO CARMELO BOLTA BAÑULS Mártir (1860)
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Carmelo Bolta Bañuls nació en el pueblo de Real de Gandía (Valencia) el 29 de mayo de 1803, recibiendo en el bautismo el nombre de Pascual, que al entrar en religión cambiaría por el de Carmelo. Su tío, el padre Isidoro Bañuls, le orientó para que ingresase en la orden franciscana. Este religioso franciscano, el P. Isidoro, después de estar de 1823 a 1833 como procurador general en Tierra Santa, cuando en una nave regresaba a España, el 22 de julio de 1833, a la altura de las costas de Chipre, moría a manos de piratas greco-ortodoxos.
Junto con otros cinco misioneros franciscanos, vistió el hábito a los 21 años de edad, en el convento de San Francisco de Valencia, de manos del guardián de aquella casa, P. Juan Bautista Chofré, y profesó en 1825. Después de haber hecho la profesión religiosa, hizo los estudios eclesiásticos en los conventos de Valencia, el de la Corona, y de Játiva. Ordenado sacerdote en 1829, lo enviaron al convento de San Blas de Segorbe con el cargo de predicador conventual. Allí estuvo de morador hasta mayo de 1831, obteniendo éxitos crecientes y abundantes frutos en la predicación entre fieles.
Obtenida la licencia de sus superiores para pasar a las Misiones de Tierra Santa, embarcó en julio de 1831, con Fr. Enrique Collado y otros 22 religiosos, para la Santa Custodia, adonde llegó el 3 de agosto. Después de visitar los principales Santuarios de nuestra Redención, el 18 de junio de 1838 fue nombrado presidente del hospicio de Jaffa, cargo al que renunció a los pocos meses, porque el clima de esta población no era beneficioso para su salud, reintegrándose a Jerusalén.
Joven profundamente instruido, activo, simpático de carácter y afable en sus modales, como dice su biógrafo el P. Ronen, cultivó a la perfección las lenguas orientales, llegando a predicar con soltura en árabe y en griego, por lo que el Gobierno Turco le ofreció una cátedra de árabe en sus centros de enseñanza con un sueldo de una onza diaria, ofrecimiento que nuestro Beato no quiso aceptar por no desviarse de su misión de salvar almas. Finalmente, después de haber estado diez años en Jerusalén, dedicado a la enseñanza de los Religiosos que se preparaban al sacerdocio, y de haber desempeñado por dos veces el oficio de superior de Damasco (1843-45 y 1851-58), así como el de párroco de los católicos de San Juan in Montana desde Agosto de 1845 a septiembre de 1851, en el mes de octubre de 1858 fue nombrado párroco de los católicos de Damasco y profesor de árabe para los jóvenes sacerdotes y para las escuelas que sostenía la Misión católica, frecuentadas diariamente por más de 400 alumnos
En el año 1856, el sultán Abdul Megid publicó un decreto imperial por el que se suprimía toda distinción civil entre cristianos y musulmanes en el imperio otomano. Sintiéndose algunos grupos sectarios ofendidos por igualarles a los cristianos, a quienes se tomaba como inferiores, comenzó en el Medio Oriente un período de sangrientas persecuciones contra las comunidades cristianas, arreciando especialmente en Siria por obra de los drusos durante el año 1860. Los drusos llegaron a Damasco la vigilia del Ramadán, y el 7 de julio comenzaron las matanzas de cristianos. En la noche del 9 al 10 del mismo mes asaltaron la residencia franciscana y asesinaron bárbaramente a sus once moradores. El padre Carmelo Bolta Bañuls fue uno de los que recibieron esa noche la palma del martirio. Con su martirio el beato Carmelo Bolta coronó la ejemplaridad de su apostolado realizado arduamente en el árido campo musulmán.
Introducida la causa de su beatificación el 17 de diciembre de 1885, y expedido el 13 de marzo de 1924 el decreto afirmando que constaba la fama de santidad de nuestro Venerable y de sus compañeros de martirio, el 2 de mayo de 1926 reconoció la Santa Sede su martirio, y el 22 de los mismos el Papa Pío XI decretó que podía procederse a su beatificación, la que fijó para el 10 de octubre de aquel año a fin de que coincidiese esta solemnidad con las fiestas del VII Centenario de la muerte de San Francisco de Asís. La diócesis de Valencia celebra su fiesta litúrgica el 10 de julio.
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10 de julio BEATO NICANOR ASCANIO Mártir (1860)
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Nicanor Ascanio nació en Villarejo de Salvanes, provincia de Madrid, en 1814. A los 16 años tomó el hábito de los Hermanos Menores, continuó sus estudios y se ordenó sacerdote. Fue director de las Hermanas Concepcionistas y párroco en su tierra natal. Oración, penitencia, celo de la gloria del Señor, deseo de consagrarse por entero a las misiones hicieron de él un sacerdote modelo.
En los años juveniles había soñado en la vida apostólica, el sacrificio y el martirio, pero durante 26 años esos deseos se habían quedado en meros sueños. La venerable Sor María de los Dolores, muerta con fama de santidad el 27 de enero de 1891, le había asegurado que Dios lo quería misionero en Tierra Santa y mártir en la patria de Jesús. El Beato Nicanor, obediente a la voz del cielo, muchas veces oída en sus largas horas de oración, parte lleno de gozo para Tierra Santa, tierra que sería para él teatro de dinámico apostolado, de luchas, de sacrificios y de martirio.
Llegado a Jerusalén, oró intensamente junto al Santo Sepulcro, el Calvario y Getsemaní, en la gruta de Belén y en todos los demás santuarios. Fue enviado a Damasco para aprender la lengua árabe bajo la dirección del Beato Carmelo Volta, cuando se avecinaba la persecución religiosa.
El 10 de julio de 1860 los musulmanes lo conminaron a renunciar a la fe cristiana y abrazar la religión de Mahoma si quería salvar su vida. Nicanor, todavía poco conocedor de la lengua árabe, no comprendió de inmediato lo que se le pedía, pero en cuanto lo pudo entender, respondió enérgicamente: “Soy cristiano, mátenme. ¡Yo creo en Cristo y no en el profeta Mahoma!”. Al instante fue asesinado cortándole la cabeza. Así se cumplieron las voces misteriosas que había escuchado muchas veces en su corazón y la profecía de la hermana concepcionista María de los Dolores.
Fue un episodio tristísimo, debido más que todo al fanatismo y a la crueldad de los drusos, los cuales la noche entre el 9 y el 10 de julio en Damasco hicieron una irrupción en el convento de los franciscanos, en el barrio cristiano, centro reconocido y floreciente. También se habían refugiado dentro tres cristianos maronitas, martirizados junto con los ocho franciscanos. Nicanor en el momento del martirio tenía 46 años. Fue beatificado por Pío XI el 10 de octubre de 1926.
Ver también: Mártires de Damasco.
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10 de julio BEATO ENGELBERTO KOLLAND Mártir (1860)
Engelberto Kolland, joven religioso, cayó mártir de Cristo a la edad de 33 años años. Había nacido el 21 de septiembre de 1827 en Ramsau, en Austria, hijo de Cayetano y de María Sporer, de condición modesta pero ricos en virtudes cristianas. El padre, en el verano, dejaba a sus hijos en casa de María Brugger para ir a Estiria con su esposa a trabajar como leñador y ganar un pedazo de pan. Los hijos estaban en manos seguras, en la escuela de la Señora Brugger, crecieron buenos, instruidos y fervorosos cristianos.
Engelberto tenía un carácter vivaz e inquieto pero en el momento de la oración se calmaba y se ponía en actitud tan devota que parecía un santo. El arzobispo de Salzburgo, en una visita a las parroquias de Zell, conoció al pequeño Engelberto, vislumbró en él síntomas de vocación y que podría llegar a ser un óptimo sacerdote, lo admitió gratuitamente en el seminario diocesano. Después de cuatro años fue retirado porque era demasiado inquieto. Al volver a la familia, trabajó con su padre por un año, luego retomó los estudios porque sentía en su corazón una voz misteriosa que lo llamaba al servicio de Dios. Un día se encontró por la calle un grupo de jóvenes novicios franciscanos. Los observó atentamente, y quedó impresionado por su modestia y su recogimiento. Volviéndose a sus compañeros exclamó : “Yo seré pronto como uno de ellos !”. Mantuvo su palabra. Después de algunos meses tomó el hábito religioso en la Orden de los Hermanos Menores.
El 13 de julio de 1851, en Bolzano, subía por primera vez al altar de Dios para inmolar la víctima divina. Agradecido al Señor por esta gracia, prometió partir para la Custodia de Tierra Santa, pero este deseo sólo se realizó algunos años más tarde. En este período trabajó como coadjutor en la parroquia franciscana de Bolzano e intensificó el estudio de diversas lenguas: alemán, latín, inglés, italiano, francés y árabe, bajo la dirección de un antiguo misionero de Tierra Santa, el padre Vergeiner.
