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Réponse  Message 1 de 5 de ce thème 
De: GAVIOTA LIBERTAD  (message original) Envoyé: 15/07/2009 06:36


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Réponse  Message 2 de 5 de ce thème 
De: GAVIOTA LIBERTAD Envoyé: 15/07/2009 06:37

27 de julio
 SAN PANTALEÓN,*

Mártir

Yo conozco tus obras, tienes
nombre de vivo, pero estás muerto. 
(Apocalipsis, 3, I).

   Hecho cristiano, San Pantaleón, médico rico de Nicomedia, no abandonó su profesión; no hizo sino ejercerla con más éxito: sanaba a los enfermos invocando el nombre de Jesús. Los médicos paganos, envidiosos de sus curaciones maravillosas que de este mod9 efectuaba, lo denunciaron al emperador l.1aximiano. Éste le hizo sufrir los más crueles tormentos; pero el santo, alentado por la aparición del Salvador mismo, los soportó con invencible valor. Fue por fin decapitado, hacia el año 305.

MEDITACIÓN SOBRE LAS ENFERMEDADES
DE NUESTRA ALMA

   I. El pecador está ciego: no ve ni las recompensas del paraíso ni las penas del infierno, ni la belleza de la virtud ni la fealdad del vicio; no considera sino el falso brillo de las riquezas, los encantos fa- laces de los placeres, y el vano aparato de la gloria mundana. Pecador, abre por fin tus ojos; considera que esos tesoros te abandonarán a tu muerte, que esos placeres yesos honores se desvanecerán como un sueño. Di a la vanagloria: adiós, eres sólo falsía, y, en partiendo, eres nada. (San Clemente de Alejandría).

   II. El pecador está enfermo. El desorden de los humores es la causa de las enfermedades del cuerpo; el desorden de las pasiones es la fuente de las enfermedades del alma; ellas turban nuestra razón y le impiden dirigirse a Dios. ¿De dónde provienen tus pecados? Del desorden de tus pasiones: amas lo que deberías odiar, te horroriza lo que deberías amar. Pasa revista a tus pasiones, examina tus deseos, tus inclinaciones y tus aversiones; y, después que hayas conocido su desorden, di a Dios: Señor, el que no os ama está enfermo.

   III. El pecador no sólo está enfermo, sino que está muerto, puesto que ha perdido la gracia; es más difícil convertir a un pecador que resucitar aun muerto. ¡Oh supremo Médico de nuestras almas, Vos que habéis dado vuestra vida para librarnos de la muerte del pecado, resucitadnos! Hagamos todo lo que podamos para salir del pecado, y pidamos a Dios que tenga piedad de nosotros. Estoy enfermo, llamo al médico; estoy ciego, corro a la luz; estoy muerto, suspiro por la vida. Vos sois el Médico, la Luz y la Vida, ¡oh Dios de Nazaret! (San Agustín).

El conocimiento de sí mismo
Orad por los enfermos.

ORACIÓN

   Haced, os lo rogamos, Dios omnipotente, que la intercesión de San Pantaleón, vuestro mártir, libre nuestro cuerpo de toda adversidad y purifique nuestras almas de todo mal pensamiento. Por J. C. N. S. Amén.


Réponse  Message 3 de 5 de ce thème 
De: GAVIOTA LIBERTAD Envoyé: 15/07/2009 06:37

27 de julio
 
BEATOS MELCHOR GARCIA SAMPEDRO
y JOSÉ MARÍA DÍAZ SANJURJO,(*)
Obispos y Mártires

¡Bajo la guía la Santísima Virgen 
no habrá cansancio, y con su favor llegarás
 felizmente al Puerto de la Patria Celestial!
(San Bernardo).

   "No hemos tenido un día de paz ni quietud, ni una hora en que nuestra vida no peligrase. El infierno entero se ha conjurado contra nosotros, y estos mandarines, como otros Nerones, se han propuesto concluir con la obra del Señor... Persecución cruel, hambre extremada y guerra civil son los tres azotes con que los neófitos del Tonkín central purgan sus pecados y labran una corona más brillante que el sol, que ceñirán por toda una eternidad. En un día cortaron la cabeza al sacerdote Huang y a cinco cristianos; al día siguiente a diez, y poco después a otros diez; luego a tres sacerdotes, y antes de todos éstos habían hecho pedazos en un solo día a trece cristianos. Ayúdenme con sus oraciones a lavar mis culpas con mi sangre y que consiga la palma del martirio."  

