Señor, quiero ser yo, y sólo con lo mío, por humilde que sea, aun pobre y pequeño; nada de adornos vanos ni lujoso atavío ni aquello que deslumbra en ambicioso sueño.
No quiero en devaneo, tampoco en desvarío, lo que no corresponda, aunque sea halagüeño; es triste lo ficticio, y mucho de vacío disponer como propio de lo que no se es dueño.
Quedar con nuestras cosas, lo que en verdad motiva y es razón de vivir en el cabal sentido —unos viejos retratos, tal lámpara votiva y la talla minúscula del antiguo San Roque—, y conmigo ser yo es lo que quiero y pido, dentro de lo que fuera y lo que al fin me toque.