En 1855 llegó al país de Jesús y fue destinado como coadjutor del Beato Carmelo en la parroquia latina de Damasco, donde se empeñó con celo apostólico hasta el momento del sacrificio supremo. Su seráfica serenidad lo hizo querer de todos y todos lo llamaban “Abuna Melac”, es decir, Padre Angel.
Al momento de la irrupción de los Drusos Engelberto se encontraba en casa de una señora greco-católica, pronto fue localizado y reconocido por los musulmanes, quienes le intimaron renunciar a la fe y hacerse seguidor de Mahoma. La respuesta fue un No rotundo. Antes de ser asesinado se dirigió al verdugo: “Amigo, ¿qué mal he hecho para que me mates?”. La respuesta fue esta: “El único motivo es porque eres cristiano”. Fue asesinado con repetidos golpes de hacha en la cabeza. Fue beatificado por Pío XI el 10 de octubre de 1926.
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10 de julio BEATO MANUEL RUIZ Mártir (1860)
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Al Norte de Burgos, en la Merindad de Valdeporres, entre valles y montañas, hay un pueblecito, llamado San Martín de las Ollas; es una pequeña aldea con buenas casas, escondida entre las altas cimas cubiertas de nieve de los montes del Somo, Engaña y Lalar, en la última estribación de la cordillera cantábrica. En una de sus calles en empinada cuesta nació, el 5 de mayo de 1804, el Beato Manuel Ruiz López, que sería el capitán del valiente equipo de mártires de Damasco.
Manuel, el hijo de Manuel y Agustina, pronto recibió del Párroco de su pueblo D. Luis Rábago, las primeras instrucciones religiosas y lecciones de latín, sin olvidar la exquisita formación religiosa de sus padres, que como buenos castellanos siempre han estado adheridos a la antigua tradición cristiana.
Los agentes de recoger noticias y testimonios, con vistas al proceso de su beatificación, coinciden en señalar su religiosidad y caridad para con los más pobres y necesitados. siempre los regalaba con la sonrisa permanente en sus labios, repartiendo a su alrededor alegría y paz.
Desde muy temprana edad, Manuel sintió el atractivo de la vocación religiosa. Anteriormente y a muy poca distancia, a mediados del siglo XVI marcaba una línea y dejaba sus huellas y raíces en el mismo valle de Valdeporres, San Martín de Porres, otro Santo muy popular conocido como “Fray Escoba“, aunque nacido en Peruvia de Lima (Perú) el año 1579, de madre de raza negra, pero su padre era natural del pueblo de Porres (Burgos) de donde le viene el sobrenombre de Porres. Este ingresaría en la orden de los Dominicos, que fue fundada por otro preclaro e insigne burgalés, Santo Domingo de Guzmán.
La época de Manuel no era muy propicia para la vida religiosa, sino todo lo contrario. Eran tiempos de revoluciones y alardes anticlericales. Cuando tenía cuatro años, las gentes se levantaron contra la invasión napoleónica. Poco antes, las Cortes de Cádiz (1812) habían votado una Constitución que hería los sentimientos tradicionales del pueblo. Aún con ello, Manuel suspiraba por vestir el hábito Franciscano.
En 1825 ingresa en la Orden en Priego (Cuenca) en el antiguo convento de San Miguel de las Victorias. Así coronaba su juventud a los 19 años y se vestía de Franciscano.
Después de su profesión fue enviado a evangelizar a Damasco, Siria, donde se dedicó a la educación de niños y a la asistencia a enfermos y desvalidos. Al desatarse una feroz persecución contra los católicos, el padre Ruiz y sus compañeros deciden permanecer en su convento donde se habían refugiado numerosos fieles.
Los últimos momentos de la vida del padre Manuel y de sus compañeros transcurrieron de esta forma: El padre Manuel, al ver que los turcos invadían el sagrado recinto decide, para evitar una profanación, resguardar el Santísimo Sacramento; ante tal acto, los infieles lo amenazaron con estas palabras: ¡Hazte musulmán o mueres!". A lo que, sin dudar, respondió: "Antes la muerte"; acto seguido, él mismo colocó su cabeza sobre el altar y fue decapitado; enseguida, los paganos recorrieron el convento y asesinaban a todo religioso que encontraban, a golpes o a tiros. Pío IX beatificó a los "Mártires de Damasco" en 1926.
Ver también: | |
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10 de julio MÁRTIRES DE DAMASCO (1860)
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Del 9 al 10 de julio de 1860, llegaron a su apogeo las matanzas de cristianos que los drusos y los turcos llevaban a cabo en toda Siria. Damasco sobre todo fue testigo de una horrorosa carnicería, en la que por el hierro y por el fuego perdieron la vida muchos cientos de cristianos, víctimas del furor anticristiano de turbas fanatizadas.
Alrededor de 2,400 casas fueron saqueadas e incendiadas y 6,000 cristianos indefensos fueron asesinados, entre ellos treinta sacerdotes y tres obispos de diferentes ritos cristianos. Solo el emir Abd-el-Kader que estimaba a los cristianos, logró salvar a algunos miles de cristianos, entre ellos jesuitas, lazaristas y monjas, llevándoselos al centro de la ciudad. Sólo los franciscanos no se adhirieron a esta tropa pensando que estarían a salvo en su convento. Sin embargo, los drusos consiguieron entrar y los franciscanos, ocho monjes y tres terciarios, al no querer renunciar a su fe católica, fueron abatidos a sablazos.
Había a la sazón ocho religiosos franciscanos en el convento de Damasco, uno era natural del Tirol y los otros siete españoles, a saber: el padre Manuel Ruiz, superior de la casa, nacido en San Martín de Ollas (Santander) el año 1804, que tomó el hábito franciscano en la Provincia de la Inmaculada Concepción; el padre Carmelo Bolta, párroco de los católicos de Damasco, natural de Real de Gandía (Valencia), nacido en 1803, hijo de la Seráfica Provincia de Valencia, activo y profundamente instruido; el padre Engelberto Kolland, nacido en Ramsau el año 1827, de la Provincia de San Leopoldo (Austria), alegre, conocedor de seis idiomas, y teniente cura del padre Carmelo; el padre Nicanor Ascanio, de Villarejo, provincia de Madrid, nacido en 1814, religioso exclaustrado que se ordenó como sacerdote del clero secular, a quien siendo vicario de las Concepcionistas de Aranjuez, la venerable sor Patrocinio predijo su martirio y hasta mandó esculpir su imagen, y que se incorporó al Colegio de Priego cuando éste se fundó; el padre Nicolás M. Alberca y Torres, de Aguilar de la Frontera (Córdoba), nacido en 1830, varón inocentísimo y ejemplar religioso; el padre Pedro Nolasco Soler, natural de Lorca (Murcia), nacido en 1827; fray Francisco Pinazo Peñalver, nacido en Alpuente (Valencia) el año 1812 e hijo de la Seráfica Provincia de Valencia, y fray Juan Santiago Fernández, nacido en Carballeda (Orense) el año 1808; esta dos últimos, exclaustrados, que se incorporaron a la Custodia de Tierra Santa. Todos los ocho se hallaban en el convento de Damasco aquel día nefasto en que, a pesar de las buenas palabras del gobernador, arreciaban las matanzas.
Como los religiosos Paúles y las Hermanas de la Caridad, fueron los franciscanos invitados a refugiarse en el palacio de Ab-el-Kader, mas los frailes, que ningún mal habían hecho a nadie y veían a muchos cristianos temerosos refugiados en el convento franciscano, no quisieron abandonarlo. Cuando oyeron arreciar los golpes en las puertas que amenazaban con echarlas a tierra, se reunieron en la iglesia haciendo fervorosísima oración para que Jesús no los abandonara en tan grave trance, y luego buscaron refugio. El padre Manuel, superior de la comunidad, para evitar toda profanación, sumió el Santísimo Sacramento que había de ser su Viático, ¡y ya era tiempo!, porque los turcos invadían el sagrado recinto. -- «¡Hazte musulmán o mueres!», le dijo un soldado; y él respondió con fortaleza: -- «Mil veces antes la muerte». Colocó su cabeza sobre el altar y se consumó el primer sacrificio. A cada religioso que sorprendían en la celda, en las terrazas, en los claustros, repicaban las campanas, y así uno tras otro fueron martirizados a golpes o a tiros, de cien diversos modos, cebándose su rabia y furor en la mansedumbre de los ocho franciscanos, admirables en sus respuestas, dignas de los primeros cristianos.
Sus cadáveres mutilados fueron arrojados en lugares inmundos, siendo algún tiempo después sacados de allí y colocados honoríficamente. Estos ocho invictos confesores de Cristo, junto con tres católicos maronitas, hermanos de sangre: Francisco, Abdul-Muti y Rafael Massabki, fueron beatificados solemnemente por Su Santidad Pío XI el 10 de octubre de 1926.