   Así escribía a su padres asturianos el Beato Melchor García Sampedro, religioso dominico, obispo misionero y mártir del Tonkín. Cuando estas líneas llegaban cruzando mares y saltando montañas hasta el concejo de Quirós, en Cortes -pleno corazón de Asturias-, unos ancianos padres se estremecían de emoción y zozobra preocupados por la futura suerte del hijo lejano. Y no iban descaminados. Poco tiempo habría de transcurrir entre esta carta y otra, no escrita ya de su puño y letra, en la que les describían su horroroso martirio. En la casa del mártir, congregada toda la familia, se leía la relación escalofriante de tanta firmeza y de tan heroica muerte; el silencio reinaba en la reducida estancia mientras crepitaban unos ramojos de chámara, hacinados sobre el fogaril. El padre bajaba la cabeza añosa, nevada por las canas, para ocultar las furtivas lágrimas, en tanto que la madre del heroico mártir -parecida en fortaleza a la de los santos Macabeos- le decía: "Juan, Juan, demos gracias a Dios, que nos ha dado un hijo tan santo".

   Nada menos que unos treinta mil mártires subieron al cielo, de 1856 a 1862, en Tonkín, bajo el mandato del feroz y sanguinario reyezuelo Tu-Duc, que en su cólera satánica planeaba exterminar la religión cristiana en sus dominios. Una espléndida floración de heroicos confesores de la fe festonearía aquellos fecundos campos con sus amapolas de martirio en los dilatados arrozales del Río Grande, regados con el sudor de tantos misioneros dominicos a través de los años desde 1676, fecha en que plantaron allí por vez primera la cruz de Cristo los hijos del Santo de Caleruega. Cuando en 1917 se inició el proceso ordinario de la causa de beatificación, englobaba nada menos que a 1.315 compañeros de los 30.000 que fueron martirizados bajo la sañuda égida de Tu-Duc; pero, dado el ingente número de mártires, a fin de acelerar el curso de la causa, se eligió solamente a 25 para que la Sagrada Congregación de Ritos determinara su martirio oficialmente. Así el 29 de abril de 1951 eran proclamados solemnemente Beatos los obispos mártires José Díaz Sanjurjo y Melchor García Sampedro con otros 23 indígenas, entre ellos cuatro religiosos dominicos y los restantes seglares, de los cuales siete padres de familia. ¡Qué fulgente corona en las sienes de la Iglesia!

   Veamos ahora brevemente los principales rasgos biográficos de los dos heroicos obispos dominicos españoles. Galicia y Asturias son la cuna de José María Díaz Sanjurjo y de Melchor García Sampedro, respectivamente. El 25 de octubre de 1818, en la aldehuela de Santa Eulalia de Suegos, diócesis y provincia de Lugo, veía la luz primera el aventajado latinista lucense, notable teólogo y legista compostelano, brillante profesor de la universidad de Manila, fervoroso misionero de Tu-Da y Mi-Dong, obispo de Platea y vicario apostólico del Tonkín central: José María Díaz Sanjurjo. A su vez, tres años más tarde, el 28 de abril de 1821, en una de las "quintanas" del concejo asturiano de Quirós, metido entre las montañas que suben hacia León, dando vista a la llanura castellana, nacía en Cortes el mayor de siete hijos, Melchor García Sampedro, el cual, para aprender los primeros latines, caminaría mañana y tarde tres kilómetros hasta Bárzana de Arrojo, pobremente abrigado, con un "fardel" a la espalda, donde llevaba los libros y una frugal comida. Tras un examen brillantísimo de cultura general pudo matricularse en la universidad de Oviedo y llegar a ser preceptor del colegio de San José, de la misma ciudad.

   La vida de ambos Beatos discurre bastante paralela, desde el mismo parecido de su cuna en humildes hogares de labrantío, que si escasean en fortuna sobreabundan, en cambio, en fe y piedad, hasta su glorioso martirio como misioneros y obispos del mismo Vicariato Apostólico, sucesivamente. En efecto, terminados sus estudios de filosofía, despreciando los halagos y oropeles mundanos, sintiendo entrambos la vocación religiosa al claustro dominicano, corren hacia el convento de Ocaña el uno en 1842 y el otro en 1845.

