Los trastornos de ansiedad, hiperactividad y fobias que sufren hoy en
día con frecuencia los adultos suelen tener su origen en el modo de
vida que han tenido siendo niños.
La vida moderna obliga en la actualidad a los padres a estar muchas
horas fuera del hogar y los hijos pueden estar sometidos a las
mismas exigencias.
La escuela de doble escolaridad, hacer la tarea, un deporte, un idioma,
el dentista, el pediatra, los cumpleaños, y otras muchas ocupaciones que
son comunes en esta época, pueden llevar a un niño a un estado de estrés;
y cuando llegan a sus casas están tan cansados que a veces se
duermen antes de cenar porque no dan más.
No tienen tiempo para no hacer nada o jugar y van adquiriendo el
hábito de estar en permanente actividad como un modo de vida.
Los niños de padres que trabajan comienzan una rutina de obligaciones
desde la guardería, algunos desde los 45 días y los más afortunados a
los dos años el jardín.
Si están en casa, los niños que tienen cuatro o cinco años, que no están
acostumbrados a dormir la siesta y están privados de este necesario
descanso pueden evidenciar una disminución de su rendimiento psicosocial.
Los resultados de un estudio hecho en Seattle, USA, presentados por su
autor, el Dr. Brian Crosby de la Universidad Estatal de Pennsylvania,
en la reunión anual de expertos en sueño (Sleep 2009), refleja datos
sobre los motivos por los cuales los niños no duermen siesta o por lo
menos abandonaron ese hábito.
Algunos de ellos solamente dejaron de hacerlo naturalmente, otros
debido a que la siesta interfería con su sueño nocturno, y el resto
porque no tenía tiempo.
Esta investigación comparó el efecto que tenía en los niños que
dormían siesta y los que no lo hacían y llegaron a la conclusión, que
los que no lo hacían antes de la edad escolar, tenían más síntomas de
hiperactividad, ansiedad y depresión.
Aunque puede existir el hecho que los que no dormían siesta ya
fueran hiperactivos y ansiosos, es un índice que se debería tenerse en
cuenta porque sin duda es un hábito que sirve para relajarse y
despreocuparse y en consecuencia resultar de todos modos saludable.
Futuros estudios deberán considerar entonces la variable sobre la
conducta anterior del niño para tener resultados más confiables; y
observar además si los niños con problemas pueden mejorar con
esta práctica.
Un descanso breve después del almuerzo indudablemente nos hace bien
a todos, nos ayuda a renovar nuestra energía, a estar más atentos y
dispuestos y a mejorar nuestro estado de ánimo.
Como alguien dijo alguna vez, dormir la siesta es como amanecer dos
veces; porque sin necesidad de que sea demasiado prolongada, y no
incidir demasiado en las nuestras obligaciones habituales, puede
mejorar también el rendimiento del adulto, ya que tampoco está
comprobado que interfiera en el buen dormir nocturno.
Porque el insomnio tiene como principal motivo la preocupación,
el no poder dejar de pensar y engancharse con los problemas del día y
con las obligaciones del día siguiente.
Una persona relajada no puede tener problemas para dormir ni para
ninguna otra cosa. Son las exigencias a las que nos sometemos las que
nos producen estrés, que nos afecta la salud y que hacen que no podamos
luego conciliar el sueño.
Los niños empiezan desde muy chicos a condicionarse de esta forma,
con obligaciones que trascienden su capacidad para enfrentarlas que
los obliga a canalizarlas de una manera patológica.