Había una vez un muchacho que se esforzaba día a día en sus estudios, en su trabajo y en cada acto de su vida.
Tenia
problemas, como todos, pero seguía adelante. Sin embargo, lo que mas le
dolía era que parecía que nadie se interesaba en él. No sentía el
reconocimiento de nadie.
Nadie le expresaba su parecer acerca de lo que hacía. Ni siquiera una palabra de aliento o una palmada en el hombro.
Así llegó a la conclusión de que él no servia para nada, que no era bueno para nada.
Una
noche, cuando llegó a su casa, triste por ese sentimiento que rumiaba y
escondía en su corazón, decidió bajar los brazos, No seguir adelante.
Se tiró en la cama y cerró los ojos con toda la intención de no volver
a levantarse. Fue así que se quedó dormido.
En
sueños se le apareció un ángel que le preguntó porque quería morirse,
por qué abandonar la lucha por la vida, por qué no confiar en sus
propias fuerzas y en Dios. A lo que el le respondió: "hay veces que
vale más una sola palabra de consuelo que todo lo que se sienta.
En
todo este tiempo he cumplido con mi deber, he tratado de resolver los
problemas que se me presentaron, y nunca nadie reconoció mi trabajo, o
mi colaboración. Nadie me ha dicho "gracias por ser mi amigo", o un
simple "te quiero".
El
ángel quedó pensativo, entonces el muchacho continuó: "¿Sabes lo que
más me duele?... Que todavía espero escuchar una palabra de afecto, o
recibir una mirada llena de amor".
Entonces
el ángel lo abrazó y le dijo que no sufriera más, que lo que tenia que
hacer era saber a quien mirar, con quien hablar y a quien escuchar.
Hasta
ahora había estado muy preocupado por lo que pensaban los demás, pero
había uno que importaba. El que siempre lo siguió en su camino. El que
siempre le dijo al oído que lo amaba pero que él no escuchó: Jesús.
Cuando el muchacho despertó a la mañana siguiente, tubo una sensación de bienestar que hacía mucho no experimentaba.
Se
levantó pensando en todo lo que tenía que hacer y. de pronto, se volvió
a sentar en la cama y cerrando los ojos agradeció a Dios la oportunidad
de un nuevo día.
Reflexión:
Ciertamente
no es bueno estar solo. por eso Dios nos regaló una familia, amigos.
Nos hizo pueblo para que podamos andar juntos por el camino de la vida,
ayudándonos unos a los otros. Por eso Dios pone personas especiales en
nuestro camino, aunque no las conozcamos, y por eso Dios se hizo
hombre, para estar cerquíta nuestro. Pero a veces, en tiempos
difíciles, no sabemos mirarnos, no sabemos escucharnos, no sabemos
estar cerca; nos encerramos y caminamos atropellándonos, hasta por ahí
pensando que todos nos abandonan. Es en esos momentos cuando tenemos
que estar atentos y escuchar, tenemos que saber buscar, no las miradas
que hieren y alejan, sino las que sanan y acercan porque miran con
cariño y aman (un padre, una madre, un hermano, un amigo). Es en esos
momentos cuando tenemos que buscar la mirada que importa, la mirada de
Dios nuestro Padre.