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15 de septiembre BEATO ORLANDO o ROLANDO, Ermitaño (1386 d. C.)
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Un día en que practicaba la cetrería en el bosque de Borgo Santo Domnino, en Italia, la marquesa Antonia Pallavicini, descubrió a un anciano tendido en el suelo y con apariencia cadavérica. Era un ermitaño llamado Rolande de Medici, que había llegado al país vestido de luto, veintiséis años antes. Como la ropa se le había roto y caído a pedazos, la había reemplazado por una piel de cabra. En verano se alimentaba de hierbas y frutas, en invierno mendigaba algo para no morir de hambre. Nadie le había oído decir nada, pero repetidas veces se la había visto inmóvil sobre un pie, con los brazos extendidos y fijos los ojos en el cielo. La marquesa ofreció al moribundo transportarlo a su castillo de Borgo, pero el ermitaño se negó por señas. Sin embargo, Antonia le convenció de que no debía morir sin confesión, añadiendo además que ella se ofrecía a facilitarle los servicios de su confesor, el padre Doménico. Entonces Rolando hizo un signo de aceptación. Fue transportado a la iglesia vecina, donde el sacerdote le administró el sacramento y le interrogó largamente. Tendido sobre la paja bajo el sol, el ermitaño declaró que había guardado silencio y huido de la compañía de los hombres para evitar el pecado, y que a los muchos consuelos con que Dios le había colmado debían atribuirse sus éxtasis y las aparentes rarezas de su conducta. Recibió los últimos sacramentos, tomó el caldo de gallina que la marquesa le había preparado y vivió todavía cuatro semanas más. En el momento de su muerte, vio llevar a san Miguel con una multitud de ángeles para conducirlo al paraíso.
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15 de septiembre SAN NICETAS EL GODO,(*) Mártir (375 d. C.)
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San Sabas y San Nicetas fueron los dos mártires más renombrados entre los godos. Al primero se le conmemora el 12 de abril y al segundo, a quien los griegos colocan en la categoría de los "grandes mártires", en la fecha de hoy. Nicetas era un godo nacido en las riberas del Danubio y convertido a la fe en su juventud por Ulfilas un brillante misionero entre aquellas gentes y traductor de la Biblia a la lengua gótica. Fue Ulfilas quien ordenó de sacerdote a Nicetas. Hacia el año de 372, varios cientos de godos que huían de los hunos invasores se refugiaron en Moldavia y las autoridades romanas les hicieron un mal recibimiento, los maltrataron y vejaron. Inmediatamente, como represalia, el rey Atanarico, señor de los godos de oriente, cuyo territorio lindaba con el imperio romano en las regiones de Tracia, inició una violenta persecución contra los cristianos. Por orden del rey, un ídolo colocado sobre una carreta fue llevado a través de todas las ciudades y aldeas donde se sospechaba que había cristianos, y todo aquel que se negase a adorar al dios, quedaba automáticamente condenado a muerte. Para malar en masa, los perseguidores utilizaban el método de encerrar a los cristianos capturados en casas o iglesias tapiadas y prenderles fuego. En el ejército de mártires que glorificaron a Dios en aquella ocasión, figuró San Nicetas, que selló su fe y su obediencia con su sangre, se purificó de toda culpa al morir en el fuego y entró triunfante a la vida eterna. Sus reliquias fueron llevadas a Mopsuecia en Cilicia, donde tuvieron su santuario; por lo cual, el mártir visigodo fue venerado en las iglesias bizantinas y sirias.
En Venecia, el 12 de septiembre, se celebra la fiesta de otro San Nicetas, martirizado durante la persecución de Diocleciano.
El texto en griego sobre la pasión de San Nicetas, tal como lo presentó Metafrasto, se halla impreso con un comentario en Acta Sanctorum, sept. vol. V. Pero en la Analecta Bollandiana, vol. XXXI (1912), pp. 209-215, se imprimió el relato original con anotaciones críticas y un comentario que ocupa las pp. 281-287 del mismo volumen.
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15 de septiembre SAN AICARDO o ACHARD, Abad (687 d. C.)
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Se dice que, desde la edad de siete años, Aicardo fue llevado a un monasterio de Poitiers para que se educara. Ahí permaneció hasta que su padre creyó llegado el tiempo de tenerlo en casa e iniciarlo en la vida de la corte y los trabajos del campo; pero su madre tenía vivos deseos de que su hijo fuera santo y pensaba que no debía preocuparle otra cosa que la conducta de su vida y la salvación de su alma. Esta diferencia de puntos de vista provocó agrias disputas entre los esposos y, para poner fin a la discrepancia, se mandó traer a Aicardo para que diera su opinión. Así lo hizo el joven, ante sus padres, de manera tan resuelta y firme, que no hubo más remedio que darle el consentimiento inmediatamente. Aicardo ingresó sin demora a la abadía de Saint Jouin en Ansion, en el Poitou.