   Luego de vestir el santo hábito, emitir sus votos solemnes y completar sus estudios eclesiásticos reciben la ordenación sacerdotal. Los inefables consuelos de su primera misa son ya el anticipo del caudal de energía sobrenatural que almacenarán sus almas generosas, prestas a sacrificar sus vidas en lejanas tierras de infieles. Ocaña era entonces el mejor plantel de la Orden de Predicadores para la exportación de misioneros al Lejano Oriente.

   El 10 de mayo de 1844 embarca en Cádiz, rumbo a Manila, el padre José María Díaz Sanjurjo, y el 7 de marzo de 1848 el padre Melchor García Sampedro. Corta es su permanencia en Filipinas. Fray Díaz ocupa una cátedra durante medio año en la famosa universidad de Santo Tomás, de Manila. Luego pide y logra partir para Macao, y de aquí, el 18 de agosto de 1845, para el Tonkín. Ya está en su centro y de lleno en su ambiente: infieles, neófitos, cristianos viejos, valientes, esforzados y a dos pasos siempre del martirio...

   Igual trayectoria sigue su compañero fray García Sampedro. Quieren utilizarle para profesor en Manila, pero a poco consigue llegar a Doun-Xu-yen, en el Tonkín. Contaba entonces la misión de aquel Vicariato con 150.000 cristianos, rodeados por todas partes de infieles. Cuando llegaron nuestros dos misioneros el vicario apostólico del Tonkín, monseñor Martí, previendo el desastre de la lglesia anamita, obtuvo de la Santa Sede bula para consagrar a fray Díaz Sanjurjo como obispo coadjutor suyo, y así se hizo el 8 de abril de 1849, cuando éste apenas contaba treinta años de edad, resistiéndose a tan alta dignidad con muchas lágrimas. Muerto monseñor Martí, el nuevo prelado obtuvo, a su vez, bula de la Santa Sede para consagrar obispo coadjutor suyo a su compañero fray García Sampedro (en septiembre de 1855), que frisaba en los treinta y cuatro abriles.

   No se equivocó en sus cálculos, pues a poco de consagrarle era delatado por un cristiano traidor, y preso el 20 de mayo de 1857, el vicario apostólico, fray Díaz Sanjurjo, siendo martirizado el 20 de julio y muriendo a consecuencia de tres sablazos. Su cabeza, recogida tras mucha búsqueda en el río, donde había sido arrojado su cuerpo, fue traída a Ocaña en 1891.

   Presintiendo también un fin parecido el nuevo vicario apostólico, fray García Sampedro, consagró obispo coadjutor suyo al Beato Valentín Berrio-Ochoa, vasco, también dominico, a los treinta años. Apresado fray García Sampedro el 8 de julio de 1858, el tirano quería ensañarse con su víctima. El 28 fue sacado para el lugar de ejecución entre gran algarabía y aparato de tropa, elefantes y caballos. Tras ellos, con su "canga" o cepo al cuello, se arrastraba extenuado el mártir. "Cortadle primero las piernas, después las manos, luego la cabeza y por fin abridle las entrañas", gritó el mandarín.

   Después de atarle a unas estacas, distorsionando todo el cuerpo, le desnudaron y estiraron por pies y cabeza con gran fiereza y griterío. Luego, como quien hace leña, con hachas romas, sin corte, para que durara más el tormento, empezaron por las piernas, cortándolas por sobre las rodillas con doce golpes. Después hicieron lo mismo con los brazos con siete golpes. Con otros quince golpes le machacaron la cabeza, y, en fin, con un cuchillo le abrieron el vientre y con un gancho le sacaron el hígado y la hiel. Luego cogieron la cabeza y la suspendieron junto a la puerta del Mediodía, y el hígado y la hiel a la de Oriente. Al día siguiente, 29 de julio, hecha pedazos la cabeza, la arrojaron por la noche al mar.

 LUIS SANZ BURATA.   


