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Respuesta  Mensaje 1 de 5 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD  (Mensaje original) Enviado: 14/07/2009 15:56


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Respuesta  Mensaje 2 de 5 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 14/07/2009 15:56

5 de julio
SANTA CIRILA,*

Virgen y Mártir

Al que escandalizare a alguno de estos pequeñitos
que creen en mí, mucho mejor le fuera que le ataran
al cuello una piedra y lo echaran al mar
.
(Marcos, 9, 41).

   Admira la fe y la caridad de Santa Cirila. El temor aun de parecer que sacrificaba en honor de los ídolos, siendo así motivo de escándalo para los demás, la hizo mantener con mano firme e inmóvil carbones encendidos mezclados con incienso. Este ejemplo de heroica firmeza convirtió a un gran número de paganos que, también ellos, soportaron los más crueles tormentos por el nombre de Jesucristo.

MEDITACIÓN SOBRE EL ESCÁNDALO

   I. No seas, para el prójimo, motivo de escándalo, de lo contrario serás culpable del pecado de tu hermano. Por tu vida escandalosa, precipitas al infierno a un alma redimida al precio de la sangre de Jesucristo. Examina bien tus acciones y tus palabras; y si has escandalizado a tu hermano, esfuérzate por reparar el mal causado y por darle buen ejemplo en lo futuro.

   II. Evita las acciones indiferentes que pudieran ser motivo de escándalo para las almas débiles. Si comiendo carne, escandalizo a mi hermano, decía San Pablo, nunca la comeré. No descuides tus prácticas de piedad porque los malos se escandalicen de ellas: ¡si el sol se pone no es por temor de incomodar a las lechuzas! Oh mi amable Jesús, habéis muerto en la cruz, sabíais, sin embargo, que la cruz sería motivo de escándalo para los judíos. Es preferible ocasionar un escándalo antes que ocultar la verdad. (Tertuliano).

   III. No te escandalices fácilmente del mal, verdadero o aparente, que ves. Excusa los defectos ajenos en cuanto puedas; excusa la intención, si el acto es evidentemente malo. Desvía la vista de los malos ejemplos que te den; ¿Por qué imitas siempre lo que hay de malo en los demás? Los sabios y los insensatos contribuirán, si tú quieres, a tu formación. El sabio y el insensato sirven para formar al hombre prudente: aquél le enseña lo que debe hacer, éste lo que debe evitar. (San Euquerio).

 El buen ejemplo
Orad por la propagación de la fe. 

ORACIÓN

   Que la bienaventurada Cirila, Virgen y mártir, implore por nosotros vuestra misericordia, oh Dios nuestro, ella que siempre os fue agradable por el mérito de su castidad y por su valentía en confesar vuestro santo Nombre. Por J. C. N. S. Amén.


Respuesta  Mensaje 3 de 5 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 14/07/2009 15:56

5 de julio
SAN ANTONIO MARÍA ZACARIAS (*)
Confesor

   
   Nació en Cremona (Italia) el año 1502 y murió en la misma ciudad el 5 de julio de 1539. Basta la escueta indicación de estas fechas para comprender la trascendencia que, para la vida de la Iglesia, tuvieron los días que vivió Antonio María Zacarías. Inquietud y aspiración de reforma, ansias de renovación por caminos no siempre gratos a la jerarquía eclesiástica, miedo pusilánime en unos y excesos imprudentes en no pocos, definen el clima en el que debía germinar la semilla de un nuevo reformador santo, entre otros que, como San Cayetano de Thiena y San Ignacio de Loyola, produjo la Iglesia católica en el siglo XVI. Reformador, santo y, además añadimos, precursor del gran San Carlos Borromeo en la elevación espiritual de la diócesis de Milán.