Hacía ya treinta y nueve años que Aicardo era monje en Ansion, cuando San Filiberto fundó el priorato de San Benito, en Quincay, con quince monjes traídos de Jumiéges y nombró superior a Aicardo. Bajo su dirección, la nueva casa prosperó grandemente y aumentó el número de monjes. Poco después, San Filiberto se retiró definitivamente de Jumiéges y renunció al cargo de abad en favor de Aicardo. El nombramiento de éste fue aceptado por toda la comunidad, como consecuencia de una visión que le fue concedida a uno de los monjes. No fue esa la única ocasión en la vida de Aicardo, en que, de acuerdo con la tradición, se produjo una visión o señal celeste en un momento oportuno. Ya había en Jumiéges novecientos monjes, entre los cuales el abad incitaba a la perfección con su ejemplo, y por cierto que algunos de ellos trataron de alcanzarla; pero hubo otros que no se dejaban conducir tan fácilmente y se mostraban rebeldes, hasta el día en que Aicardo tuvo un sueño sobre la próxima muerte y juicio de cuatrocientos cuarenta y dos de ellos. Aquella visión del abad causó profundo efecto entre los monjes y los indujo a la obediencia de la regla.
San Aicardo tuvo una premonición sobre la muerte de San Filiberto, que ocurrió poco antes de la suya. Cuando le llegó la hora, pidió que le recostaran sobre un lecho de cenizas y le cubrieran con una tela burda. Una vez cumplidos sus deseos, dijo a sus monjes: "Muy amados hijos: no olvidéis jamás la última recomendación y testamento de este vuestro padre que tanto os ama. Os imploro, en el nombre de nuestro divino Salvador, que os améis siempre unos a otros y que no toleréis nunca que se albergue en vuestro pecho el más leve sentimiento de rencor o de frialdad hacia cualquiera de vuestros hermanos, ni permitáis ninguna cosa por la cual pueda sufrir algún daño la perfecta caridad en vuestras almas. Será en vano que hayáis soportado el yugo de la penitencia y que hayáis envejecido en el ejercicio de los deberes religiosos, si no os amáis sinceramente unos a otros. Sin ese amor, ni siquiera el martirio os hará aceptables a Dios. La caridad fraterna es el alma de una casa religiosa." Después de haber hablado de esta manera, entregó pacíficamente el alma al Señor.
En este mismo día la menología del Cister conmemora a un Beato Aicardo que, evidentemente, fue un hombre de dotes y virtudes por encima de lo común, puesto que fue maestro de novicios en Claraval y el propio San Bernardo lo utilizó en sus trabajos de fundaciones. Este segundo Aicardo murió alrededor del año 1170.
En el Acta Sanctorum, sept. vol. V aparece un extenso relato sobre la vida de San Aicardo. En las otras biografías publicadas no se debe poner mucha confianza.
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15 de septiembre SAN NICOMEDES, Mártir
No solamente hay que aceptar que Dios nos hiera, sino que hay que aceptar que nos hiera donde le plazca; hay que dejar la elección a Dios, porque a El le pertenece. (San Francisco de Sales )
El nacimiento para el cielo de San Nicomedes, sacerdote y mártir, fue en Roma. Como respondiese a los que le querían forzar a sacrificar a los ídolos: "Yo no sacrifico sino al Dios omnipotente que reina en los cielos", fue cruelmente azotado con cordeles emplomados, hasta entregar al Señor su alma. Sus restos reposan a las afueras de Roma, en la vía Normentana. La piedad de los fieles edificó sobre su tumba una gran basílica para servir de cementerio a los cristianos. Murió bajo el emperador Dominiciano. (siglo I)
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13 de septiembre SANTA CATALINA DE GÉNOVA,(*) Viuda
La heroica enfermera y consoladora de los pobres, santa Catalina de Génova, fue natural de la ciudad que lleva su nombre, y de la nobilísima casa de los Fieschi. Deseaba en gran manera imitar el ejemplo de una hermana suya llamada Limbonia, que ser vía al Señor en un monasterio de monjas agustinianas; mas estorbábanselo sus padres, los cuales a todo trance quisieron casarla con un mancebo muy noble y rico de Génova. Llamábase este caballero Julián Adorno, y aunque antes de tomar a Catalina por esposa parecía de loables costumbres, se desenfrenó después, de manera que los diez años que vivió en compañía de la santa, fueron para ella diez años