Réponse  Message 4 de 5 de ce thème 
De: GAVIOTA LIBERTAD Envoyé: 15/07/2009 06:37

27 de julio
SIETE SANTOS DURMIENTES DE ÉFESO  *
Mártires
(Sin fecha)

   "Los siete Durmientes nacieron en la ciudad de Efeso. Cuando el emperador Decio fue a perseguir a los cristianos de Efeso, mandó construir templos en el centro de la ciudad para que todo el pueblo acudiese a ofrecer sacrificios a los ídolos; quienes se negasen a ello, estaban condenados a muerte. Las torturas con que el emperador amenazaba eran tan crueles, que el amigo olvidaba al amigo, el hijo repudiaba al padre y el padre al hijo. Sin embargo, hubo en la ciudad siete justos, a saber: Maximiano, Malco, Marciano, Dionisio, Juan, Serapión y Constantino. En el oriente se les llama Maximiliano, Jámblico, Martín, Juan, Dionisio, Constantino y Antonino y existen aun otros nombres diferentes. Cuando los justos vieron la perdición del pueblo, se afligieron en extremo. Como fueron los primeros que se negaron a sacrificar a los dioses, se ocultaron en sus casas y se consagraron al ayuno y la oración. Finalmente fueron acusados ante Decio, quien les mandó comparecer y descubrió que eran verdaderamente cristianos. El emperador les concedió algún tiempo para reflexionar antes de que volviesen a comparecer ante él. Los justos emplearon ese tiempo en distribuir su patrimonio entre los pobres. Luego, se reunieron en consejo y se dirigieron al monte Celión, donde se ocultaron en gran secreto largo tiempo. Uno de ellos se encargaba de servir a los otros, e iba a la ciudad disfrazado de mendigo.

   "Cuando Decio volvió a la ciudad, mandó que los trajesen prisioneros. Entonces Maleo, que era el que les servía y les llevaba carne y agua, volvió lleno de temor a donde estaban sus compañeros y les refirió que se les buscaba con gran tenacidad y todos quedaron espantados... Entonces, dispuso Dios que se quedasen dormidos. Y cuando llegó el día, los que los buscaban no pudieron hallarlos... Decio se puso a reflexionar entonces sobre lo que haría con ellos. Y Dios quiso que tapiase con piedras la entrada de la caverna en que se hallaban para que muriesen en ella, de hambre, por falta de carne. Entonces, los ministros y dos cristianos llamados Teodoro y Rufino escribieron el martirio de los siete justos e introdujeron el escrito entre las rocas. Trescientos sesenta y dos años más tarde, cuando ya habían muerto Decio y toda su generación, en el trigésimo año del reinado del emperador Teodosio, cuando surgió la herejía de los que negaban la resurrección de la carne... Dios, lleno de piedad y misericordia, quiso consolar a los tristes y adoloridos y restituirles la esperanza en la resurrección de los muertos; así pues, abriendo el tesoro de su preciosa misericordia, resucitó a los mártires de la manera siguiente:

   "Infundió en el corazón de un señor de Efeso el deseo de construir en el monte, que era desierto y escabroso, un refugio para sus pastores. Y sucedió, casualmente, que los obreros que excavaban para echar los cimientos del refugio, abrieron la cueva. Y entonces los santos varones que, estaban en ella despertaron y se saludaron unos a otros, creyendo que sólo habían dormido una noche y recordando la angustia del día anterior... (Maximiano) ordenó a Malco que fuese a comprar pan a la ciudad y que trajese más que la víspera. También le mandó que se informase acerca de las intenciones del emperador. Y Maleo tomó cinco monedas y salió de la cueva. Y cuando vio a los albañiles y las piedras a la entrada de la cueva, empezó a bendecir a Dios y a maravillarse. Pero prestó poca atención a las piedras, pues tenía otras cosas en qué pensar. Cuando llegó a la puerta de la ciudad, quedó maravillado, porque vio sobre ella la señal de la cruz. Inmediatamente se dirigió a otra puerta y vio también sobre ella la señal de la cruz. Y se maravilló mucho, porque en todas las puertas halló la señal de la cruz que adornaba la ciudad. Entonces bendijo a Dios y retornó a la primera puerta, pensando que se trataba de un sueño. Tomando ánimo, se cubrió el rostro y penetró en la ciudad. Y, cuando llegó a donde se hallaban los panaderos y les oyó hablar de Dios, se asombró aún más y dijo: "¿Cómo es posible que todos hayan negado ayer el nombre de Jesucristo y hoy se confiesen abiertamente cristianos? Tal vez no es ésta la ciudad de Efeso, pues las construcciones han cambiado. Sin duda es otra ciudad, y yo no sé cuál." Y habiendo preguntado y oído que era la ciudad de Efeso, no creyó lo que oía 7 decidió volver a donde estaban sus compañeros. Pero antes, se dirigió a donde estaban los vendedores de pan. Y cuando les mostró las monedas que tenía, los vendedores quedaron atónitos y se dijeron unos a otros que aquel joven había encontrado un tesoro. Y cuando Marcos los vio hablar entre ellos, creyó que iban a llevarle ante el emperador y, lleno de miedo, les rogó que se quedasen con el dinero y con el pan y le dejasen partir. Pero ellos le detuvieron y le preguntaron: "¿De dónde eres? Porque has descubierto sin duda un tesoro de los antiguos emperadores. Muéstranoslo y seremos buenos contigo y guardaremos el secreto."