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10 de julio BEATO ENGELBERTO KOLLAND Mártir (1860)
Engelberto Kolland, joven religioso, cayó mártir de Cristo a la edad de 33 años años. Había nacido el 21 de septiembre de 1827 en Ramsau, en Austria, hijo de Cayetano y de María Sporer, de condición modesta pero ricos en virtudes cristianas. El padre, en el verano, dejaba a sus hijos en casa de María Brugger para ir a Estiria con su esposa a trabajar como leñador y ganar un pedazo de pan. Los hijos estaban en manos seguras, en la escuela de la Señora Brugger, crecieron buenos, instruidos y fervorosos cristianos.
Engelberto tenía un carácter vivaz e inquieto pero en el momento de la oración se calmaba y se ponía en actitud tan devota que parecía un santo. El arzobispo de Salzburgo, en una visita a las parroquias de Zell, conoció al pequeño Engelberto, vislumbró en él síntomas de vocación y que podría llegar a ser un óptimo sacerdote, lo admitió gratuitamente en el seminario diocesano. Después de cuatro años fue retirado porque era demasiado inquieto. Al volver a la familia, trabajó con su padre por un año, luego retomó los estudios porque sentía en su corazón una voz misteriosa que lo llamaba al servicio de Dios. Un día se encontró por la calle un grupo de jóvenes novicios franciscanos. Los observó atentamente, y quedó impresionado por su modestia y su recogimiento. Volviéndose a sus compañeros exclamó : “Yo seré pronto como uno de ellos !”. Mantuvo su palabra. Después de algunos meses tomó el hábito religioso en la Orden de los Hermanos Menores.
El 13 de julio de 1851, en Bolzano, subía por primera vez al altar de Dios para inmolar la víctima divina. Agradecido al Señor por esta gracia, prometió partir para la Custodia de Tierra Santa, pero este deseo sólo se realizó algunos años más tarde. En este período trabajó como coadjutor en la parroquia franciscana de Bolzano e intensificó el estudio de diversas lenguas: alemán, latín, inglés, italiano, francés y árabe, bajo la dirección de un antiguo misionero de Tierra Santa, el padre Vergeiner.
En 1855 llegó al país de Jesús y fue destinado como coadjutor del Beato Carmelo en la parroquia latina de Damasco, donde se empeñó con celo apostólico hasta el momento del sacrificio supremo. Su seráfica serenidad lo hizo querer de todos y todos lo llamaban “Abuna Melac”, es decir, Padre Angel.
Al momento de la irrupción de los Drusos Engelberto se encontraba en casa de una señora greco-católica, pronto fue localizado y reconocido por los musulmanes, quienes le intimaron renunciar a la fe y hacerse seguidor de Mahoma. La respuesta fue un No rotundo. Antes de ser asesinado se dirigió al verdugo: “Amigo, ¿qué mal he hecho para que me mates?”. La respuesta fue esta: “El único motivo es porque eres cristiano”. Fue asesinado con repetidos golpes de hacha en la cabeza. Fue beatificado por Pío XI el 10 de octubre de 1926.
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10 de julio BEATO NICANOR ASCANIO Mártir (1860)
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Nicanor Ascanio nació en Villarejo de Salvanes, provincia de Madrid, en 1814. A los 16 años tomó el hábito de los Hermanos Menores, continuó sus estudios y se ordenó sacerdote. Fue director de las Hermanas Concepcionistas y párroco en su tierra natal. Oración, penitencia, celo de la gloria del Señor, deseo de consagrarse por entero a las misiones hicieron de él un sacerdote modelo.
En los años juveniles había soñado en la vida apostólica, el sacrificio y el martirio, pero durante 26 años esos deseos se habían quedado en meros sueños. La venerable Sor María de los Dolores, muerta con fama de santidad el 27 de enero de 1891, le había asegurado que Dios lo quería misionero en Tierra Santa y mártir en la patria de Jesús. El Beato Nicanor, obediente a la voz del cielo, muchas veces oída en sus largas horas de oración, parte lleno de gozo para Tierra Santa, tierra que sería para él teatro de dinámico apostolado, de luchas, de sacrificios y de martirio.
Llegado a Jerusalén, oró intensamente junto al Santo Sepulcro, el Calvario y Getsemaní, en la gruta de Belén y en todos los demás santuarios. Fue enviado a Damasco para aprender la lengua árabe bajo la dirección del Beato Carmelo Volta, cuando se avecinaba la persecución religiosa.
El 10 de julio de 1860 los musulmanes lo conminaron a renunciar a la fe cristiana y abrazar la religión de Mahoma si quería salvar su vida. Nicanor, todavía poco conocedor de la lengua árabe, no comprendió de inmediato lo que se le pedía, pero en cuanto lo pudo entender, respondió enérgicamente: “Soy cristiano, mátenme. ¡Yo creo en Cristo y no en el profeta Mahoma!”. Al instante fue asesinado cortándole la cabeza. Así se cumplieron las voces misteriosas que había escuchado muchas veces en su corazón y la profecía de la hermana concepcionista María de los Dolores.
Fue un episodio tristísimo, debido más que todo al fanatismo y a la crueldad de los drusos, los cuales la noche entre el 9 y el 10 de julio en Damasco hicieron una irrupción en el convento de los franciscanos, en el barrio cristiano, centro reconocido y floreciente. También se habían refugiado dentro tres cristianos maronitas, martirizados junto con los ocho franciscanos. Nicanor en el momento del martirio tenía 46 años. Fue beatificado por Pío XI el 10 de octubre de 1926.
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10 de julio SAN PEDRO VINVIOLI DE PERUGIA Monje (1009)
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El perugino Pedro Vincioli fue un monje-arquitecto. En efecto, a él se debe la construcción en el siglo X de la espléndida iglesia de San Pedro con el monasterio benedictino anexo, del cual también fue abad. Tenía el dinamismo de un verdadero empresario de la construcción. Durante la construcción se produgeron muchos prodigios. El santo, muerto en 1009, fue también ejemplo de caridad para con los pobres y defensor de la ciudad de las vajaciones de los emperdores alemanes
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10 de julio SAN PATERNIANO Obispo (360)
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Según una antigua tradición, San Paterniano nació en Fano alrededor de 275. Mientras arreciaba la persecución de Diocleciano una visión angélica le aconsejó dejar la ciudad; así lo hizo, yéndose al desierto, en donde vivió como ermitaño. Más tarde, cuando cesaron las persecuciones y el Cristianismo se convirtió en la Religión del estado con el emperador Constantino, los ciudadanos de Fano reclamaron como obispo al virtuoso eremita que tenía fama de santo En vano trató él de oponerse, finalmente "casi a viva fuerza" fue llevado a la ciudad. Gobernó la diócesis durante 42 años aplacando los ánimos, istruyendo y confortando. Los paganos, atraidos por su predicación, abandonaron los ídolos y destruyeron los templos uniéndose al santo obispo. El Señor avaló su celo con muchos prodigios. Advertido de su inminente fin, emprendió una visita a toda la diócesis. Murió en la periferia de la ciudad, el 13 de noviembre, probablemente en el año 360. sobre su sepulcro se multiplicaron los prodigios y su culto se extendió rápidamente en toda Italia. Sus reliquias se veneran en Fano, en la Basilica a a él dedicada.
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10 de julio SANTA AMELIA o AMELBERGA Viuda (Siglo VII)
Santa Amelia o Amelberga era la hermana de Pepino el Breve, padre de Carlomagno; casó con Witger, conde palatino de Lorena. Uno de sus hijos ilustres fue san Alberto de Reims. Vivió a principios del siglo VII. Amelia participó en la política de aglutinación de todos los reinos y señoríos francos en un solo gran imperio, que por fin pudo culminar su sobrino Carlomagno. Como era habitual en la Edad Media, después de haber contribuido con todas sus facultades a la unidad de sus dominios y al bienestar de sus súbditos, se retiró a un monasterio, donde pasó los últimos años de su vida dedicada a la oración.
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10 de julio SANTOS ANTONIO y TEODOSIO PECHERSKY , * Abades del Monasterio de las Cuevas de Kiev (1073 y 1074 d. C.)
Durante la época de la evangelización de Rusia floreció mucho la vida monástica bizantina. El monasterio de Studios, en Constantinopla, así como los que surgieron de él, se hallaban en la cumbre de su esplendor (aunque muy poco después iba a empezar a decaer su influencia) y comenzaban a hacerse las grandes fundaciones del Monte Athos. Pero los primeros monasterios que hubo en Rusia, que debían su existencia a la intervención de los grandes príncipes y obispos griegos, no tuvieron mayor importancia. La época del florecimiento de la vida monástica en Rusia empezó con la fundación del monasterio de las Cuevas en Kiev (Kiev-Pecherskaya Lavra). Dicho monasterio no nació por iniciativa de los grandes de este mundo, sino que fue fundado por monjes rusos y para monjes rusos. Mons. Alejandro Sipiaguin ha escrito que fue "el primer monasterio ruso, cronológicamente hablando y también el primero en importancia, por los grandes valores espirituales con que enriqueció el tesoro de la religión del pueblo." Sus fundadores, "primeras luces brillantes encendidas por Rusia ante la imagen del Cristo universal", fueron San Antonio y San Teodosio Pechersky.