de cruel martirio. Sacábanle fuera de sí la ambición de honras mundanas, la afición al juego, y a los deleites sensuales: y aunque la santa con muchas lágrimas pedía al Señor la conversión de su marido, no abrió éste los ojos, hasta que en el juego y en las vicios hubo perdido la salud, y toda su hacienda y la de su esposa. Entonces por las oraciones de la santa se convirtió a Dios y entró en la tercera orden de san Francisco y al poco tiempo pasó de esta vida con señales de verdadera contrición y arrepentimiento. Desde aquel día determinó la santa viuda comenzar a servir a Dios y a los pobres de Jesucristo en el hospital mayor de Génova, donde por muchos años fue como el ángel consolador de los enfermos. Era tan grande la caridad que ardía en su pecho que se extendía a todos los enfermos de la ciudad: de día y de noche los visitaba en sus casas, los animaba y regalaba cuanto podía, quitándose de su propio sustento, y mendigando lo que había menester para remediar sus necesidades. La ciudad de Génova bendice todavía con singular re conocimiento el nombre de la santa por los portentos de caridad 1ue obró en los años de 1497 y 1501 cuando la pestilencia desolaba la población. Todos huían por escapar del terrible azote; mas no huyó la santa. Como enfermera de los heridos por la peste, acudía en su socorro, y a unos daba la salud del cuerpo y a otros disponía a bien morir y a alcanzar la eterna salvación del alma. No se pueden decir ni imaginar las proezas de caridad que llevó a cabo esta gran santa. Mas no fueron menos asombrosas sus austeridades y ayunos: porque pasó veintitrés cuaresmas y otros tantos advientos con sólo el Pan eucarístico, y bebiendo un poco de agua mezclada con sal y vinagre. Escribió un hermoso diálogo sobre el purgatorio, que bastara a desengañar a los herejes protestantes, que niegan esta doctrina. Finalmente a la edad de setenta y siete años, conociendo que era llegada su dichosa muerte, recibió el santo viático, diciendo: "Ven, oh querido Esposo de mi alma", y llena de méritos y virtudes voló a la gloria del cielo.
REFLEXIÓN
No es maravilla que todos los buenos genoveses alaben y glorifiquen a esta santa heroína de la caridad, y la invoquen con gran fe en las públicas calamidades. En ella se manifiesta el verdadero amor del prójimo, propio de la caridad cristiana, que en semejantes ocasiones suele llegar hasta el heroísmo, y el falso amor del prójimo, que huye de todo peligro de muerte, faltando a veces aun a las obligaciones y oficios más necesarios de la caridad y careciendo hasta de palabras de consuelo y esperanza para reanimar los corazones de los enfermos y moribundos.
ORACIÓN
Dígnate, oh Señor, Autor de nuestra salud, escuchar nuestras humildes súplicas; para que así como nos alegramos en la festividad de la bienaventurada Catalina, así imitemos su piedad y afectuosa devoción. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
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15 de septiembre NUESTRA SEÑORA de las ANGUSTIAS* (1386 d. C.)
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El canto de Granada está impregnado de aires serios y tristes. Su psicología peculiar es honda y reflexiva. Y así tenía que ser esta Granada cristiana, que nace, vive y muere contemplando su Virgen de las Angustias, esa imagen vetusta, bella y profunda, que llora la muerte del Hombre-Dios. El hondo sentido teológico de estas lágrimas lo ha expresado el pueblo en dos sentidos versos:
Lágrimas que a tu Hijo lloran y que consuelan mi alma. |
La actual representación de la Virgen de las Angustias con su dinamismo de dolor maternal redentor, con sus joyas y sus mantos de Reina, es obra de siglos. A nosotros ha llegado con la madurez de las cosas logradas, con el equilibrio clásico de lo perfecto y sobrio. Nada le falta y nada le sobra para el misterio que representa y para la devoción que debe inspirar. La Virgen está de pie sobre un trono real de plata, que cobija el estandarte también real de la santa cruz. A sus pies tiene, como escabel, la luna en arco muy abierto. Delante, ante su mirada tristemente contemplativa y tranquila, está el cuerpo muerto del Hijo, que cubre con su manto y sólo deja ver la parte alta del pecho y la cabeza caída por el lado derecho.