   Antonio María fue obra de la gracia, que comenzó por materializarse en el regalo de una piadosísima madre; de su seno salió a contemplar la luz de este mundo y de sus brazos tuvo la dicha indecible de volar a contemplar la claridad de Dios. La buena Antonieta Pescaroli recibió con conciencia de responsabilidad el encargo y la confianza que la Providencia en ella depositó al darle un hijo para hacer de él un buen cristiano; por fidelidad a él, y para mejor dedicarse a su formación, rehusó la joven viuda un nuevo matrimonio. Antonio María Zacarías pudo así aprender de su madre a ser pobre para poder ser caritativo, hasta tanto que, con el fin de facilitar a ésta el ejercicio de la caridad en favor de los necesitados, renunció notarialmente a los bienes que le correspondían por herencia paterna; se nos hará, pues, natural que, como un necesitado más, solicite humilde de su madre lo indispensable para su sustento, sin permitirse jamás nada que pueda parecer superfluo o lujoso; para Antonio María supondría ello privar a otros de lo necesario para vivir.

   Quiso prepararse por el estudio de la medicina para ser un ciudadano útil a sus hermanos los hombres. Pero el Señor le quería escoger para curar dolencias de otra índole. En los años de estudiante la piedad y amor a la Santísima Virgen, a quien había consagrado su virginidad, sostuvo firme su propósito de virtud y su espíritu de caritativo servicio a los hermanos, que fue poco a poco transformándose en el deseo de ser sacerdote. Pero, a pesar de que la decadencia de las costumbres, aun en el clero, hiciera a sus contemporáneos poco respetable la dignidad sacerdotal, supo él descubrir la grandeza de la misión del sacerdote, a la vez que la profundidad de su indignidad, de manera que sólo por el prudente consejo de su director espiritual se decidiera a entrar por el camino del sacerdocio.

   En una época en que la Reforma de la Iglesia aspiraba no solamente a la purificación de las costumbres, sino a la consolidación de la doctrina, no bastaba ser virtuoso para responder a las exigencias que su tiempo tenía, consciente o inconscientemente, respecto de los sacerdotes. Hacía falta doctrina sólida inspirada precisamente en las fuentes puras de la revelación, en la Sagrada Escritura. Visto desde la perspectiva del siglo XX, nos parece sumamente moderno y actual el esfuerzo puesto por Antonio María Zacarías, estudiante para el sacerdocio, de llegar a la comprensión de la doctrina católica, en la teoría y en el espíritu de San Pablo, a través de sus preciosas epístolas. Libertad y gracia, virginidad y cuerpo místico, locura por Cristo crucificado y desprecio de las realidades terrestres, son unos de los muchos temas en los cuales se fue empapando el futuro apóstol y reformador, cuya íntima preocupación no fue otra que la de reproducir la imagen del apóstol Pablo, gran enamorado de Cristo.

   Once años escasamente fue Antonio María sacerdote; pero los santos saben vivir con intensidad su tiempo, y así debió vivirlo quien en tan poco tiempo mereció ser llamado por su bondad y caridad, por su prudencia y celo, el "Angel de Cremona" y el "Padre de la Patria". Su madre le enseñó a compadecer y a aliviar el sufrimiento ajeno, y, ordenado sacerdote, no tuvo que hacer otra cosa que seguir la misma trayectoria, poniendo al servicio de sus hermanos el gran don del sacerdocio, que fue en él luz, mortificación, amor.

   En un siglo de exaltación de la razón y de la cultura, y de optimismo desbordado por los valores humanos, Antonio María Zacarías luchó por llevar a los creyentes la ceguera de la fe y la locura de la cruz; la Eucaristía y la pasión fueron las devociones que con mayor ardor trató de inculcar en el pueblo cristiano, y aún perduran todavía ciertas prácticas que él introdujo, como son el recuerdo piadoso de la pasión y de la muerte del Señor al toque de las tres de la tarde de todos los viernes, y la práctica de las cuarenta horas de adoración al Santísimo Sacramento, solemnemente expuesto sucesivamente en diversas iglesias para salvar la continuidad del culto.