Antonio nació el año de 983, en Lubeck, cerca de Chernigov. En su juventud vivió algún tiempo en la soledad, según el ejemplo de los anacoretas de Egipto. Pero pronto comprendió que esa forma de vida, como cualquier otra, exigía cierta preparación. Así pues, emprendió el viaje al Monte Athos, donde practicó la vida eremítica con los monjes del monasterio de Esfigmenu. Al cabo de algunos años, su abad le mandó que regresase a su patria, a pesar de la repugnancia de Antonio, diciéndole: "El Señor te ha fortalecido en el camino de la santidad, y ahora te toca guiar a otros por ese camino. Vuelve a tu patria, con la bendición del Monte Santo; ahí serás padre de muchos monjes."
Antonio obedeció. Sin embargo, como no encontrase paz ni soledad suficientes en los monasterios fundados por los príncipes, se refugió en la cueva de un acantilado a orillas del Dniéper, en Kiev. Se alimentaba de pan, verduras y agua, cultivaba una parcela de tierra y pasaba el resto del tiempo en oración. Algunas personas acudían a consultarle o a pedirle su bendición; de cuando en cuando, le hacían algún regalo, que el santo distribuía inmediatamente entre los pobres. Algunos de esos visitantes acabaron por quedarse con él. El primero fue el monje Nikon, que era sacerdote; a éste siguieron otros aspirantes a la vida religiosa, los cuales vivían en celdas excavadas en la roca. Ampliaron algunas cuevas para instalar la capilla y el refectorio. Al contrario de otros abades de la época, San Antonio aceptaba a todos los candidatos que poseían las cualidades necesarias, ya fuesen ricos o pobres, libres o esclavos. La comunidad creció tanto, que empezó a faltar el sitio. Entonces, el príncipe Syaslav les ofreció las tierras situadas en lo alto del acantilado, y ahí construyeron los monjes un monasterio y una iglesia, dedicados a la Dormición de la Santa Madre de Dios. El cronista Néstor dice: "Muchos monasterios fueron construidos con la ayuda de los príncipes y los nobles, en cambio, este monasterio se construyó con lágrimas, ayunos y oraciones. Antonio no poseía oro ni plata y por ello se valió de estos medios."
San Antonio confió pronto la dirección de la comunidad a un monje llamado Barlaam. Después, para no verse mezclado en las disensiones de los nobles de Kiev, se retiró a Chernigov, donde fundó otro monasterio. Sin embargo, más tarde volvió a Pecherskaya Lavra y ahí murió, en su cueva, el año 1073, a los noventa años de edad.
Cuarenta años antes, había ingresado en el monasterio de Pechersk un joven llamado Teodosio. Este fue, más que el austero y solitario San Antonio, quien impresionó a la juventud rusa e hizo que floreciese intensamente la vida monástica. Era hijo de padres acomodados. Cuando era joven, se había vestido de esclavo y había trabajado con ellos en las tierras de su padre. Tal actitud horrorizó a su madre. Teodosio le dijo: "Madre mía, escúchame: Nuestro Señor Jesucristo se humilló y se degradó. También en eso estamos obligados a imitarle." Pronto tuvo que abandonar la casa paterna, debido a los golpes y amenazas que se le prodigaban. Entonces, empezó a trabajar con un panadero y aprendió a preparar el pan para los sagrados misterios. Finalmente, hacia el año 1032, ingresó en el monasterio de las Cuevas de Kiev.
Ahí sucedió a Barlaam en el cargo de abad. El fue quien organizó realmente el monasterio y dirigió a la primera generación de monjes rusos. Completó y ensanchó las construcciones e implantó en el monasterio la disciplina y la regla de San Teodoro el Estudita. Dicha regla no ponía únicamente el énfasis en la oración y mortificación como medios de santificación personal, sino también en la necesidad de las obras de misericordia y en la obligación de identificarse con los miembros dolientes del Cuerpo Místico de Cristo. San Teodosio adoptó tanto las prescripciones litúrgicas como las actividades sociales de los estuditas; así, fundó en el monasterio un hospital para los enfermos e inválidos, un albergue para los peregrinos y todos los sábados enviaba a los presos de la cárcel de la ciudad una carreta llena de víveres. Por otra parte, a diferencia de tantos otros monjes primitivos, el santo no huía del trato con los hombres, sus monjes tomaron parte en la evangelización de Kiev y extendió su influencia no sólo a su comunidad sino a la vida de toda la Rusia varangiana. Cuando Svyatoslav arrojó del trono a su propio hermano, Teodosio se le opuso abiertamente y, en varias ocasiones, defendió los derechos de los pobres y oprimidos. La práctica de los "startsy" o directores espirituales, tan característica de la vida religiosa del pueblo ruso, tuvo su origen en la época de San Teodosio, quien invitaba a los habitantes de Kiev, sin distinción de sexo, edad ni condición, a consultarle sus problemas y dificultades. Se cuenta que tenía especial cariño por Juan y María, dos esposos de la región, "porque amaban a Dios y se amaban entre sí."
En cierta ocasión en que el usurpador Svyatoslav invitó a cenar al santo, éste respondió: "No estoy dispuesto a sentarme a la mesa de Jezabel ni a comer el pan amasado con la sangre de un hombre asesinado." En una larga carta que escribió a Svyatoslav, le echó en cara su proceder, contrario a toda justicia y a toda ley y le comparó con el de Caín. El usurpador pensó entonces en desterrar a Teodosio, pero como no se atrevió a hacerlo, le escribió para tratar de ganárselo. La respuesta del santo muestra que, aunque no era un grande de este mundo, se sentía obligado a hacer respetar la autoridad del Evangelio: "¿Qué puede nuestra cólera contra vuestra fuerza, buen señor? Y, sin embargo, tenemos el deber de amonestaros e indicaros lo que es bueno para la salvación de las almas. Y vos tenéis el deber de escucharnos."
Han llegado hasta nosotros algunas breves homilías y extractos de los sermones de San Teodosio que concuerdan perfectamente con lo que sabemos de él por otro lado. Las cuevas de la época de San Antonio le habían parecido "estrechas y deprimentes" y, por ello, había ensanchado el monasterio en lo material y en lo espiritual. "El amor de Cristo se ha derramado sobre nosotros, por indignos que seamos de ello", decía, e invitaba a sus monjes a responder al amor con el amor y a difundirlo fuera del monasterio. "Recordando el mandato de nuestro buen Señor, os declaro, a pesar de mi indignidad, que debéis alimentar a los hambrientos con el fruto del trabajo del monasterio... ¿De qué serviría nuestro trabajo si Dios no nos ayudase y nos alimentase para sus pobres?" Según él, los monjes no debían vivir aislados, pues es imposible separar la fe de las buenas obras; pero éstas, por otra parte, no debían constituir un obstáculo para la oración: "Si pudiese, no dejaría pasar un solo día sin postrarme a vuestros pies a suplicaros que no desperdiciéis ni una hora de oración." Sin duda que una de sus exhortaciones más eficaces y conocidas fue la pregunta que formuló al rey de Kiev al oír las hablillas de los cortesanos en el salón del palacio: "Señor, ¿creéis que en el cielo vamos a tener que oír tantas tonterías?" Se ha comparado a San Teodosio con San Francisco de Asís, ese santo occidental por quien los rusos tienen tanta simpatía. En efecto, la bondad, humildad y paciencia de San Teodosio tenían su raíz en el amor de Cristo, que era para él la luz de un mundo a la vez hermoso y corrompido: "¿Qué servicio hemos prestado a Jesús para que nos haya elegido y rescatado de esta vida mortal? ¿Acaso no hemos pecado todos y no nos hemos apartado de su servicio?.. El nos buscó, nos encontró, nos puso sobre sus hombros y nos ha colocado a la diestra del Padre. ¿Acaso no es maravillosa su misericordia y su amor por los hombres? No fuimos nosotros quienes le buscamos a El, sino El quien nos buscó..."
San Antonio Pechersky imitó más bien a los ermitaños de Egipto, austeros, aislados, dedicados a una especie de mutua emulación en la penitencia. En cambio, San Teodosio Pechersky siguió el ejemplo de los monjes de Palestina, de los santos como Sabas y Eutimio el Grande y Teodosio el Cenobiarca, que nunca olvidaron que la penitencia corporal no es más que un medio para adquirir la pureza de corazón y de espíritu. La virtud, la bondad, la unión con Dios, son la finalidad de la vida religiosa. "Los jóvenes, decía San Teodosio, deben amar y obedecer a los ancianos y aprender humildemente de ellos; y los ancianos deben amar, ayudar y enseñar a los jóvenes. Nadie debe dejar que se conozcan sus mortificaciones." También predicaba la importancia que tiene en la vida comunitaria el hacer todas las cosas en común, de suerte que uno de sus monjes decía que un "Señor, ten piedad de nosotros" dicho fervorosamente en común, tenía mayor valor que todo el rezo del salterio en privado. Pero ello no impedía que hubiese ciertos períodos de retiro, como en Cuaresma. En esa forma, trataba San Teodosio de armonizar la vida contemplativa con la vida activa. Por otra parte, trataba igualmente de armonizar las necesidades de sus monjes (tal como eran, no tal como debían ser) con el llamamiento a extender el Reino de Dios sobre la tierra. En todo ello seguía la tradición de Palestina e imitaba el espíritu de San Basilio, el padre de los monjes de oriente.