De la antigua talla de la Virgen no se ve ahora más que el rostro enmarcado por unos encajes finísimos en forma de toca monjil. Un gran manto de Reina y Madre cuelga desde la cabeza por los laterales y las espaldas. Todo el cuello está cerrado y el pecho se cubre con un peto riquísimo de múltiples y variadas joyas. Sobre la cabeza, como sujetando el manto, se alza la gran corona de Reina. Los brazos quedan Ocultos, pero las manos asoman por delante un poco implorando compasión y en ademán de buscar la reliquia sacrosanta del Divino Hijo. La copla del himno oficial canta:
Hay una Madre de amores que adora Granada entera: La Virgen de las Angustias, la que vive en la Carrera. |
Efectivamente, la Virgen de las Angustias tiene su casa de Granada en la Carrera del Genil, río que baja de Sierra Nevada, limpio como el agua de la nieve y corre muy cerca, a la derecha de la Virgen. Por detrás pasa también muy cercano el río Darro, con sus granitos de oro. Las aguas de estos dos ríos históricos se juntan aquí, muy cerca del trono de la Virgen, como queriendo simbolizar el latido vital cristiano de los hijos de Granada. Un cronista del siglo XVIII nos pinta a la ciudad volcada en "excesos de amor reverencial hacia su Reina y Señora, la Virgen de las Angustias. Día y noche está presente "en aquel divino asilo" de su templo, con ininterrumpido concurso de hombres y mujeres, que, postrados pecho por tierra, entran de rodillas desde la calle, los más descalzos, hasta las gradas del presbiterio. Las visitas "a la Virgen" tienen aire de peregrinación diaria en nuestros días. Muchos entran por rezar; otros se quedan en la calle; todos se santiguan o se descubren. La salida o la entrada de la Virgen en su templo es siempre un espectáculo de masa y de gloria. Por las espaciosas puertas de la basílica, enmarcada en los esplendores de una noche oriental, envuelta en una ráfaga policroma de luces que chispean en la pedrería de su peto y su corona, entre la algarabía musical de las bandas, los estampidos de los fuegos, el volteo de las campanas y los vivas de la muchedumbre enardecida y creyente, entra la Reina de Granada en su palacio, de espaldas a la iglesia y con los ojos de Madre misericordiosa vueltos hacia los millares y millares que se quedan huérfanos en la calle, porque no caben dentro, todos con un mismo y profundo suspiro de oración, que arde, como incienso, en el fervor del alma y sube al cielo, cuajado en esta sentida copla:
¡Oh Virgen de las Angustias, que abrazas muerto a Jesús! Feliz quien tuviera el alma donde a Cristo tienes tú. |
Los reyes habían establecido su cuartel general en la ciudad de Santa Fe. El viernes 2 de enero de 1492 salieron de allí con dirección a Granada, siguiendo el cauce del Genil. El rey don Fernando llegó hasta el puente más cercano a Granada, junto a la actual ermita de San Sebastián, entonces mezquita. La reina se quedó en Armilla. Boabdil hizo acto de homenaje primero al rey y luego a la reina. Luego continuó con dirección de la Alpujarra. Mientras se tremolaba en la Alhambra el estandarte real y el de Santiago, se entonó el Te Deum y el ejército se arrodilló junto al río Genil. El príncipe don Juan besó las manos de sus padres, como reyes de Granada, Y luego subieron a la Alhambra por la peña tajada de los Mártires y recibieron allí las llaves. Aquel mismo día se volvieron a Santa Fe, siguiendo el camino de Gomérez y Puerta Elvira. El lunes 5 de enero volvieron los reyes a Granada para oír en ella su primera misa. Fue un día de luz y alegría. "Enero se había disfrazado con capa de mayo." Fray Hernando de Talavera, obispo de Avila, bendijo la mezquita Taybin o de los convertidos, hoy iglesia de San Juan de los Reyes, y en ella se celebró la misa, ante un cuadro de la Virgen de las Angustias, donación de la reina y que todavía se conserva en dicha iglesia. Se trata de una pintura en sarga del siglo XV. La Virgen está de pie con su Divino Hijo, muerto, en el regazo. Detrás están los dos santos Juanes, Bautista y Evangelista, como recuerdo de Juan II de Aragón y Juan II de Castilla, padres ambos de los Reyes Católicos. Delante, junto a la cabeza y a los pies de Cristo muerto, se ven de rodillas a los propios reyes, don Fernando y doña Isabel.