   Los santos no suelen ser guardianes egoístas de los tesoros que en ellos deposita la gracia; buscan la comunicación abundante y fecunda, en vistas a una mayor eficacia apostólica; por esto es frecuente que en torno a ellos surjan familias religiosas vivificadas por su espíritu y penetradas de su misma inquietud apostólica. Antonio María descubrió en el mundo en que la Providencia le situó, una gran indigencia; vio en su cristianismo una radiante luz que la colmara; y su vida personal, lo mismo que la de los clérigos de la Congregación de San Pablo, no será otra cosa que la dedicación a la obra de la salvación de los hermanos, en el sacrificio total de las apetencias puramente personales. Así nació en Milán esta asociación para la reforma del clero y del pueblo, que más tarde sería conocida con el nombre de los "barnabitas", por la sede en que se instalaron definitivamente a partir del año 1545. Clemente VII la aprobó en 1533. Un sacerdote y un seglar, Bartolomé Ferrari y Jacobo Morigia, fueron sus primeros colaboradores. Y no solamente en el espíritu y la doctrina quisieron estos hombres de Dios imitar a San Pablo; como éste en el foro, se lanzaron ellos a las calles de Milán, predicando, mucho más que por la preparación de su elocuencia, por la austeridad y la mortificación de la vida. No faltaron quienes se escandalizaron ante estas santas "excentricidades", acusándoles de hipócritas y aun heréticos. Se les promovió una causa ante el senado y la curia episcopal de Cremona, de la que la nueva asociación salió fortalecida, pues le valió la bula de Paulo III, quien el año 1539 puso a la nueva Congregación religiosa bajo la inmediata jurisdicción de la Santa Sede.

   Con el fin de llevar el espíritu de la Reforma a las jóvenes y a las mujeres, Antonio María transformó un instituto erigido, con esta finalidad por la condesa Luisa Torrelli de Guastalla en monasterio de religiosas que tomará por nombre el de Angélicus, que fue también aprobado por Paulo III. Siguiendo fiel a su espíritu, la base de la transformación religiosa y moral la puso el fundador en la instrucción religiosa, sin la cual no puede existir una verdadera reforma. San Carlos Borromeo se sirvió de ella aun para la reforma de los monasterios, elogiándola tanto que la llamó "la joya más preciosa de su mitra".

   No sería completa la reseña sobre la obra de San Antonio María Zacarías si pasáramos por alto una de sus preocupaciones que plasmó en una realización que a nosotros, hombres del siglo XX, nos parece especialmente interesante y actual. Consciente por experiencia propia de lo que la vida familiar, honradamente vivida, puede colaborar en la elevación de las costumbres privadas y públicas, creó una Congregación para los unidos en matrimonio, ordenada a la reforma de las familias.

   Al echar ahora una mirada retrospectiva sobre la vida de Antonio María, canonizado el 27 de mayo de 1890 por Su Santidad el Papa León XIII, llama poderosamente la atención no sólo la abundancia de su obra, realizada en tan breve espacio de tiempo, sino también, y en mayor grado aún, la perspicacia y claridad de la visión que tuvo de los problemas, que le hizo buscar los remedios verdaderos y permanentes de todas las situaciones difíciles de la vida de la Iglesia: el estudio de la verdad, el amor de la caridad, el sacrificio por el hermano. Por esto San Antonio María Zacarías nos parece aun hoy un santo moderno, actual, capaz de iluminarnos con el resplandor de su vida y de su espíritu.


Respuesta  Mensaje 4 de 5 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 14/07/2009 15:57

5 de julio
SAN MIGUEL
DE LOS SANTOS
(*)

Confesor

   Los santos van delante. Son ejemplo y espuela para caminar. Viven en todos los climas y florecen en todos los siglos. Los santos son muchos. Cada tarde el santoral trae una brazada de espigas doradas, sin agotar con el año sus reservas. En el día 6 de julio la Iglesia ha abierto una hornacina para destacar las virtudes heroicas de San Miguel de los Santos, el "Extático".  

   Vich, una de las más antiguas y célebres ciudades de Cataluña, le vio nacer el 29 de septiembre de 1591, fiesta de San Miguel Arcángel. De él tomó su nombre. En la alborada del 10 de abril de 1625 dormía su último sueño en Valladolid, de cuyo convento era superior. En treinta y tres años tendió la escala y subió raudo de la tierra al cielo. Barcelona, Zaragoza, Pamplona, Madrid, Sevilla, Baeza, Salamanca, Valladolid son los puntos claves de su itinerario. Baeza y Valladolid fueron principalmente el campo de sus actividades apostólicas. En todas partes por donde pasó dejó, sin embargo, algo de Dios, como dejan los santos.