   "Y Malco estaba tan aterrado que no supo qué responder. Y cuando vieron que no hablaba, le echaron una cuerda al cuello y le llevaron al centro de la ciudad. Y cuando el obispo San Martín y el cónsul Antípater, que acababan de llegar a la ciudad, oyeron hablar del suceso, mandaron que Malco compareciese ante ellos con su dinero. En el camino a la iglesia Maleo estaba persuadido de que le llevaban ante el emperador Decio. El obispo y el cónsul se maravillaron al ver las monedas y preguntaron a Malco dónde había descubierto ese tesoro desconocido. Y él respondió que no lo había descubierto en ninguna parte, sino que sus parientes se lo habían dejado en herencia... Entonces dijo el juez: "¿Cómo vamos a creer que tus parientes te legaron esas monedas, si sobre ellas está escrito que fueron acuñadas hace más de 372 años, en los primeros tiempos del reinado del emperador Decio? Tu dinero no se parece al nuestro..." Y Maleo dijo: "Señor, estoy muy desconcertado y nadie me cree; pero yo sé perfectamente que huimos por temor al emperador Decio; ayer mismo le vi entrar en esta ciudad, si ésta es la ciudad de Efeso." Entonces el obispo, después de reflexionar, dijo al cónsul que se trataba de una visión que el Señor les había concedido por medio del joven. Después dijo el joven: "Seguidme; voy a llevaros a donde están mis compañeros y a ellos sí les creeréis. Yo sé perfectamente que huimos del rostro del emperador Decio." Los jueces le siguieron y una gran muchedumbre del pueblo se unió al cortejo. Y Maleo entró primero a la cueva, seguido por el obispo. Y encontraron entre las piedras las cartas selladas con dos sellos de plata. Entonces el obispo congregó a todos los que habían ido a la cueva y les leyó las cartas, de suerte que todos quedaron desconcertados y maravillados. Y vieron a los santos sentados en la cueva, con rostros florecientes como rosas y todos se arrodillaron y glorificaron a Dios. E inmediatamente, el obispo y el juez mandaron un recado al emperador Teodosio para que viniese al punto a ver las maravillas que el Señor había obrado...

   "Y tan pronto como los benditos santos de Nuestro Señor vieron acercarse al emperador, su rostro empezó a brillar como el sol. Y el emperador entró en la cueva y glorificó al Señor y abrazó a los santos, llorando sobre cada uno de ellos y diciendo: "Veros a vosotros es como haber visto al Señor resucitando a Lázaro." Y Maximiano le dijo: "Créenos a nosotros, pues el Señor es quien nos ha resucitado antes del día de la gran resurrección para que tú creas firmemente que los muertos resucitarán un día como nosotros y vivirán. Y así como el niño que está en el vientre de su madre no siente nada, así nosotros hemos estado durmiendo aquí, acostados, sin sentir nada." Y después de haber dicho todo esto, los justos reclinaron la cabeza por tierra y exhalaron el último suspiro por mandato de nuestro Señor Jesucristo y así murieron. Entonces se levantó el emperador y se postró junto a ellos llorando amargamente y los abrazó y los besó. En seguida, mandó construir un sepulcro de oro y plata para enterrarlos en él. Y esa misma noche, los justos se aparecieron al emperador y le dijeron que debía darles sepultura en la tierra desnuda, tal como habían estado hasta que el Señor los resucitó, pues en la tierra debían esperar la resurrección final. Entonces, el emperador mandó adornar rica y noblemente el sitio de la sepultura con piedras preciosas y promulgó un decreto por el que perdonaba a todos los obispos que creyesen en la resurrección. Es dudoso que los justos hayan dormido 372 años, ya que fueron resucitados en el año de gracia de 478 y Decio sólo reinó durante un año y tres meses, en el año de gracia de 270. Así pues, los justos sólo estuvieron dormidos 208 años."