Aunque pesaba sobre sus hombros la responsabilidad de una comunidad muy numerosa y tenía que velar por una gran cantidad de hijos espirituales, San Teodosio no dejaba de participar en los trabajos del monasterio, ya fuese en los campos o en el interior. Durante dos años, se encargó personalmente de cuidar al anciano monje Isaac, que apenas podía andar y no tenía ya fuerzas para nada. El abad le vestía, le lavaba, le cambiaba la ropa y le prestaba los servicios más humillantes y, después, iba a comer con la misma naturalidad con el príncipe de la ciudad. No tiene nada de sorprendente que su comunidad haya sido como una familia, "en la que los jóvenes respetaban a los ancianos y los ancianos tomaban en consideración a los jóvenes", donde el que caía, encontraba siempre a tres o cuatro de sus hermanos dispuestos a compartir con él la penitencia.
San Teodosio celebró con sus hermanos la Pascua de 1074 como de ordinario y murió una semana después. Según su deseo, fue sepultado en una de las cuevas del antiguo monasterio. Pero, en 1091, su cuerpo fue trasladado a la, iglesia principal. En 1108, los obispos de la provincia de Kiev canonizaron a San Teodosio. Fue ésa la segunda canonización que tuvo lugar en Rusia y la primera canonización de un "prepodobny" ("muy parecido"), es decir de un monje muy semejante a Cristo. Los católicos de Ucrania y Rusia celebran su fiesta el 3 de mayo y la de San Antonio el 10 de julio. La liturgia eucarística eslava menciona los nombres de ambos santos.
En nuestro artículo sobre San Sergio (25 de septiembre) damos algunas indicaciones bibliográficas sobre los santos de Kiev. El "paterik" de Kiev habla de San Antonio y de muchos de sus discípulos. Sobre San Teodosio, hay una vita muy detallada, traducida al inglés por G. P. Fedotov en Treasury of Russian Spirituality (1950). El Monasterio de las Cuevas fue devastado por los tártaros en 1240, en 1299 y en 1316; a pesar de ello, volvió a ser el primer monasterio de Rusia y uno de los principales sitios de peregrinación del país. Desgraciadamente, nunca volvió a alcanzar el nivel espiritual de la época de San Teodosio, a causa de la abundancia de los bienes de este mundo. En 1651, se fundó una imprenta en el monasterio. El albergue fundado por San Teodosio podía ofrecer hospitalidad a 2,000 personas, en el siglo XIX. La imprenta, el albergue y el monasterio fueron suprimidos cuando la revolución rusa celebró su décimo nono aniversario. Durante la segunda guerra mundial, los edificios del monasterio fueron destruidos. Las autoridades dieron permiso de reconstruirlos, en 1945, a petición de la Iglesia rusa ortodoxa
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10 de julio SAN CRISTÓBAL,(*) Mártir
Aguerrido y asaz petulante es el mozo. Sueña con aventuras y se ha propuesto no cejar en el empeño. Sabe que tiene buen porte y anda muy pagado de su figura gentil. Tan airosa es su facha que, andando los siglos, se leerá en el himno antiguo del Breviario Toledano: "Elegans statura, mente elegantior, -Visu fulgens, corde vibrans-, Et capillis rutilans" (Lindo talle, de mejor entendimiento -ojos alegres, corazón ardiente-, y de cabellos rubios rutilantes). Pero el mozo no conoce aún la Luz verdadera y sólo para mientes en sus ansias de gloria.
Se le conoce por varios nombres. Offero, Réprobo, Relicto y Adócimo. Por todos ellos responde el joven, muy pagado de su alcurnia y su linaje. Porque es el unigénito, y primogénito de un rey cananeo, cuya esposa veía transcurrir su vida sin descendencia. Su nacimiento le ha costado muchas lágrimas y muchos rezos.
Relicto -el nombre más usual en sus biografías- ha visto la luz primera en tierra cananea. Acaso en Tiro, acaso en Sidón. Ambas se disputan la supremacía de la Tierra de Promisión, dada por Dios hace muchos años a los hijos de Israel, en premio a los inmensos trabajos que padecieron por espacio de cuatro centurias uncidos a la tiranía de los faraones.
Ambas ciudades envuelven su cuna en leyendas mitológicas, y de ellas habla la Biblia en sus primeros libros. El Génesis (10, 19) designa a Sidón ya con este nombre, y en el libro de Josué (11, 8) Tiro pasa por ser una plaza fuerte.
Ambas asimismo rivalizaron en importancia y lucharon con denuedo para irrogarse la supremacía del mar, detentada a la postre por Tiro, madre de ciudades, como Hipona y Cartago, en África del Norte.
Las dos aportaron la madera incorruptible de los famosos cedros para el Templo que Salomón levantara a Yahvé, el Dios único. Hiram, rey de Tiro, había recibido del más sabio de los hijos de los hombres apremiante mensaje: "Quiero edificar a Yahvé, mi Dios, una casa como se lo manifestó Yahvé a mi padre David, diciendo: "Tu hijo al que pondré yo en tu lugar sobre tu trono, edificará una casa a mi nombre". "¡Manda, pues, cortar para mí cedros en el Líbano; mis siervos se unirán a los tuyos, y yo te daré lo que tú me pidas, pues bien sabes que no hay entre nosotros quien sepa labrar la madera como los sidonios".
Hiram contestó: "He oído lo que has mandado a decir. Haré lo que me pides en cuanto a la madera de cedros y cipreses. Mis siervos los bajarán del Líbano al mar y yo los haré llegar en balsas, hasta el lugar que tú me digas. Allí se desatarán y tú los tomaras, y cumplirás mi deseo proveyendo de víveres mi casa" (3 Reg. 5).
Por "el país de Tiro y de Sidón" pasó Jesús derramando mercedes. "Señor, hijo de David, ten lástima de mi: mi hija es cruelmente atormentada del demonio" (Mt. 15, 22), oyó el Maestro en estas tierras, cuyos habitantes supieron de la majestad omnipotente del Hijo de Dios y merecieron sus palabras de consuelo y esperanza "¡Ay de ti, Corozain!, ¡ay de ti, Betsaida!, que si en Tiro y en Sidón se hubiesen hecho los milagros que se han obrado en vosotras, tiempo ha que habrían hecho penitencia, cubiertas de ceniza y de cilicio. Por tanto, os digo que Tiro y Sidón serán menos rigurosamente tratadas en el día del juicio que vosotras."
Mas la historia no cuenta para Relicto, quien sólo piensa en aventuras y en oropeles. ¿Le empujan acaso los soberbios bajeles que el mozo contempla en el puerto de Tiro o en el de Sidón, y con los cuales ambas ciudades siguen manteniendo su hegemonía marítima, heredada de siglos, por el Mediterráneo? ¿O quizá su noble alcurnia, pues se sabe hijo de un rey o virrey, con poder y con súbditos? Tal vez su noble facha y gigantesca robustez. "Era además -escribe uno de sus biógrafos- de enorme robustez, hercúlea fuerza y de tan apuesta y agradable figura, noble aspecto y disposición en su persona, que atraía a sí los ojos de cuantos le miraban".
Para su sed de glorias, espoleada por su noble porte, Relicto pone su espada al servicio del rey. Pero un rey poderoso, no el que rige aquellos territorios. El apuesto mozo toma a deshonra servir a un monarca corto de talla y de glorias. ¿Cómo Relicto, de estatura gentil, de ojos ardientes y de cabellos rubios, valeroso y aguerrido, gigante membrudo, puede rendir su espada invicta ante un insignificante reyezuelo?
"Púsose a considerar su elegante estatura, sus extraordinarias fuerzas, su corazón animoso, su valor tan celebrado, y, hallándose sirviendo a un rey cananeo, que, a la cuenta, o no era de mucha fama, o tenía cortas prendas para la corona, se desdeñó de servir como vasallo humilde a quien sólo le excedía en la fortuna del cetro, Pues muchas veces concedió la fortuna (en fin, como ciega y loca) las reales insignias a muchos que aun para ser mandados eran indignos. Y si abandonamos el fabuloso nombre de la fortuna, pues los cristianos no reconocemos fortuna fabulosa, sino decretos y permisiones de la divina Providencia, tal vez concedió Su Majestad el cetro a quien era indigno del trono porque no merecían los pueblos otra cosa que sus culpas, y no es éste el menor testigo de la ira, pues siente mucho el súbdito el golpe del azote cuando viene por mano del que debe ser en la república, no tirano, sino padre".
No quería el mozo mandar, sino ser mandado. Ansiaba sólo servir, pero buscaba rey que fuese digno de ser servido. "Soy discreto -pensaba-, robusto, galán, entendido, valeroso, y ¿he de sujetarme a quien considero indigno de mandar?"