   Digamos que a San Miguel, preclaro hijo de la Orden de la Santísima Trinidad, se le puede admirar pero no se le puede seguir. Su marcha es vuelo, no andadura. Los modestos peatones no lograremos darle alcance.

   Digamos también que es hijo de su siglo, el Siglo de Oro de la mística. Le resultan familiares las cimas de la contemplación sin adherencias iluministas y asienta la perfección sobre el cumplimiento del deber y el servicio de la caridad. Sus escritos: Breve tratado de la tranquilidad del alma y El alma en la vida unitiva (octavas), no desmerecen de la Subida del Monte o Las Moradas.

   Digamos, por fin, que nació ya disparado hacia las cumbres. "El Beato Miguel de los Santos -leemos en el decreto de canonización- fue uno de aquellos verdaderos amantes de la virginidad que, a semejanza de Elías, Eliseo y Juan, como afirma el Crisóstomo, solamente se diferencian de los ángeles en que tienen un cuerpo mortal." Cálido elogio otorgado por la Iglesia en el momento de auparle al supremo honor de los altares.

   La virginidad brota encantadora en el huerto de la familia cristiana. Enrique Argemir, por dos veces consejero de la ciudad, y Montserrat Margarita Mitjana, padres de Miguel, supieron labrar un hogar reciamente cristiano y ejemplar. Al aire de la salmodia mariana con la recitación del oficio parvo y el rosario en familia, y el canto solemne de las Completas los sábados en la iglesia de la Rotonda, donde padre e hijo reemplazaban a los sacerdotes cuando el rigor de la estación o los achaques de la edad les impedían asistir, nació en el niño un amor entrañable a la Madre de Dios y a la virginidad. La estima de la castidad se adelantó a la razón, pues, sin contar los seis años, en el convento de madres dominicas hace voto a los pies de la Virgen de guardarla siempre. Voto que renovará poco después ante la imagen de Nuestra Señora de la Guía. Y como rúbrica de la sinceridad de sus deseos, antes que despierten los estímulos de la concupiscencia, desgarra sus carnes tiernas en un zarzal, aprovechando el descuido de sus deudos y queriendo emular -dice- el gesto de San Francisco de Asís.

   Miguel es un eremita frustrado. Por dos veces huyó de la ciudad. ¿Hacia dónde y para qué? Como a tres leguas del lugar se alza el Monseny, montaña solitaria santificada según se dice por San Segismundo, rey de Borgoña, cuya historia posiblemente oyó contar a sus mismos padres. Con soledad, penitencia, oración y silencio piensa levantar una muralla que defienda su virginidad. Alma contemplativa, sabe interpretar el lenguaje de Dios en el campo callado, en la torrentera clamorosa, en la cresta bañada de luz. Con una vida austera y penitente "acompañará mejor al Señor en su Pasión y expiará los excesos de los pecadores". De los pecadores, por los que, desde niño -depone su hermana Magdalena en el proceso-, "rezaba diariamente una oración y no podía terminar sin llorar copiosamente". Le falló el golpe las dos veces, y hubo de reintegrarse a la casa paterna, conservando como recuerdo de aquella travesura ingenua y fervorosa un amor acrecentado a la penitencia y maceración. Desde entonces se dará maña para usar y esconder un manojo de sarmientos y una piedra que utiliza cada noche como jergón y cabezal.

   Dios llamaba. Miguel, escapándose, no acertó a descifrar la llamada. Rectifica. Ahora mendiga asilo en todos los conventos de Vich. Demasiado niño, atrae, pero no convence. Prefieren esperar. El Pobrecillo de Asís recibirá las quejas porque no quiso admitirle entre sus hijos. Por fin, a los doce años, ingresa en el convento de Barcelona de los trinitarios calzados. La vida la encuentra excesivamente blanda para su carácter rigorista, y se iluminan sus ojos cuando un fraile, de paso en la casa, le habla de la reforma que está en sus comienzos. Solicita y obtiene licencia, y en Pamplona recibe el hábito de la rama de los descalzos. Se encuentra centrado y a gusto. Va más allá de lo que las reglas piden. La celda apenas la necesita. Cuando la campana levanta a los frailes de sus lechos, a Miguel le sorprende en el coro. Allí ha dormitado ligeramente en los descansos de la oración. Es el fraile observante y fervoroso. Vive lo que más tarde escribirá: "Sin sosiego, en quietud andar procure". Frecuentemente la oración le sube tanto que le deja suspendido en éxtasis: el "Extático". Y para encenderle en fuego de amor todo sirve: la conversación, el estudio, el trato con Dios, la contemplación de la naturaleza...