   Hemos traducido directamente de la obra de Jacobo de Vorágine la famosa leyenda de los Siete Durmientes de Efeso para conservarle su sabor original, que se perdería si sólo hubiésemos hecho un resumen. Baronio fue el primero que puso en duda, en el siglo XVI, la veracidad de la leyenda; desde entonces, para explicar su origen, se lanzó la hipótesis de que en la época de Teodosio II se habían encontrado, en una cueva de Efeso, las reliquias de siete mártires. La hipótesis era verosímil; pero no existe ninguna prueba o documento que registre el descubrimiento de tales reliquias, y todo parece indicar que la leyenda de los Siete Durmientes es una pura invención. Probablemente se trata de la interpretación cristiana de un tema muy antiguo de la tradición judía o pagana, que se repite en el folklore de todos los pueblos de Europa y Asia. El cuento de La Bella Durmiente es una de las múltiples variaciones del tema. La leyenda de los Siete Santos Durmientes fue redactada en el siglo VI por Jacobo de Sarug en el oriente y por San Gregorio de Tours en el occidente. Poco después, empezó a desarrollarse el culto de esos santos legendarios. En el oriente, donde los Santos Durmientes son niños, se celebra todavía su fiesta en el rito bizantino y en otros; el "Euchologion" griego contiene una oración en la que se invoca contra el insomnio a los Santos Durmientes. No menor popularidad alcanzó la leyenda en el occidente: el Martirologio Romano menciona a los Siete Durmientes y su fiesta se celebra todavía en dos o tres sitios.

   Se ha discutido mucho acerca del origen de la leyenda y del idioma en que pasó a formar parte de la hagiografía. El tema del hombre que se queda dormido y despierta muchos años después en un mundo totalmente cambiado, es tan antiguo como el folklore universal. Acerca de la leyenda de Epiménides en particular, cf. H. Demoulin, Epiménide de Créte (1901). La forma cristiana de la leyenda empezó a circular relativamente pronto. En efecto, constituía el tema de una de las homilías en verso de Jacobo de Sarug, quien murió el año 521; además, en un manuscrito del Museo Británico, que data del siglo VI, hay un fragmento de la leyenda, escrito en sirio. En el mismo siglo, San Gregorio de Tours narró detalladamente el episodio de los Siete Durmientes, en latín, con esta advertencia: Syro quodam interpretante, una frase que significa casi seguramente que un oriental le había traducido la leyenda. B. Krusch en su edición critica de la traducción de San Gregorio (Analecta Bollandiana, vol. XII, pp. 372-388), opinaba que el intérprete era un sirio, pero que la leyenda era de origen griego. Lo mismo piensan los PP. Peeters y Delehaye. También Ignacio Guidi, en su edición de los textos orientales de la leyenda, se inclinaba a pensar que la forma original era griega; pero en su artículo de la Encyclopedia of Religion and Ethics, vol. XI, pp. 426-428, parece haber cambiado de opinión. A Allgeier, en Oriens Christianus (vols. IV-VII) defiende la prioridad del texto sirio. Dom M. Huber sostiene la opinión desconcertante de que el texto original de la leyenda era el latino. A pesar de ello, Huber ha merecido bien de la historia por la vasta colección de materiales que reunió en su obra Die Wanderlegende von den Siebenschläfern (1910). Ver también J. Koch, Die Siebenschläferlegende... (1883). Acerca de la Leyenda de los Durmientes en el Islam, cf. Analecta Bollandiana, vol. LXIII (1950), pp. 245-260. Existe una traducción inglesa de la versión de San Gregorio de Tours en Selections (University of Pennsylvania Press, 1949). Ver. E. Honigmann, Patristic Studies (1953), pp. 125-168 (Studi e testi, 173): muy importante.


Réponse  Message 5 de 5 de ce thème 
De: GAVIOTA LIBERTAD Envoyé: 15/07/2009 06:38

27 de julio
SANTOS AURELIO, NATALIA y COMPAÑEROS, *
(SANTOS FLORA, MARÍA, LILIOSA, FÉLIX, JUAN y JORGE)
Mártires
(852 d. C.)