Así, pues, deja Relicto aquellos lugares donde transcurriera su niñez y se pone en camino a la busca del rey mayor de la tierra. Tropiézase con Gordiano, emperador de Roma, empeñado a la sazón en lucha tenaz contra los persas.
Admiróse el monarca de la prócer estatura del nuevo soldado, enamoróse de su bizarría y se aficionó al valor que demostraba.
Llegado hasta el rey, Relicto habló sin miedo y sin tacha: "Yo, oh rey soberano, busco al mayor rey de la tierra, al rey de la mayor fama; no por interés villano de riquezas y hacienda, sino sólo por la noble codicia de honra y fama, que mis prendas, mi valor, mi gigantesca estatura, no son para servir a reyes pequeños, sino para emplearse en servicio del mayor rey del mundo. Yo allá, en Caná, servía a mi rey; mas me pareció que a un rey pigmeo no debía servir un soldado gigante. Sediento de triunfos, busqué al mayor rey de la tierra, y oí decir que a esta hora tú eras en la tierra el rey más famoso. Por eso dejé aquel rey y vengo a servirte a ti; porque ya que mi estrella me conduce a servir como vasallo, sólo he de servir al que es el mayor rey del mundo".
Pagóse el rey de la libertad de la respuesta, o "acaso por la lisonja de oírle decir que era celebrado en la tierra por el rey mayor; que este pestilente aire de la lisonja suena, mejor que en otros, en los reales oídos. Facilísimamente pasa al pecho, que es un cebo muy dulce, y gana tanto la voluntad que pocas veces se le cierran las puertas del corazón.
Entra Relicto a formar parte de las tropas del rey, y tanto es su valor y tanta su destreza en el combate, que el monarca lo tiene junto a sí en los momentos de peligro.
Y, cuando vuelven las banderas victoriosas, el monarca abre sus salones a la alegría del triunfo. Relicto asiste a la fiesta, y contempla con asombro que el rey palidece cuando uno de los juglares exalta el poder de Satán.
"Luego Satán es más poderoso que mi rey -piensa Relicto-. He de ponerme a su servicio."
"Relicto no era el primero ni el último hombre que entre los de su estirpe creyeran en Satán, el antagonista del hombre, el príncipe de este mundo; le concebía como encarnado y real, y como a tal le seguía".
Sale Relicto al encuentro de Satán, "el rey más poderoso de la tierra". Únese a su cortejo, presto a desenvainar la espada tan pronto el enemigo haga acto de presencia. Gran algarabía reina en los ejércitos de Satán. Mas Relicto observa que todos palidecen cuando divisan una cruz en el camino. Satán ordena un largo rodeo. El soldado se extraña.
¿No viste una cruz que estaba en el camino real? —responde malhumorado Satán a las preguntas del gigante.
La divisé, como todos los demás.
-Pues sabe que sólo por no pasar junto a ella me aparté del camino, aunque conocía la grave molestia que se le seguía a mis gentes.
-Pues, ¿qué mal te hace aquella cruz? ¿Es más que un palo? ¿Es más que un madero? Yo paso junto a ella sin susto -respondió, desdeñoso, Relicto.
-Esa cruz que has visto es insignia de un capital enemigo mío, que se llama Cristo. Un hombre que, por malhechor, ha muerto crucificado en esa cruz.
-¿Qué Señor es ése que tanta virtud da desde esa señal que ella sola llena tu pecho de pavor?
Satán permanecía callado. No quería confesar su derrota. Relicto insistía.
-¿No dices que ya murió en esa cruz? Pues, ¿qué te asusta, si ya perdió la vida?
Ante el mutismo de Satán, Relicto toma una decisión tajante.
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-"Yo voy a buscar a este Cristo, que es, sin duda, más poderoso que Satán."
-"Con qué suavidad, oh Cristóbal! -exclama fray Tomas Monzón-, te va llevando hacia sí la gracia. Ya da luz a tus pasos para que sigas la dicha. Y más acelerados fueran si este enemigo te hubiera dicho también que Cristo había muerto en esa cruz por ti, por sacarte de su tiranía y redimirte de la esclavitud de la culpa; pero ya lo vas conociendo, y veremos cómo diste pasos tan gigantes que desquitaste todo el tiempo perdido, sacando ventaja en la carrera a muchos que lo conocieron con más tiempo".
Ya tenemos a Cristóbal soldado de Cristo, "El joven licencioso, pagano, que recorre el mundo en busca de la felicidad, pero está preocupado de hallar la verdad y acallar su conciencia, que le reprende sus extravíos, ha encontrado el verdadero camino, la auténtica dicha."
La leyenda esmaltó con bellas narraciones la vida del gigantesco soldado de Cristo. Resulta complicado y harto difícil discernir la fantasía de la verdad. La gran popularidad de San Cristóbal, perpetuada en copiosa iconografía, desparramada por todo el mundo, contribuyó poderosamente a la exaltación de tales gestas, basadas en hechos reales, pero salpicadas con fuertes dosis de imaginación.
No puede negarse la existencia del mártir. "Fue -afirma el padre Cascón- más que suficientemente probada por el jesuita Nicolás Serario en su tratado sobre las letanías (Litaneutici) (Colonia 1609), y por Molanus en su Historia de las pinturas e imágenes sagradas (De picturis et imaginibus sacris) (Lovaina 1570)."
La corroboran "los testimonios de los Bolandos, críticos eclesiásticos cuya misión es examinar los documentos relacionados con los santos, especialmente de los primeros tiempos, para depurarlos de lo que en ellos haya podido mezclarse de legendario, reduciendo la tradición a los límites lógicos que, como fuente de la historia, pueden admitirse".
La patentizan los martirológios y misales antiguos, y el breviario mozárabe, en los que se alude a la existencia de Cristóbal, "mártir de Cristo bajo el reinado de Decio, emperador", y "en Licia, San Cristóbal, mártir, el cual en el imperio de Decio, deshecho con varillas de hierro y librado, por virtud de Cristo, de la voracidad de las llamas, finalmente acribillado a saetas y cortada la cabeza, consumó el martirio".
El Martirologio da el 25 de julio como fecha de la muerte de Cristóbal, en cuyo día la Iglesia proclama el triunfo del Santo. Por coincidir la efemérides con la festividad de Santiago, Patrón de España, se traslada la conmemoración del martirio de San Cristóbal al 10 del mismo mes, en memoria de un singular prodigio acaecido en Valencia.
Dan fe, por último, las numerosas reliquias del mártir, desperdigadas por España. Se asegura que en el año 258, poco después de su martirio, fueron traídas a nuestra Patria las reliquias del mártir. Un brazo se conserva en Santiago de Compostela, una mandíbula en Astorga, y Toledo y Valencia poseen asimismo otras reliquias venerandas del insigne soldado de Cristo.
¡Cristóbal, soldado de Cristo! Ya sirve a un Señor, que a nadie teme y de todos es temido. Ha muerto en la cruz, ante la que tiembla Satán y ante la que se arrodilla humilde un viejo ermitaño.
-Decidme, hermano, ¿dónde he de encontrar a ese Cristo, Rey más poderoso que todos los pasados? -pregunta, sumiso, el arrogante soldado al eremita.
-¿Para qué queréis hallarlo?
-Con ánimo resuelto de servirle.
"Regocijóse en extremo el siervo de Dios con la ocasión tan buena que se le venía a las manos, conociendo que el Señor se la enviaba para que ilustrase aquel ciego entendimiento con las luces de la fe, transformando aquel corazón bruto en un diamante peregrino que pudiese servir de anillo en la divina mano".
Déjase Relicto instruir por el ermitaño, quien va descubriéndole los misterios de la fe verdadera.
-¿Cómo he de servir a mi nuevo Señor? -ínstale Relicto.
-Con la oración y el ayuno.
-No sé rezar.
-Ayuna entonces.
-¿No ves mi corpulenta estatura? He de comer más que los otros para mantenerme.
-Sírvele entonces con tu estatura y tu fuerza. Ayuda a vadear el torrente a los caminantes que lo precisen.
-Relicto obedece al ermitaño. Su cuerpo gigantesco transporta a nado sobre sus hombros a los que no se atreven a vadear el peligroso río.
De esta guisa comenzó el nuevo soldado de Cristo a servir a su Señor. Hasta que un día divisó un niño bien pequeño en la misma ribera del río. Preguntóle qué deseaba y el pequeño le respondió que le pasase a la otra orilla. Tomóle Relicto y se lo puso al hombro, teniendo por cosa de juguete el peso.
Dejemos a uno de los biógrafos narrarnos el milagroso hecho, que inspiró la iconografía del Santo más difundida desde el Medievo.