   Estudiaba en la universidad de Salamanca. El maestro Antolínez explicaba el tratado de la Encarnación, y el comentario teológico recaía sobre la gratitud que debemos los hombres a la sangre de Cristo. Fray Miguel da tres saltos y se mantiene como un cuarto de hora elevado en el aula. Se hace un silencio denso, impresionante. El maestro, cruzando los brazos, comenta: "Cuando un alma está muy llena del amor de Dios difícilmente puede esconderlo". Dios traicionó la humildad de su siervo, pues desde aquel día profesores y alumnos acuden a él con problemas de espíritu.

   Ruidoso también, y en Salamanca, el éxtasis de Carnaval. Dolorido por los excesos de tales fiestas, improvisó una procesión que, saliendo del convento de los trinitarios, se concentró en la plaza de San Juan. Allí el padre Marcos predicó sobre la vanidad del mundo. Fray Miguel cayó en éxtasis, que impresionó y entusiasmó tanto a la muchedumbre, que le llevó en brazos a la próxima iglesia, sintiéndose tocados los oyentes de compunción y prometiendo hacer confesión general de sus pecados. Fray Miguel, tan honrado por Dios y por los hombres, se mantiene, sin embargo, comprensivo y no pierde de vista la tierra y los prójimos. En carta a sus hermanos les suplica "que no se olviden, por amor de Dios, de Jacinto (el hermano menor) y miren mucho por él, porque, según he entendido, han mirado poco, de lo cual he tenido harta pena". ¡Cómo se revela el corazón fresco de los años de la infancia!

   Durante su estancia en Baeza dos religiosos poco edificantes se dieron maña para hacer llegar al provincial de la Orden una acusación tan grave como falsa. La maniobra triunfó y a fray Miguel le costó diez meses de prisión. Los amigos le rogaban que se defendiera. "Eso toca a Dios -respondía-. A mí toca conformarme con su voluntad". Al fin se hizo la luz y fray Miguel fue el mejor defensor de sus acusadores.

   Hábilmente sabía esconder su talento nada común entre los pliegues de una modestia y sencillez encantadoras. Durante mucho tiempo se le creyó útil para orar, pero no para gobernar. A voces se proclamaba él "ignorante, incapaz y pecador". Y con la misma humildad con que se refugiaba en la celda o cruzaba avergonzado entre la muchedumbre después de los éxtasis, como delincuente que hubiera sido sorprendido en plena fechoría, con el mismo gesto rechazaba cualquier insinuación de puestos o cargos. En 1622 el padre vicario general, en el Capítulo general de la Orden, le propone para superior del convento de Valladolid. Los cuatro definidores se oponen, y sólo ante la insistencia del padre vicario transigen con una fórmula de compromiso: al superior se le dará un vicario que, prácticamente, lleve el peso del gobierno. Los hechos demostraron que se bastaba el superior y le sobraba el vicario, acreditando sus dotes de gobierno nada comunes: delicadeza exquisita, suavidad en el mandato, comprensión, sentido sobrenatural, entrega total a la casa y a los súbditos, talento práctico, celoso defensor con la palabra y la conducta de la exacta observancia y de la puntualidad, conciencia de la propia responsabilidad..., todas estas cualidades hacían amable la obediencia y el cumplimiento de la ley. El superior era la norma viva de pobreza, abstinencia, vigilia, equilibrio interior y dominio exterior, sin que el fracaso ni el éxito pudieran quebrar la sonrisa de sus labios y la fortaleza de su espíritu.

