UN ENCUENTRO EN LA VIDA
Hace
15 años nació una niña en un país extranjero; era una niña preciosa,
pero su madre no la quería. A la semana de que naciera, su madre se la
llevó a casa de su abuela llamada Nuria. La dejó allí: su madre la miró
por última vez y lloró.
La niña se llamaba Irene. Su abuela la cuidó desde el primer momento
con mucho cariño. El país donde nació Irene era un país pobre, con
pocos recursos para vivir y poca esperanza de vida.
Cuando Irene tenía tres años, a su abuela le diagnosticaron leucemia.
Al poco tiempo, Nuria murió.
A Irene la llevaron a casa de una familia. Tenían una hija más mayor.
Los padres trataban mal a Irene; la encerraban en cuartos oscuros, la
pegaban y la hacían trabajar. Así vivió hasta los 5 años. Un día,
decidió escapar, pero ella sola no podía así que la hija mayor, llamada
Elena, decidió ayudarla.
Un día, Elena hizo copias de las llaves de su casa. Esa tarde, Elena y
sus padres se iban a comer juntos, mientras que a Irene, como siempre,
la dejaban encerrada en casa. Aquél día cuando iban hacia el
restaurante, Elena les dijo a sus padres que tenía que hacer una cosa.
Sus padres, extrañados, la miraron y le preguntaron que qué era eso tan
importante, pero Elena no respondió; fue hacia la casa y cuando abrió
la puerta, allí estaba Irene, nerviosa. Cuando llegó el momento de la
despedida, las dos derramaron lágrimas. Irene le agradeció a Elena todo
lo que había hecho por ella, se abrazaron fuertemente y tras muchos
sollozos, Irene se fue.
No tenía a dónde ir. Estaba en la calle sola, sola con 5 años,
intentado sobrevivir como muchos niños de su país.
Un día, un señor mayor pasaba por allí y la vio, sentada en unas
escaleras, llorando. Entonces el hombre se acercó y le preguntó:
- ¿Qué te pasa? – le dijo mientras se agachaba.
Irene le miró fijamente con los ojos humedecidos y le contestó:
- Estoy sola.
- ¿Dónde está tu mamá? – le preguntó el hombre mientras le retiraba el
pelo de la cara.
Entonces cayeron dos lágrimas de sus grandes y tristes ojos y,
agachando la cabeza, contestó:
-¿Mi mama? no tengo, estoy sola –repitió- tengo hambre, frío y miedo…
mucho miedo.
El hombre se estremeció, la miró y la acarició, le secó las lágrimas y
le dijo:
- No llores más, ya no estás sola, estoy contigo, no tengas miedo –la
abrazó, la cogió de la mano y le dijo que se levantara.
La niña se puso de pie y se fue con el hombre. La llevó a un orfanato.
Aquél hombre se llamaba Alberto Rodríguez, era el médico de allí. Nada
más llegar, la dieron un baño y de comer. Le hicieron pruebas. Tenía
anemia más enfermedades causadas por haber vivido en la calle.
Pasó un año. Irene ya tenía 6 años. Un día le dijeron que había un
matrimonio que quería adoptarla. Tal fue su alegría que se puso a
saltar, no se lo podía creer. Se puso a pensar que ahora ya, por fin,
tendría una familia… una familia… lo que nunca tuvo, por fin podría ser
completamente feliz.
Llegó el día en que Irene conocería a las personas que tanto necesitó y
necesitaba. ¡Estaba tan nerviosa y tan contenta!... llevaba un vestido
morado y zapatitos blancos.
Miraba por la ventana y, de repente abrieron la puerta y… eran ellos…
sus padres, sus nuevos padres. Irene se quedó paralizada: los miró y
corrió hasta sus piernas para abrazarlos. Entonces, su padre la cogió y
la abrazó mientras su nueva madre la miraba llorando, llorando de
alegría, alegría por ver a su hija. Sonrió y le dijo:
- Irene, me has cambiado mi vida, ahora soy feliz.
Ha pasado tiempo desde entonces. Ahora Irene tiene 15 años. A veces
piensa en su madre biológica, se pregunta por qué la abandonó, se hace
muchas preguntas y quizá nunca sabrá cuáles son las respuestas… pero lo
que sí sabe es que ya nunca más estará sola porque ahora tiene unos
padres que la quieren y es feliz.
Tener la posibilidad de darle felicidad a alguien da felicidad al corazón de uno mismo, nunca pierdas oportunidad.
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