El silencio reverencial
El murmullo de la vida aparece incesantemente cada día cuando al alba, al escuchar el cantar de los pájaros en los árboles que rodean mi casa, cuando escucho estos cantos con tanta puntualidad, antes que amanezca, antes que la luz llegue como todos los días, como todos los años, como las estaciones y los siglos milenarios que nos han sucedido hasta el presente. El murmullo de la vida es tan silencioso que requiere de un estado singular de nuestra alma para ser escuchado. Un estado silente al caminar, un estado silente que podría ser el gran oído del corazón de los seres humanos, un oído que la vida pudiera necesitar para ser escuchada por toda la humanidad. La vida, que es un estado infinitamente primario y hasta el momento, un fenómeno único al que pertenecemos, único a nuestros sentidos desde que habitamos la tierra, muy al final de los últimos tres millones de años. Hasta el momento, no conocemos otro sistema o planeta que tenga este fenómeno, hasta el momento resulta ser único y sólo nuestro. La vida nació primero para luego acogernos como habitantes del planeta. A pesar de nosotros pertenecerle, el fenómeno de la Vida está amenazado nada menos que por nosotros mismos, pues el monstruo de la guerra ha alcanzado el tamaño de la locura, transformándose en la gran pesadilla de la razón. La vida como “fenomenun nostrum” grita en su silencio inocente lo que antes de nuestra época moderna era sólo un murmullo suave del universo.
El silencio es un estado espiritual por el que podemos lograr aquietar las voces altisonantes de los bombardeos que acontecen en el mundo y estar dispuestos a escuchar las manifestaciones vitales que provienen desde los seres vivos que nos rodean, con los cuales convivimos sin damos cuenta, en medio del ruido ensordecedor de la era moderna. Es un tipo especial de silencio el que talvez necesitemos para construir un instante de paz, un instante en que el ruido y la ceguera se detengan y percibamos a nuestros semejantes con ese murmullo en el trasfondo de nuestro presente. Porque la paz es el silencio de nuestra alma frente al fenómeno del SER UNIVERSAL que convive simultáneamente con nosotros y en nosotros.
El lenguaje de la paz es el lenguaje del silencio, nos hace capaces de oír la agitación de la vida, quien fluye con una suavidad que la caracteriza, un silencio tan masivo que enmudezca la sin razón y que permita que la existencia humana pueda seguir brotando a través de un acto que abandonamos a lo largo de la historia, un acto conocido como el diálogo entre los hombres. Este diálogo requiere hoy de nuevas categorías filosóficas. Hoy en día, el fenómeno esencial entre el hombre y la vida requiere, por un lado, de un espacio reverencial. Un espacio similar que podríamos denominar como respeto, a esa esfera como le llamó Martín Buber, que se dimensiona “entre los hombres”. El respeto hacia nuestros semejantes, así como la reverencia ante la vida, podrían ambos dar lugar al acontecimiento de pronunciar las “palabras principio”,(1) necesarias hoy como nunca antes, y que Buber denominó el Yo-Tú. “ El fenómeno fundamental de la existencia humana es el hombre con el hombre” dice Buber y en medio de esa esfera entre los hombres, podemos por un instante cerrar los ojos que juzgan y prejuzgan en la violencia, para abrir aquellos ojos del alma y así pueda emerger la tolerancia; un silencio fecundo capaz de convertir en un Tú, a ese ser humano que está cerca de mí, y que saludaremos en el día de la Paz y ojalá de allí en adelante, en cada día de la vida sucesiva.
de la red

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