No fue este primer templo de Granada el escogido por la Virgen de las Angustias para iglesia suya. El lugar escogido por Ella estaba muy cerca del río Genil y del puente donde los reyes y su ejército habían entonado el Te Deum el día de la toma. Aquí se empezó a venerar, muy pronto también, una segunda tabla de la Virgen Dolorosa, probablemente regalo de los mismos Reyes Católicos, que es, a lo que parece, la que se venera en la vecina iglesia de los padres escolapios. No consta con certeza si la tabla se colocó primero en la puerta vecina de la muralla, en una tribuna, como hablan las crónicas antiguas. Es cierto que en aquellos primeros años se veneró en una ermita, extramuros de la ciudad y junto al río Genil. En 1501 es mencionada esta ermita como ayuda de la parroquia de San Matías. En 1545 se aprueban las primeras constituciones de la "Cofradía de las Angustias y Transfixión de Nuestra Señora y de Santa Susana y de Santa Ursula". La ermita era pequeña y hubo que edificar a su lado otra iglesia el año 1570, que pasó a depender de la nueva parroquia de Santa María Magdalena. En 1609 fue elevada a parroquia independiente. El concurso de fieles crecía cada día más. Se impusieron nuevas ampliaciones el 1626 hasta que se construyó la actual basílica el año 1668. Sus torres son del siglo XVIII. La escultura de mármol que hay en su fachada, de la Virgen de las Angustias, es de Mora y se hizo el 1665-66. Se puso fuera para facilitar el culto en las horas en que la iglesia estaba cerrada. El interior de la iglesia es de una sola nave, con capillas laterales y el crucero, que cubre una bóveda de orden toscano. En el altar mayor, todo él de mármol con finas incrustaciones y mucha talla y escultura, un arco central se abre hacia el camarín, magnífica obra de tipo churriguera granadino, para dejar ver a la imagen de la Virgen en su trono, bajo una cúpula, que sostienen cuatro columnas salomónicas, de mármol negro. Las pinturas sobre temas de la Pasión son del siglo XVIII y tuvieron que ser reparadas después del incendio del año 1918. Pío XI elevó a basílica menor esta iglesia el 30 de noviembre de 1922.
El alma de este templo es la imagen de la Virgen de las Angustias. En la tabla primera, que se veneró a los principios, la Virgen estaba de rodillas y con las manos cruzadas sobre el pecho, que atravesaban siete puñales. La célebre Dolorosa, que José de Mora hizo el 1671, se debió inspirar en ella. Para las procesiones se hacía necesaria una escultura y la Hermandad se hizo pronto con una mediana "dispuesta a semejanza de la tabla original". Esta imagen no debía satisfacer a muchos. Parece que se encargó una mayor y más devota en Toledo, que fue traída a Granada con gran secreto y misterio, sin duda para favorecer su culto y prevenir dificultades. En las crónicas del siglo XVII es corriente hablar de la aparición milagrosa de la imagen, Existen varias versiones de cómo llegó a Granada la imagen. Prueba de su inconsistencia histórica. La más ordinaria nos habla de dos varones, que serían ángeles, los cuales la entregaron a los cofrades en su primitiva ermita. Una sana crítica no encuentra fundamento histórico para este milagro. Lo importante es que la imagen actual es devotísima en todo su conjunto y remonta a principios de la segunda mitad del siglo XVI. Su forma primitiva era una Soledad, tallada de pie y con los brazos pegados al cuerpo, las manos cruzadas y extendidas sobre el pecho, con túnica también tallada, de color azul y sin manto. Después se añadió el Cristo yacente sobre una mesa-altar, se puso detrás el estandarte de la cruz y se cubrió toda la talla con el manto. El alba o túnica blanca que hay debajo del manto es de fines del siglo XVI. Para colocarle en el pecho una cruz con piedras preciosas fue preciso separar del cuerpo los brazos y las manos, como hoy se encuentra. Esto lo hizo en 1718 el célebre artista Duque Cornejo.
