Vida de Santidad
Solo llegaremos a comprender el hondo
sentimiento humano que tenía el santo y
el profundo amor a Dios que lo animaba,
si estudiamos detenidamente sus escritos
contenidos en las “Confesiones”,
la Lorica y la carta a Coroticus de San Patricio.
Conoceremos el secreto de la extraordinaria
impresión que causaba a los que lo conocían
personalmente. Patricio era un hombre
muy sencillo, con un gran espíritu de humildad.
Decía que su trabajo misionero era la simple
actuación de un mandamiento divino y que su
aversión contra los pelagianos se debía al
absoluto valor teológico que él atribuía a la gracia.
Era profundamente afectuoso, por lo que vemos
en sus escritos referirse tantas veces al inmenso
dolor que le produjo separarse de su familia
de sangre y de su casa, a la que le unía un
gran cariño. Era muy sensible, le hacía sufrir
mucho que digan que trabajaba en la misión
que había emprendido para buscar provecho
propio, por eso insistía tanto en el desinterés
que lo animaban a seguir trabajando.
De sus Confesiones: “Incontables dones me
fueron concedidos con el llanto y con las
lágrimas. Contrarié a mis gentes y también,
contra mi voluntad, a no pocos de mis mayores;
pero como Dios era mi guía, yo no consentí en
ceder ante ellos de ninguna manera.
No fue por mérito propio, sino porque Dios
me había conquistado y reinaba en mí.
Fue El quien se resistió a los ruegos de los
que me amaban, de suerte que me aparté de
ellos para morar entre los paganos de
Irlanda, a fin de predicarles el Evangelio y
soportar una cantidad grande de insultos
por parte de los incrédulos, que me hacían
continuos reproches y que aun desataban
persecuciones contra mí, en tanto que yo
sacrificaba mi libertad en su provecho.
Pero si acaso se me considera digno,
estoy pronto a dar hasta mi vida en nombre
de Dios, sin vacilaciones y con gozo.
Es mi vida la que me propongo pasar aquí
hasta que se extinga, si el Señor me concede esa gracia”.
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