El Pescador
Un hombre adinerado pasaba sus días pescando
en el lago contiguo a su mansión. Cada día,
veía en aquel lugar a un hombre muy pobre
que vivía en una choza tambaleante. Pescaba
con un palo y una cuerda. Lo hacía casi una hora;
pocas veces conseguía más de dos pescados. Entonces, se iba a casa.
Los años pasaron y, frustrado de tanto
meditar, el rico se acercó al pobre:
Disculpe, por favor, pero hemos pescado en este
lugar por años, y siento curiosidad. Usted viene
aquí diariamente, logra pescar muy poco y luego
se dirige a su casa. Sólo me pregunto por qué
no permanece un poco más de tiempo.
Mire, si usted se queda cada día una o dos
horas más, podría vender en la ciudad
el pescado que le sobre.
Conseguiría dinero suficiente para adquirir una
vara mejor, y así tener una pesca considerable.
Tal vez pueda hacerse de un bote y una red.
Pescaría aun más, y podría hasta contratar otro
hombre y un bote adicional. Pronto no tendría que
estar en el agua todo el día, sino que llegaría a
ser dueño de una gigantesca compañía, la cual
fácilmente podría pasar sus días pescando solo ,
el tiempo que desee, haciendo lo que le place
y sin preocupaciones.
Pero señor, no entiendo -dijo el hombre pobre-,
¡eso es precisamente lo que hago!
Contentarse con la vida que Dios nos ha
concedido es disfrutar la mayor
de las riquezas.
Renuevo de Plenitud
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