Un cronista del siglo XVIII llama a la Virgen de las Angustias "refugio de todas las aflicciones". Así la contempla siempre el pueblo. Como su Reina, su Madre y "su Patrona". Su templo es la casa de todos y "su manto" el cobijo de todos los que lloran y anhelan. La historia de los mantos de la Virgen arranca del mismo siglo XVI y es gloriosísima. En ellos ha visto siempre el pueblo el símbolo tangible de su poder y de su eficaz protección sobre Granada. De todos los mantos que se conservan en las arcas de la basílica, merece especial atención el que regaló la duquesa viuda del Infantado el año 1758, de terciopelo negro bordado en oro. En 1794 regaló otro don Antonio de la Plaza, obispo de Cádiz, también de terciopeIo negro, bordado en oro y guarnecido de perlas. El de Isabel II data de 1856. Es de terciopelo negro con bordados, randas y flecos de oro. El manto "del pueblo" es riquísimo. Contribuyeron aun los más pobres, pues se recogieron en los cepillos hasta monedas de uno y de dos céntimos. Es el. manto que lleva en sus salidas procesionales y el que vistió el día de su solemne coronación. También es de terciopelo negro, con bordados de oro, grandes ramos de flores con mucho relieve, granadas en la orla, yugos y flechas, insignias de los Reyes Católicos. Más reciente es el manto "de la Hermandad", que suele ponerse durante el novenario y en la Semana Santa. En 1929 se hizo uno con la primera seda que se obtuvo en los campos de Granada. Por fin, el año 1940 estrenó la Virgen el manto "de los Alféreces", que lleva la estrella y el nombre de los alféreces granadinos muertos en la guerra de Liberación. Costó 50.000 pesetas. Los mantos son la expresión viva del patronato de la Virgen vivido y sentido por Granada a través de toda su historia. El patronato canónico se obtuvo en Roma el 1889, siendo arzobispo don José Moreno Mazón. Entonces se trasladaron del Viernes Santo y de la Cuaresma al mes de septiembre la fiesta y la procesión con el novenario solemne. La coronación canónica tuvo lugar el 20 de septiembre del año 1913, bajo el pontificado de don José Meseguer y Costa. La corona, de estilo renacimiento español, es de oro, con un total de más de 6.000 piedras preciosas. Como la devoción y la protección de la Virgen se extendía de hecho a toda la archidiócesis de Granada, el arzobispo don Balbino Sanatos pidió y obtuvo de Pío XII la ampliación de su patronato canónico. Esto sucedió el año 1948. Con este motivo se inauguró un himno oficial con música de Luis Urteaga y letra del presbítero don José Fernández Crespo. Los inspirados autores lograron una auténtica plegaria popular, que responde al sentimiento y devoción de Granada.
Oh Virgen de las Angustias, Reina y Madre de Granada, que es, a tus plantas postrada, hoguera de fe y de amor.
En la vida y en la muerte protégenos con tu manto, y nos consiga tu llanto el amparo del Señor.
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JUAN LEAL, S. I.
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15 de septiembre
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LOS SIETE DOLORES DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
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Era menester que el Cristo padeciese y así entrase en la gloria. (Lucas, 24, 26).
Esta fiesta la celebraban con gran pompa los Servitas ya en el siglo XVII y fue extendida por el Papa Pío VII en 1817 a toda la Iglesia, en memoria de los sufrimientos infligidos a la Iglesia y a su jefe visible por Napoleón I, y en acción de gracias a la Madre de Dios, cuya intercesión les había dado fin. El Evangelio de la misa nos recuerda el momento más doloroso de la vida de María, así como su inquebrantable firmeza: junto a la cruz de Jesús está de pie María, su Madre.
MEDITACIÓN - LA VISTA DE LA CRUZ ES EL CONSUELO DEL CRISTIANO
I. Nada hay más consolador para un cristiano que poner sus ojos en la cruz; ella es quien le enseña a sufrir todo, a ejemplo de Jesucristo. Esta cruz anima su fe, fortifica su esperanza y abrasa su corazón de amor divino. Los sufrimientos, las calumnias, la pobreza, las humillaciones parecen agradables a quien contempla a Jesucristo en la cruz. La vista de la serpiente de bronce sanaba a los israelitas en el desierto, y la vista de vuestra cruz, oh mi divino Maestro, calrna nuestros dolores. No pienses en tus aflicciones ni en lo que sufres, sino en lo que ha sufrido Jesús. (San Bernardo)
II. ¡Qué dulce debe ser para un cristiano, en el trance de la muerte, tomar entre sus manos el crucifijo y morir contemplándolo! ¡Qué gozo no tendré, entonces, si he imitado a mi Salvador crucificado, viendo que todos mis sufrimientos han pasado! ¡Qué confianza no tendré en la cruz y en la sangre que Jesucristo ha derramado por mi amor! ¡Qué dulce es morir besando la cruz! El que contempla a Jesús inmolado en la cruz, debe despreciar la muerte. (San Cipriano)
III. Qué consuelo para los justos, cuando vean la señal de la cruz en el cielo, en el día del juicio y qué dolor, en cambio, para los impíos que habrán sido sus enemigos. Penetra los sentimientos de unos y otros. Que pesar para los malos por no haber querido, durante los breves instantes que han pasado en la tiera, llevar una cruz ligera que les hubiera procurado una gloria inmortal, y estar ahora obligados, en el infierno, a llevar una cruz agobiadora, sin esperanza de ver alguna vez el fin de sus sufrimientos.
