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TODOS PODEMOS HACER MÁS
A todos nos ha sucedido que al comenzar una tarea, ya sea intelectual o física, nos sintamos desganados o enmohecidos, mas al cabo de cierto rato nos entusiasmemos con lo que estamos haciendo. Resulta particularmente sorprendente analizar todas las causas de ese entusiasmo, sobre todo en el fenómeno conocido como “segundo aliento”. Generalmente, tan pronto como nos tropezamos con el primer síntoma de fatiga, abandonamos la tarea. Decimos que ya hemos abandonado, jugado o trabajado “bastante”, y en consecuencia desistimos de continuar pero si una necesidad extraordinaria nos obliga a seguir adelante, ocurre algo inesperado: la fatiga va en aumento hasta cierto punto, y después desaparece gradual o repentinamente y nos sentimos con más energía que antes.
Esto quiere decir, evidentemente, que hemos empezado a extraer energía de un nuevo filón. En este fenómeno puede haber una veta tras otra, es decir una tercera y una cuarta fuente de bríos. Hallamos caudales de fuerza y soltura que jamás habíamos soñado que poseíamos, reservas de energía no aprovechadas normalmente porque habitualmente nunca tratamos de vencer el obstáculo de la fatiga. La mayoría de nosotros podemos fácilmente acostumbrarnos a desarrollar mucha más actividad en la vida. Bien sabemos que algunos días contamos con energías latentes que no reclaman las actividades de la jornada. En comparación con lo que podríamos ser, estamos apenas medio despiertos. Nuestras ascuas internas están húmedas. El tiro de la chimenea está obstruido. Estamos utilizando sólo una pequeña parte de los recursos mentales y físicos de que disponemos.
Sólo el individuo muy excepcional los aprovecha hasta el límite. ¿Cómo se evade este hombre superior del hábito de que somos presa todos los demás, de la costumbre de rendir menos de lo que podríamos? La respuesta es sencilla: algún estímulo inusitado excita su ánimo, o una urgente necesidad le induce a hacer un esfuerzo extraordinario de voluntad.
Esta nueva misión de responsabilidad, por ejemplo, revelará generalmente que un hombre es mucho más fuerte de lo que se pensaba. La mujer que cuida abnegadamente a su esposo o a su hijo enfermo es prueba de esto; y ¿dónde pueden encontrarse mejores ejemplos de resistencia prolongada que en esos miles de hogares donde la madre sostiene la continuidad de la vida familiar pensando en todo y haciendo todo el trabajo, cosiendo, fregando, ahorrando, ayudando a sus vecino? Si de vez en cuando refunfuña, ¿Quién se atreverá a recriminarla? La desesperación que abate a la mayoría de las personas, despierta completamente a otras. De todo asedio, o naufragio, o expedición polar, surge siempre algún héroe que sostiene el ánimo de sus compañeros. Después de una terrible explosión en una mina de carbón en Francia, se recobraron 200 cadáveres. A los 20 días de haber comenzado la excavación, los trabajadores dedicados al salvamento oyeron una voz. El primer hombre rescatado gritó. “Me voici”. Era un minero que, en las tinieblas, había asumido la dirección de otros 13, les había impuesto disciplina, había sostenido su ánimo y los había sacado del desastre con vida.
Tales hechos demuestran cómo puede nuestro organismo cumplir su misión fisiológica en circunstancias angustiosa; pero la facultad que normalmente halla filones de energía más y más profundos es la voluntad. La dificultad consiste en utilizarla, en realizar el esfuerzo que el concepto implica. Un solo esfuerzo aislado de volición mora, tal como decir que “no” ante una tentación habitual, o realizar algún acto de valor, elevará al hombre a un plano de energía más alto durante días o semanas, y le proporcionará un radio de acción nuevo, más amplio. “Mientras destapaba una botella de whisky que había llevado a casa para embriagarme”, me dijo una vez un hombre, “sentí el repentino impulso de correr al patio y estrellarla contra el suelo. Después de hacerlo experimenté tal sensación de bienestar y elevación de ánimo, que durante dos mese no sentí la tentación de probar una gota de alcohol”.
Los verdaderos conocedores del alma humana han inventado disciplinas para mantener constantemente a nuestro alcance las capas de energía más profundas. El príncipe Pueckler-Muskau escribe desde Inglaterra a su esposa que ha inventado “una especie de resolución artificial para las cosas difíciles de hacer”, y le explica: “Mi invención es esta: me doy a mí mismo, del modo más solemne, palabra de honor de hacer o no hacer esto o aquello. Naturalmente, empleo este expediente con gran prudencia, pero una vez que he dado mi palabra, la mantengo con carácter irrevocable. Encuentro algo muy satisfactorio al pensar que el hombre tiene el poder de forjar, de materiales tan triviales, tales sostenes y armas, en verdad de la nada, simplemente de la fuerza de su voluntad”. Nuestro régimen de energías es igual que nuestro régimen alimenticio. Los fisiólogos dicen que una persona posee “equilibrio de eficiencia” con cantidades de trabajo asombrosamente diferentes, ya sea físico o intelectual, mora o espiritual.
Naturalmente, en todo esto hay cierto límite, podrá en la mayoría de los casos mantener su paso día tras día sin sufrir reacción perjudicial, siempre que se mantenga en buenas condiciones higiénicas. Un ritmo más acelerado de la utilización de la energía no lo destruirá, porque el organismo se adapta. A medida que aumenta el desgaste, aumenta la capacidad de recuperación. Al decir esto no me refiero al tiempo de recuperación. El hombre más atareado no necesita más horas de reposo que el ocioso. Hace algunos años el profesor George Patrick, de la Universidad de Iowa, mantuvo despiertos a tres jóvenes cuatro días con sus noches. Una vez terminada la observación, les permitió dormir hasta que despertasen por sí solos. Todos despertaron completamente frescos, pero el que más tiempo necesitó para reponerse de su vigilia durmió sólo una tercera parte más del tiempo que dormía normalmente.
Es evidente que nuestro organismo tiene almacenadas reservas de energía a las que ordinariamente recurrimos, vetas más hondas de material aprovechable, a disposición de cualquiera que llegue a esa profundidad en su busca. El ser humano vive generalmente muy dentro de sus límites. En términos generales podríamos decir que el hombre que utiliza sus energías por debajo de su máximo normal, deja de beneficiarse del goce de la vida en la misma proporción.
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