"Cristóbal entró animoso al río con su báculo, como jugueteando con las ondas; pero a pocos lances conoció que aquel alto bajel se iba a pique, arrebatado de la furia de la corriente. Crecían las aguas, entumecíanse las olas; procuraba cortarlas valiente, haciendo en la arena pie firme; por nada le valía, porque el pequeño Niño que llevaba en sus hombros tanto le abrumaba con el peso que si él mismo no le diera (aunque él no lo conocía) la mano, como a San Pedro, para librarle del naufragio, en ellas hubiera hallado Cristóbal su sepultura. Rendido, como sudando y gimiendo, salió a la orilla y puso (bien que admirado) al Niño en la arena, y le dijo al que imaginaba niño estas palabras: "¿Quién eres, Niño? En grande peligro me has puesto. Jamás me vi en riesgo de perder la vida, sino hoy, que te llevé sobre mi espalda. Las coléricas aguas aumentaban su enojo, y Tú ibas multiplicando el peso. No pesabas tanto al principio. ¿Quién eres, Niño, que tan en la mano tienes hacerte ligero o pesado? Creo que más pesas Tú que el mundo, pues éste no me acobardara con el peso, aunque me lo echara al hombro".
Entonces Cristóbal oyó la respuesta que le abriría de par en par las puertas de la gracia y le señalaría el nombre que habría de adoptar en el bautismo.
"Te llamarás Cristóforo, porque has llevado a Cristo sobre tus hombros. No te admires, Cristóbal, de que yo te pese más que el mundo, aunque me ves tan niño; porque peso yo más que el mundo entero. Yo soy de este mundo que dices, el único Criador; y así no sólo al mundo, sino al Criador del mundo, has tenido sobre tus hombros. Bien puedes gloriarte con el peso: Yo soy Cristo: Yo soy ese Señor que buscas: Ya hallaste lo que deseas, y a quien has servido tanto en estas obras piadosas, y, aunque sobra mi palabra para crédito de mi verdad, pues sólo porque yo lo digo tiene su firmeza la fe, ejecutaré un prodigio para que conozcas la grandeza de este Niño pequeño. Vuélvete a tu casa, no tienes ya que temer las olas. Fija en la tierra ese árido tronco que te sirve de báculo, que mañana le verás no sólo florido, sino coronado de frutos".
Y el prodigio fue. A la mañana siguiente la estaca seca plantada en el suelo se había trocado en esbelta palmera cuajada de frutos.
¡Cristóbal, portador de Cristo! De cuatro maneras -observa monseñor Tihamer Toth- llevó el gigantesco soldado a su nuevo Señor. Sobre sus hombros, cuando el paso del río; en los labios, por la confesión y predicación de su nombre; en el corazón, por el amor, y en todo el cuerpo, por el martirio.
Ya está preparado Cristóbal para recibir el bautismo. Se lo administra el santo patriarca Babilas en la basílica de Antioquía. Relicto cambia de nombre al profesar su fe en el Redentor. De aquí en adelante se llamará Cristóbal, es decir, portador de Cristo.
Mas quien ha llevado una vez a Cristo sobre sus hombros ha de llevarlo siempre con su ejecutoria. De nuevo la tradición aporta una leyenda ejemplar y bellísima.
"Allá en el siglo III de la Iglesia, a un valerosísimo cristiano, de real estirpe, le abofetea en la plaza pública un hombre de vilísima condición.
El soldado le coge con sus puños de hierro. Le derriba en el suelo. Desenvaina la espada y la alza para darle el golpe de muerte.
-¡Mátale, mátale! -grita el gentío que le rodea, indignado por la cobarde y desvergonzada acometida del injuriador...
El soldado, como volviendo en sí, levanta los ojos al cielo, suelta a su ofensor, envaina la espada y dice:
-Le mataría si no fuera cristiano.
-¡Mátale! ¡Mátale! -le grita de nuevo el gentío.
-¿Matarle? Le mataría si no fuera cristiano...".
Aquel valerosísimo cristiano, de real estirpe, había recibido en el bautismo el nombre de Cristóbal.
Mas los días de Cristóbal están ya contados. Su ardoroso celo en la predicación evangélica espolea sus ansias. Licia primero, Samos después, oyen su inflamado verbo y presencian la conversión de muchos gentiles.
Y otra vez fue el prodigio. "En medio de la plaza de Samos se hallaba Cristóbal, a vista de todo el pueblo, arrastrados del prodigio de ver aquel monstruo (por tal le tenían) tan singular. Hablaba y predicaba; pero ni por señas le entendían. Lleváronle a la puerta donde residían los jueces; mas éstos tampoco alcanzaban los intentos de este hombre, porque ni él los entendía ni le entendían ellos, y así eran inútiles todos sus trabajos. No desconfió Cristóbal en medio de su aflicción; y si San Pablo dijo que todo lo podía en el Señor que le confortaba, lo mismo le sucedió a Cristóbal, pues, sabiendo que su Dueño era todopoderoso, y que dio lenguas a sus discípulos en el Cenáculo para que fuesen entendidos de diecisiete naciones distintas, hablando a cada uno en su particular idioma, conoció que aquí podía repetir el mismo prodigio, pues el mismo era su fin, que era predicarles la verdadera fe. Y así, en presencia de los mismos jueces, comenzó a clamar a Dios en oración tan fervorosa y humilde que, al verle todos con las rodillas en el suelo, clavados en el cielo los ojos, puestas las manos en el pecho, y que daba aquellas voces que nadie las entendía, los mismos jueces le volvieron como a loco las espaldas, dejándole como a tal por risa y escarnio del pueblo, que todo lo cercaba, o para ver el fin de aquel prodigio, o para entretenerse con el loco.
Aquí fue donde en medio de la plaza plantó su báculo, y, haciendo breve oración a Dios, se vio convertido en palma por segunda vez, ejecutando Dios aquel milagro por que no tuviesen por loco al que les predicaba a Jesucristo. Mas presto conocieron el fruto de la oración, que ellos, como bárbaros, imaginaron locura. Porque no bien había concluido su oración, cuando la divina gracia le concedió el don de lenguas, y con el nuevo favor comenzó a predicar de Dios las maravillas".
Llegó a oídos del rey Dagón el portentoso suceso, del que fuera protagonista uno de los cristianos, a quienes tenía ordenado por el emperador Decio su persecución y encarcelamiento. Mandó entonces el soberano soldados para que le prendieran, pero no se atrevieron y regresaron a palacio Sin Cristóbal. Enojóse sobremanera el monarca y redobló la guardia con la orden terminante de que condujesen a prisión al alborotador.
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Dejóse conducir Cristóbal maniatado, como vulgar facineroso, ante la presencia del reyezuelo, quien, colérico y enojado, preguntóle:
-¿De dónde eres? ¿Cómo te llamas?
-Soy cananeo. Mi nombre no es ahora el mismo que antes tenía. Antes me llamaba Réprobo, y bien decía mí nombre quién yo era, pues tales eran mis obras mientras ciego vivía, como vosotros, en las tinieblas de la gentilidad, que no sólo el nombre, sino todo yo era Réprobo, hijo del demonio, hijo de la perdición. Mas ahora me llamo Cristóbal, porque mí Señor es Cristo, Hijo de Dios verdadero.
-¿Qué nombre es ése? -replicó el tirano, disimulando su enojo--. ¿Es posible que, siendo tú bizarro y generoso cananeo, te sujetes a la vil servidumbre de este Cristo? Ese Cristo no es más que un hombre, que, por ser engañoso y malhechor, le quitaron la vida en una cruz. ¿A quién podrá salvar ese hombre si no pudo salvarse a si mismo? Deja, cananeo, ese nombre de cristiano, y no seas encantador, como ellos. Mira que mis palabras no son sólo amenazas: te aseguro que serán obras, que apuraré los martirios y te daré mil muertes si no sacrificas luego a nuestros dioses.
-Yo soy cristiano y adoro a Jesucristo -respondió con valentía Cristóbal-. A Jesucristo, a quien llevo en mi nombre, llamándome Cristóbal, gloriándome de Él como el apóstol San Pablo, pues le llevo en el nombre, en la boca y en el pecho. Pero tú te llamas Dagón, que quiere decir muerte, porque realmente eres muerte del mundo compañero del demonio; demonios son esos ídolos que adoras, hechuras de manos de hombres.
Montó en cólera el tirano y escupióle indignado.
-Bien se conoce que eres bárbaro cananeo. Bruto eres en el semblante, y de bruto son tus costumbres. Mamaste leche de fieras, y así de fieras son tus obras. No quiero gastar contigo mis palabras. Te mando que sacrifiques a nuestros dioses. Si lo haces te haré singulares honras, estarás a mi lado y serás de los principales de mi reino. Pero si no quieres sacrificar, sabe que infaliblemente has de morir y con los más rigurosos martirios.
Vano empeño del tirano, quien vio sorprendido que ya algunos soldados de su escolta proclamaban en su presencia que eran cristianos. Indignado el reyezuelo, los mandó degollar y recluir a Cristóbal en el calabozo.
De nuevo volvió a su intento Dagón. No se le ocultaba la extraordinaria importancia de que Cristóbal abjurase de sus creencias y sacrificase a los dioses. Preparó hábil estratagema. Niceta y Aquilina, dos cortesanas de vida licenciosa, visitarán a Cristóbal en la prisión y con halagos y seducciones le harán abjurar de su fe.