   No menos ejemplar a la hora del sacrificio. La misa de San Miguel llegaba después de una doble preparación: espiritual, por la oración, y corporal, por el ayuno y penitencia. No solía gastar menos de una hora. Los oyentes se enfervorizaban. Aquellos momentos largos, morosos, con los brazos extendidos, terminaban frecuentemente arrancando su cuerpo de la tierra y dejando entrever en el rostro la alegría del espíritu. Al volver en sí, las acometidas del amor eran en ocasiones tan fuertes que, víctima de la misma enfermedad, gemía con la esposa del Cantar: "Confortadme con pasas, recreadme con manzanas, que desfallezco de amor". Otro tanto sucedía orando ante el Santísimo u oyendo hablar del amor de Dios.

   Por eso brilla más su virtud. A quienes le estimulaban al ministerio de la predicación, ordenado sacerdote, respondía "que no empezaría a predicar hasta los treinta años, y que a los treinta y tres, como el Señor, se iría al cielo". Efectivamente, así fue. A la predicación no se consagró de manera habitual hasta los treinta años. Y siempre fue para él ministerio difícil y enojoso. El retraso obedeció, quizá, a que sus éxtasis no siempre arrancaban comentarios laudatorios en ambientes eclesiásticos y seglares. Y como se producían igual en el altar que en el púlpito, que en la conversación y en la visita, por prudencia convendría no forzarle a manifestarse en público. La dificultad nacía de la concentración y abstracción de sentidos, que entorpecían el manejo de la anécdota, el dato, los argumentos, y, más que nada, la memoria frágil, que le obligaba a encorvarse sobre los manuscritos horas y aun días y noches enteras. Pero, convencido que era voluntad de Dios, predicaba y cosechaba fruto copioso. Su oratoria era sólida, conmovedora y muy llana, Y los sermones seguían una doble orientación: el temor y el amor. Para despertar el primero volvía porfiadamente sobre los novísimos. Para acrecentar el amor predicaba con suavidad perfumada sobre la Eucaristía, la gloria del cielo y el amor de Dios. Las conversaciones pregonaban la fuerza de sus razonamientos. Otro tanto sucedía en el confesonario o a la cabecera de los enfermos. Los acontecimientos hicieron el mejor panegírico de su competencia como superior, de su prudencia como consejero y su acierto como director de almas.

   Y si con San Buenaventura creemos que Dios no suele otorgar tan altos carismas sino a los que recorrieron el camino en jornadas apretadas de oración, austeridad y humildad, ya que la unión extática bordea las cumbres adonde se puede llegar sin dejar la tierra, tendremos que concluir que San Miguel de los Santos vivió muy pronto en las cimas de la contemplación, y que, pese a su juventud, nuestra Santa Teresa de Jesús no habría dudado poner en su mano la llave de la séptima y octava mansión.

   San Miguel de los Santos hizo suyo aquel principio paulino: "Nuestra vida está escondida con Cristo en Dios".


Respuesta  Mensaje 5 de 5 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 14/07/2009 16:00

5 de julio
SAN ATANASIO EL ATONITA,*
Abad
(1000 d. C.)

   El Monte Athos, o sea el pico oriental del triple promontorio con que la península Calcídica penetra en el Mar Egeo, ha sido durante mil años el principal centro del monaquismo bizantino. Esa "república monástica", como se la ha llamado, no está en comunión con la Santa Sede desde hace muchos siglos Pero, a los comienzos de su organización y en los siglos anteriores, cuando el Monte Athos estaba poblado por pequeñas colonias de ermitaños, constituía un centro de ortodoxia católica en un sentido diferente del actual. Quien organizó el conjunto de monasterios en el Monte Athos, fue San Atanasio. Nació en Trebizonda, hacia el año 920. Era hijo de un antioqueño y recibió en el bautismo el nombre de Abraham. Hizo sus estudios en Constantinopla, donde; llegó a ser profesor. Cuando ejercía en dicha ciudad el oficio de maestro, conoció a San Miguel Maleinos y a su sobrino Nicéforo Focas. Este último había de convertirse en su protector, al ocupar el trono imperial. Abraham tomó el hábito en el monasterio que San Miguel gobernaba en Kimina de Bitinia y recibió el nombre de Atanasio. Ahí vivió hasta el año 958, más o menos. El monasterio de Kimina era una "laura", es decir, una serie de celdas aisladas, construidas alrededor de una iglesia. Cuando murió San Miguel Maleinos, Atanasio, previno que iban a elegirle abad, y huyó al Monte Athos. Ahí le reservaba Dios una responsabilidad todavía más pesada que el cargo de abad que había rehuido.

