Cuando decimos abuso
sexual infantil nos referimos a cualquier conducta con claro sentido
sexual en la que haya contacto físico o sin él (tocar o ser tocado, por medio de
palabras, exhibición de los órganos genitales y/o fotos o películas
pornográficas) hacia un menor de alguien que detenta poder y/o autoridad ante
ese menor, que lo hace su víctima y a partir de la cual el ofensor obtiene
gratificación sexual.
Resulta muy importante comprender
que no siempre se encuentra presente la violencia física para perpetrarlo,
generalmente sólo es suficiente una relación de autoridad y/o de confianza entre
el adulto y la víctima para que el abuso sexual ocurra.
Nuestra primera reacción frente al
abuso sexual infantiles es la incredulidad, la duda.
No sólo nos resulta inadmisible,
sino también impensable que alguien se excite, abuse, someta y amenace a un ser
indefenso.
Para defendernos del dolor que nos
ocasiona pensar en el abuso sexual infantil, individualmente y como sociedad, el
mecanismo siguiente que se pone en juego es la negación: No, "esto" no puede ser
verdad.
Lo primero que tenemos que
hacer, es vencer nuestros prejuicios, esta resistencia individualmente y como
sociedad para aceptar y reconocer que el abuso sexual infantil existe y es mucho
más frecuente de lo que nos gustaría creer. Aceptar que ocurre
en todos los niveles socio-económicos y culturales incluso en las "mejores"
familias.
Pensamos que ocurre con más
frecuencia en los niveles más pobres, menos educados, sin darnos cuenta de que
estos sectores están más expuestos que los niveles medios y altos a la
intervención de la comunidad y que esta es la razón por la se producen un mayor
número de denuncias. (hospitales, colegios públicos).
Paradójicamente las mejores
condiciones socio-económicas lejos de garantizar la integridad de los chicos,
los deja aún más desamparados, más vulnerables, porque el abuso sexual infantil
se silencia.
Al no haber intervención directa
de la comunidad, la atención que reciben es "privada", donde los intereses
económicos prevalecen y no se hacen "públicas" las cuestiones
"privadas".
Por otra parte el imaginario
social nos hace creer que estos monstruos abusadores se pueden claramente
identificar, que se diferencian mucho de nosotros, son los desconocidos, los
extraños, los degenerados, los enfermos, los criminales, ex presidiarios, los
abiertamente violentos, porque nos resulta inaceptable que sean "gente como
uno".
Lo cierto es que quienes son los
abusadores están cerca, son siempre conocidos por nosotros y nuestros chicos,
conviven con nosotros y/o con nuestros chicos y pueden ser tanto hombres como
mujeres.
Enseñamos a nuestros chicos a
cuidarse de los desconocidos, de los extraños.
Pero también les enseñamos a
obedecer sin cuestionar y a ser cariñosos con los adultos de quienes
dependen.
Facilitándoles de este modo el
camino a los abusadores.
Lo primero que deberíamos
enseñarles a nuestros hijos e hijas, es el respeto y la confianza en sí mismos,
que su cuerpo es de ellos y a decir NO.
Lic. Mónica L. Creus
Ureta