Mas, al verlas, "levantóse con brío en pie Cristóbal, con un aspecto tan feroz que, al ver la severidad y enojo de su semblante, cayeron en tierra desmayadas las mujeres, creyendo que no tenía más término su vida que hablar Cristóbal la primera palabra, pues rayos son los que arrojan los santos, que quitan la vida a sus enemigos".
Cayeron ambas en tierra, heridas por la gracia, y confesando sus muchas faltas y proclamando su arrepentimiento, imploraron de Cristóbal el perdón.
Dióles ánimos el mártir para que públicamente confesasen a Cristo e increpasen al tirano por su maldad. Llegadas a presencia del rey, echáronle en cara su impiedad y perfidia y burláronse de los falsos dioses, cuyas estatuas arrojaron al suelo ante el asombro de la corte.
Furioso el soberano, ordenó matar a las dos cortesanas, quienes, invocando el auxilio de Cristóbal y renovando su profesión de fe, entregaron sus almas al Creador en medio de crueles tormentos.
"Así fueron las dos coronadas en el mismo día, glorificando a Jesucristo con los mismos cuerpos con que antes le ofendieron".
Todo ello no sirvió más que para exasperar al rey, quien, fuera de sí, recapacitaba la forma de deshacerse de Cristóbal, a quien no podía vencer con halagos y vanas promesas.
Estaban ya contados los días del invicto soldado de Cristo. Ansiaba Cristóbal seguir presto la suerte de las dos convertidas por su virtud y santidad, y ansiaba también el tirano desquitarse de la afrenta infligiendo al Santo nuevos y crueles martirios.
Intentó de nuevo apartarle de la fe con el señuelo de honores y de glorias. Empeño vano. "Lo mismo era persuadirle que adorase sus dioses falsos y que mudase de propósitos, que enternecer una peña o ablandar un bronce", por lo que decidió darle muerte.
Mandó que lo azotasen con varillas de hierro, pero Cristóbal no cesaba de entonar himnos a Dios. Ordenó luego el tirano que le colocasen en la cabeza un casco de hierro al rojo vivo, cuyo tormento soportó el mártir con entereza, saliendo indemne de la dura prueba.
Desesperado el rey, dispuso que tendiesen a Cristóbal sobre una gigantesca parrilla, a fin de que fuese quemado a fuego lento. Mas las llamas respetaron el cuerpo del Santo y derritieron, en cambio, la parrilla.
Tanto prodigio exaspera al tirano, quien ve que la entereza de Cristóbal gana adeptos para la religión cristiana. Ordenó entonces que atasen el reo a un árbol y que cuatrocientos soldados disparasen sin cesar con sus arcos flechas hasta que el cuerpo de Cristóbal se rindiese. Mas Dios tenía dispuesto nuevo prodigio. Porque un día entero pasáronse los soldados arrojando flechas sin que ninguna diese en el blanco. Por el contrario, una de ellas clavóse en el ojo del monarca, quien quedó ciego.
La voz de Cristóbal resonó vibrante.
-Mi fin se aproxima. El Señor prepara ya mi corona; pero no la recibiré hasta mañana por la mañana. Hasta entonces no sanarás. Cuando la espada separe mi cabeza de mi cuerpo, unge tu ojo con mi sangre, mezclada con el polvo, y al punto quedarás sano. Entonces reconocerás quién te creó y quién te ha curado.
A la mañana siguiente, la espada del verdugo separa la cabeza del cuerpo de Cristóbal y el rey hace lo que el mártir le advirtiera. Al punto recobra la visión y, volviendo sus ojos a la verdadera fe, ordena a todos sus súbditos que adoren a Cristo y proscriban los dioses falsos.
Y Gualterio de Espira termina el relato del martirio afirmando que toda la nación siria se apresuró a cumplir el mandato del rey, más por los milagros de Cristóbal que por la orden del monarca.
Es San Cristóbal uno de los catorce santos auxiliadores de la humanidad por su acendrado amor a los hombres y a quienes los cristianos invocan con especial devoción en todas sus necesidades espirituales y materiales. Por haber llevado a Cristo sobre sus hombros, defendiendo al tierno Infante de ser arrastrado por las aguas, la cristiandad comenzó desde el Medievo a colocar su efigie en el interior de las catedrales para que su gigantesca figura ahuyentase a los perseguidores de la Iglesia y defendiese al propio tiempo los tesoros religiosos y artísticos guardados en el templo.
Los himnos litúrgicos proclaman desde muy antiguo la excelsa protección del soldado de Cristo a los caminantes, que no dudan en acogerse a tan excelso patronazgo, y pródiga es nuestra literatura -desde Gualterio de Espira hasta nuestros más modernos poetas, García Lorca y Antonio Machado, pasando por Cervantes- en inspirados cánticos al Patrono de los caminantes. No menos se hizo popular su efigie -siempre colosal y gigantesca, tomando por tema el de transpotar al Niño a través del torrente- que decora muchísimas catedrales y vigila los pasos de los automovilistas. Porque los que van sobre ruedas escogieron por Patrono a San Cristóbal, y cada día cobra mayor auge y esplendor la fiesta litúrgica y son cada vez más numerosos los que acuden con sus coches a recibir la bendición del Santo, prenda segura de buenos augurios.
Como muestra de la tierna devoción de los caminantes a San Cristóbal recogemos la oración del automovilista, que a diario rezan muchos de los que han de sostener el volante entre sus manos:
"Dame, Dios mío, mano firme y mirada vigilante, para que a mi paso no cause daño a nadie. A Ti, Señor, que das la vida y la conservas, suplico humildemente guardes hoy la mía en todo instante. Libra, Señor, a quienes me acompañan de todo mal: choque, enfermedad, incendio o accidente. Enséñame a hacer uso también de mi coche para remedio de las necesidades ajenas. Haz, en fin, Señor, que no me arrastre el vértigo de la velocidad, y que, admirando la hermosura de este mundo, logre seguir y terminar mi camino con toda felicidad. Te lo pido, Señor, por los méritos e intercesión de San Cristóbal, nuestro Patrono. Amén."
La efigie del coloso soldado de Cristo, colocada en el automóvil o en el camión, habrá salvado más de una vez de peligro cierto a quienes le invocan con devoción y fe.
ANTONIO ORTIZ MUÑOZ
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10 de julio LOS SANTOS SIETE HERMANOS*
Jesucristo se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. (Filipenses, 2,8).
Los siete hermanos, cuya fiesta celebramos, son los hijos de Santa Felicitas, ilustre romana del siglo II. Confesaron la fe valientemente ante la mirada de esta madre admirable que temía más, dice San Gregorio Magno, dejar a sus hijos vivos después de ella, que, como suelen temer los padres carnales, verlos morir antes.
10 de julio SANTA RUFINA y SANTA SEGUNDA, Mártires
Rufina y Segunda eran hermanas; sus padres las habían prometido a dos señores romanos, pero rehusaron casarse, porque ya habían elegido como esposo a Jesucristo. Se las encarceló y se las azotó para que consintiesen en la pérdida de la virginidad y de la fe. Se las arrojó al Tíber, pero un ángel acudió a sacarlas. Finalmente, fueron decapitadas por orden de los emperadores Valeriano y Galo, en el año 257.
MEDITACIÓN SOBRE LA NECESIDAD DE LLEVAR BIEN LA PROPIA CRUZ
I. Jesucristo amaba tiernamente a esta madre admirable ya las siete hijos que ella había educado para Él; amaba igualmente a estas dos hermanas que lo habían elegido por esposo. Por eso los admitió, a todos, a compartir con El sus sufrimientos. No te asombres: Dios ha resuelto salvar a los hombres solamente por la cruz. Jesucristo, para redimirnos, llevó la suya; tú, para salvarte, debes también llevar la tuya. Es el camino grande del cielo, aquél por el cual han pasado todos los santos; te extraviarás si buscas otro. No nos contentemos con adorar la cruz sobre los altares; no basta ello para salvarse. No hemos de adorar la cruz solamente, hemos de llevarla.
II. Los malvados llevan su cruz, pero para su condenación. Mira a los esclavos de la vanidad, de las riquezas, de los placeres; viven en continua inquietud de espíritu y en continuo trabajo. ¿Para qué? Para adquirir bienes que habrá que abandonar el día me nos pensado, y que los arrastrarán al infierno. Si se imponen tanta fatiga por una recompensa fugitiva, ¿no es, acaso, cobardía de nuestra parte rehuir el sufrimiento de un instante a cambio de una gloria inmortal?
III. Haz lo que te plazca: quieras o no, llevarás tu cruz. La llevarás como Jesucristo, que la pidió sin haberla merecido; o bien como el mal ladrón, que la llevó de mala gana y sin mérito. Es preciso pasar por los sufrimientos para llegar a la gloria. Dos caminos nos muestra Cristo: uno penoso que debemos soportar, otro feliz que debemos esperar. (San Agustín).
La mortificación Orad por los afligidos.
ORACIÓN
Haced, os suplicamos, Dios omnipotente, que los gloriosos mártires que tan valientemente confesaron vuestro Santo Nombre, nos hagan experimentar los efectos de su piadosa protección. Por I. C. N. S. Amén.
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