El amor a la cruz - Orad por la conversión de los infieles.
ORACIÓN
Oh Dios, durante cuya Pasión, según la profecía de Simeón, una espada de dolor atravesó el alma dulcísima de la gloriosa Virgen y Madre, concédenos, al venerar sus dolores, que consigamos los bienaventurados efectos de vuestra Pasión. Vos que con el Padre y el Espíritu Santo vivís y reináis por los siglos le los siglos. Amén.
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15 de septiembre SEÑOR DEL "MILAGRO" Salta, República Argentina
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Corría el año de 1582; cuando llegaban flotando al puerto del Callao (Perú), dos cajones que con letras marcadas tenían inscriptas: "UN SEÑOR CRUCIFICADO PARA LA IGLESIA MATRIZ DE LA CIUDAD DE SALTA, PROVINCIA DEL TUCUMAN, REMITIDO POR FRAY FRANCISCO VICTORIA, OBISPO DEL TUCUMAN", y el otro: "UNA SEÑORA DEL ROSARIO, PARA EL CONVENTO DE PREDICADORES DE LA CIUDAD DE CÓRDOBA, PROVINCIA DEL TUCUMAN, REMITIDO POR FRAY FRANCISCO VICTORIA, OBISPO DEL TUCUMAN". El Santo Cristo sería llamado más tarde por la piedad del pueblo salteño con el nombre de Señor del Milagro; mientras que la imagen de la Virgen del Rosario recibiría el nombre de Nuestra Señora del Rosario del Milagro de Córdoba, a cuya protección colocaría el Virrey Santiago de Liniers la ciudad de la Santísima Trinidad, puerto de Santa María de los Buenos Ayres, con motivo de la segunda invasión inglesa, derrotada bajo tan poderoso amparo.
Tras largo camino, en carro, en carreta, a lomo de mulas y a hombro, llegó a la ciudad de Salta, el día 15 de setiembre de 1592 la imagen del Señor Crucificado, siendo recibida por el pueblo salteño con grandes homenajes.
Según una tradición muy antigua, ya estaría en esa ciudad una imagen de la Purísima e Inmaculada Madre de Dios, que la habría enviado el mismo obispo fray Francisco Victoria, de regreso de Lima, después de asistir al Concilio convocado por Santo Toribio de Mogrovejo.
El terremoto de septiembre de 1592
La tierra comienza a temblar, el cielo color de plomo, los montes tiemblan y los ríos amenazan salir de su cauce. Es el 10 de septiembre cuando un espantoso terremoto arrasa la ciudad de Esteco, pereciendo sus familias bajo los escombros, sumergidas las ruinas por el torrentoso río de las Piedras que formó, en el lugar donde estuviera una de las más comerciales ciudades de Tucumán, un lago que duró más de ocho años.
Las familias sobrevivientes comenzaron la huida hacia el Norte, pasando por Salta, pero no se detuvieron allí; la hermosa ciudad era víctima también de la furia de la naturaleza, mano de Dios que castiga a sus hijos para que hagan penitencia y no se hundan en el fango del pecado.
En la mañana del 13 de septiembre, cuando todo anunciaba paz y calma en la ciudad de Salta, tiembla de repente la tierra, comienza a sacudirse el suelo, se mueven los edificios y con ellos el pueblo entero que trata de encontrar un lugar seguro para no ser aplastado o tragado por la tierra. Los edificios se desploman y el polvo de las ruinas y los gritos de espanto de la gente forman una escena dantesca y cunde el terror.
Todos a una, dejando de lado los medios humanos —que no los hay— recurren a Dios Nuestro Señor y abren sus corazones a los llamados de la Fe.
La Inmaculada Virgen del Milagro
Luego de pasados los primeros momentos de espanto, muchas personas acudieron a la Iglesia Matriz para salvar el Santísimo Sacramento, encabezados por el sacristán Juan Ángel Peredo que abrió las puertas de la Sacristía, por donde entraron al templo. Estando allí dentro, lo primero que vieron fue la imagen de la Virgen Inmaculada echada "al pie del altar" con la cara hacia arriba, como si mirase al Sagrario, adorando a Su Divino Hijo, implorando misericordia. Es de notar que Su rostro estaba pálido y demacrado, y que no había sufrido ninguna rotura, ni allí ni en las manos, mientras que el dragón, que estaba a sus pies, tenía destrozada un ala, una oreja y deformada la nariz, y la media luna colocada también a los pies, estaba rota.
