"ROSARIUM VIRGINIS MARIAE"
Carta Apostólica sobre el Santo Rosario Al Episcopado, al Clero y a los Fieles S.S. Juan Pablo II Octubre 16 de 2002 www.vatican.va
1. El Rosario de la Virgen María,
difundido gradualmente en el segundo Milenio
bajo el soplo del Espíritu de Dios,
es una oración apreciada por numerosos Santos
y fomentada por el Magisterio.
En su sencillez y profundidad,
sigue siendo también en este tercer Milenio
apenas iniciado una oración de gran significado,
destinada a producir frutos de santidad.
Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que,
después de dos mil años, no ha perdido
nada de la novedad de los orígenes,
y se siente empujado por el Espíritu de Dios
a «remar mar adentro» (duc in altum!), para anunciar,
más aún, 'proclamar' a Cristo al mundo como Señor y Salvador,
«el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn14, 6),
el «fin de la historia humana,
el punto en el que convergen los deseos de la historia
y de la civilización».[1]
El Rosario, en efecto, aunque se distingue por
su carácter mariano, es una oración centrada
en la cristología. En la sobriedad de sus partes,
concentra en sí la profundidad de todo
el mensaje evangélico, del cual es como
un compendio.[2] En él resuena la oración de María,
su perenne Magnificat por la obra
de la Encarnación redentora en su seno virginal.
Con él, el pueblo cristiano aprende de María
a contemplar la belleza del rostro de Cristo
y a experimentar la profundidad de su amor.
Mediante el Rosario,
el creyente obtiene abundantes gracias,
como recibiéndolas de las mismas manos
de la Madre del Redentor.
Amen
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