   Durante el siglo VIII, los moros tuvieron en España una actitud tolerante hacia los cristianos, como la habían tenido en otras partes, en las primeras etapas de la dominación mahometana. Lo único que prohibían terminantemente a los cristianos era el proselitismo y la rebelión abierta contra la ley de Mahoma. Pero, después de la fundación del emirato independiente de Córdoba, los emires Abderramán II y Mahometo I emprendieron una verdadera persecución. Una de las primeras víctimas fue San Eulogio de Toledo, decapitado el año 859, quien había alentado a los cristianos y asistido en la cárcel a los confesores de la fe. San Eulogio nos dejó una relación de la vida y martirio de muchos cristianos, entre los que se cuentan los que se conmemoran en Córdoba en la fecha de hoy. El primero de ellos Aurelio, era hijo de un moro y una española de alta posición. Sus padres le confiaron, al morir, al cuidado de una tía suya quien educó al niño en la religión cristiana. En su juventud, Aurelio aparentaba ser mahometano, pero seguía practicando secretamente el cristianismo y logró convertir a su esposa, Sabigota, la cual tomó en el bautismo el nombre de Natalia. Un día, Aurelio vio a un mercader cristiano llamado Juan, a quien los moros paseaban por la ciudad en un burro para que sirviese de escarmiento a los cristianos, después de apalearle cruelmente por haber afirmado en público la falsedad de la religión de Mahoma. Al ver el valor de Juan, Aurelio se arrepintió de la cobardía con que hasta entonces había ocultado su verdadera religión, pero no se atrevió a hacer una confesión pública de su fe, por temor a lo que pudiera suceder a sus dos hijos pequeños. Después de hablar con su esposa, ambos decidieron consultar a San Eulogio. El santo les aconsejó que antes de confesar públicamente la fe tomasen previsiones, de suerte que sus hijos fuesen educados en el cristianismo en caso de que ellos muriesen. Aurelio y Natalia confiaron el cuidado de sus hijos al propio San Eulogio. El ejemplo de los dos esposos atrajo a la fe a un pariente de Aurelio, llamado Félix, quien había apostatado del cristianismo y se había hecho mahometano, en tanto que su esposa, Liliosa, había permanecido cristiana. Al reconvertirse al cristianismo, Félix quedaba amenazado de muerte como renegado. Los cuatro comenzaron a visitar a los cristianos cautivos; así conocieron, entre otros, al mercader Juan y a sus dos hijas, Santa Flora y Santa María, quienes se hallaban prisioneros en Sevilla.

   Por entonces, llegó a España un monje llamado Jorge, procedente del monasterio de San Sabas en los alrededores de Jerusalén, quien había recorrido primero Egipto y luego Europa, para pedir limosna a fin de sostener su monasterio. Aurelio recibió al monje en su casa, y ambos se hicieron muy amigos. Según se cuenta, el monje Jorge no se había lavado en veinte años (era ésa una forma de penitencia más concebible en aquella época que en la nuestra). Flora y María conquistaron la palma del martirio y poco después, se aparecieron a Aurelio y Natalia y les dijeron que pronto alcanzarían, ellos también, la felicidad eterna. Interpretando la visión como una señal de la voluntad de Dios, Natalia y Liliosa manifestaron abiertamente su cristianismo al visitar las iglesias de Córdoba (donde había siete) sin velarse el rostro. Todos fueron arrestados cuando asistían a misa en la casa de Aurelio; el monje Jorge fue también hecho prisionero. Todos fueron acusados de haber apostatado del Islam, pero tal acusación no podía aplicarse al monje, ya que era extranjero. Sin embargo, cuando le iban a poner en libertad, Jorge insultó públicamente, ante el tribunal, el nombre de Mahoma y fue condenado con sus compañeros. Todos fueron decapitados delante del palacio del emir.

   El Memorialis sanctorum de San Eulogio constituye prácticamente nuestra única fuente de información. Los principales pasajes pueden verse en Acta Sanctorum, julio, vol. VI, bajo el título de Georgii monachi, Aurelii, etc. Cf. Florez, España Sagrada, vol. X; y Simonet, Historia de los Mozárabes de España, pp. 428 ss. Acerca de San Eulogio, véase nuestro artículo del 11 de marzo.



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