La Virgen Inmaculada fue sacada fuera y colocada junto a un altar puesto a las puertas de la Iglesia y, a los ojos de los innumerables fieles que, contritos y apesadumbrados, rezaban fervorosamente pidiendo la misericordia de Dios. Su rostro mudaba de colores manifestando los sentimientos de dolor y angustia por sus hijos que estaban pasando una dura prueba por haber apartado sus corazones de Nuestro Divino Redentor y Su Santa Ley.
El pueblo salteño postrado a los pies de la Santísima Reina de los Cielos, rogaba su poderosísima intercesión ante Su Divino Hijo, para que tuviera misericordia de la ciudad y de sus habitantes, reconociendo las faltas cometidas y convirtiendo sus corazones a Dios.
El Señor del Milagro
Es el 15 de septiembre, ya han pasado tres días desde el comienzo del terremoto y la tierra continúa oscilando; la gente descansa a la intemperie por temor a perecer aplastada dentro de los edificios totalmente agrietados. Esos han sido días de oración y penitencia, pero la furia de la naturaleza vengadora, a pesar de las rogativas y procesiones aún con el Santísimo Sacramento, no se ha calmado todavía. Es en esos momentos que un sacerdote jesuita, el R. P. José Carrión, indudablemente inspirado por Dios, comienza a exhortar a que "se sacase en procesión pública al Señor Crucificado que se tenía olvidado, y cesarán los temblores". En privado y en público, una, dos y tres veces insiste el P. Carrión para que se saque al Santo Cristo Crucificado, amenazando con despojarse de sus ornamentos, en señal de duelo, si no se le hace caso.
Así, a las primeras horas de la tarde, llevada en hombros de las principales autoridades, sale la Imagen del Santo Cristo Crucificado y recorre en imponente procesión, las principales calles de la ciudad, acompañada del pueblo, clero y milicia.
Ante Su presencia se realiza el milagro: la tierra hasta ese momento enfurecida contra los ingratos hijos de Eva, se calma inmediatamente a la vista del Divino Crucificado. Salta entona un himno de júbilo y de acción de gracias para quienes desde ese momento son bautizados definitivamente con los nombres de el Señor y la Virgen del Milagro. La procesión del 15 de setiembre fue jurada que se repetiría todos los años, lo cual se ha venido haciendo con vivas muestras de piedad y amor filial por parte del fiel pueblo salteño.
18 de octubre de 1844. El terremoto y el Pacto
En la noche del 18 de octubre de 1844, la ciudad de Salta es sacudida por un espantoso temblor. Nuevamente los salteños acuden a la poderosa intercesión de la Virgen del Milagro buscando la protección del Señor Crucificado. Se sacan las Santas Imágenes y se organiza inmediatamente una procesión que recorre las calles de la ciudad hasta llegar nuevamente a la plaza frente a la Catedral; allí se coloca la imagen de la Santísima Virgen frente a la del Santo Cristo, como intercediendo por su pueblo, el cual prorrumpe en exclamaciones de ¡misericordia!, ¡perdón! y en llantos y lamentos.
Esa misma noche, el P. Cayetano González, exhortó al pueblo a penitencia, a abandonar la senda del pecado, a convertir sus costumbres, a abandonar el lujo, la riqueza y el bienestar que originaron la mengua de su religiosidad, para corresponder a los favores que esperaba obtener del Señor del Milagro.
También propuso al pueblo que se celebrara un solemne pacto de alianza con el Cristo del Milagro, ratificando a la vez el voto hecho en 1692. Luego del sermón, se celebró el pacto con la lacónica fórmula: "Tu noster es et tui sumus", Tú eres nuestro y nosotros somos tuyos. En memoria de este pacto se labró una cinta de plata con las letras de la fórmula inscriptas en oro, y se la colocó al pie del Cristo. Algunos años más tarde, el obispo Linares, luego de rehacerla y mejorarla en todo lo posible, la hizo colocar en el reverso de los brazos de la cruz.
23 de agosto de 1948
En la noche del 23 de agosto de 1948, Salta fue sacudida nuevamente por temblores de tierra. Inmediatamente, autoridades y pueblo unidos en la misma fe, sacaron en procesión las Milagrosas Imágenes, pidiendo Su protección; pronto fue todo quietud.
Por tercera vez en la historia, el Santo Cristo del Milagro había manifestado Su misericordia para con los salteños, a instancias de los ruegos de Su Santísima Madre, la Inmaculada Virgen del Milagro, protectora particularísima de la Ciudad de Salta, que vela sobre ella para que no desfallezca la Santa Fe Católica en sus hijos.
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