   Con las ropas de un rudo campesino y con el nombre de Doroteo, San Atanasio se retiró a una celda en los alrededores de Kairés. Pero su amigo Nicéforo Focas no tardó en descubrirle. El emperador Nicéforo que estaba a punto de emprender una expedición contra los sarracenos, pidió a Atanasio que le acompañase a Creta a organizaría y que le apoyase en la empresa con su bendición y oraciones. (Como es bien sabido, los contemplativos son con frecuencia grandes hombres de acción, lo cual, por lo demás, no tiene nada de extraño). Atanasio, venciendo su repugnancia a volver al mundo, acompañó a su amigo. Después de la victoria de la expedición, Atanasio pidió permiso al emperador para retirarse de nuevo al Monte Athos. Nicéforo Focas se lo concedió, pero no sin haberle regalado una importante suma para que fundase un monasterio. El santo construyó el primer monasterio propiamente dicho en el Monte Athos, a comienzos del año 961 y la iglesia dos años más tarde. San Atanasio dedicó el monasterio a la Santísima Madre de Dios; pero actualmente se le conoce con el nombre de "San Atanasio", o simplemente de "Laura", es decir, el Monasterio.

   Temiendo que el emperador le llamase a la corte, San Atanasio se refugio en Chipre para huir de los honores y cargos. Pero Focas, que descubrió nuevamente su escondite, le dijo que volviese a gobernar en paz su monasterio y le dio más dinero para que construyese el puerto de Athos. Adoptando para su monasterio el sistema de las "lauras", San Atanasio, que no estaba de acuerdo con las ideas monásticas de San Basilio y San Teodoro el Estudita, volvió en cierto sentido a la tradición monástica de Egipto. Los monjes de San Atanasio debían alejarse del mundo lo más posible. (Aun actualmente los monjes del Monte Athos, por regla general, "rompen todo lazo con el mundo"). San Atanasio tuvo muchas dificultades con los solitarios que ocupaban desde antiguo el Monte Athos y consideraban, no sin razón, que la precedencia les daba ciertos derechos de ocupación; dichos solitarios veían con malos ojos la construcción de monasterios, iglesias puertos y se oponían a las reglas que San Atanasio quería imponerles. El santo estuvo a punto de ser asesinado en dos ocasiones. Sabiendo e la violencia es capaz de corromper la mejor de las causas, el emperador Juan Tzimesces intervino, confirmó las donaciones que había hecho Nicéforo Focas, prohibió la oposición a San Atanasio y reconoció su autoridad sobre todo el territorio y los habitantes del Monte Athos. En esa forma, el santo quedó constituido en superior general de cincuenta y ocho comunidades de ermitaños y monjes, además de los monasterios de Ivirón, Vatopedi y Esfigmenú, que él mismo fundó y que se conservan todavía. San Atanasio murió hacia el año 1000, a consecuencia del derrumbamiento de la bóveda de la iglesia en la que se hallaba trabajando con otros cinco monjes. El nombre de "Atanasio el lauriota" o "Atanasio de Trebizonda" se menciona en la preparación de la liturgia bizantina.

   J. Pomialkovsky editó en 1895 una antigua biografía griega, muy completa, de San Atanasio el Atónita. El autor de dicha biografía fue el monje Atanasio, que conoció muy íntimamente al santo y le sucedió en el superiorato. L. Petit Analecta Bollandiana, vol XXV. 1906, pp. 1-89, publicó anotada otra antigua biografía griega, traducida en Irenikon, vol. VIII y IX (1931-1932). Los eruditos anglicanos se han interesado siempre por el Monte Athos y sus monasterios; mencionemos entre otros los nombres de Athelstan Riley, Kirsopp Lake, D. Hasluck y R. M. Dawkins. También en francés y en alemán existe una abundante bibliografía sobre el tema. Ver sobre todo P. de Meester, Voyage de deux Bénédictins (1908); F. Perilla, Le Mont Athos (1927), y T. Belpaire, en Irenikon, vol. VI (1920).



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