EL HOMBRE DEL SACO
Eran cerca de las nueve y papá vino a darme las buenas noches.
Mamá era la que siempre me acostaba y él venía cuando iba
a ponerse el pijama, con lo cual no era de extrañar verlo
desabrochándose la camisa o los zapatos.
- Mañana, partido- Me dijo sonriente mientras
me acariciaba la cabeza. - Sí...- Dije felizmente sin ocurrírseme
nada que decir. - Bueno, te dejo que descanses. Acuérdate mañana de desayunar bien.
- dijo acariciándose la pequeña calva que le estaba saliendo.
Cada vez que mi padre me daba un consejo, se me quedaba grabado en la cabeza.
Se despidió con un beso en la frente y cerró la puerta.
Era extraño pero cada vez que la puerta estaba cerrada,
sobre todo de noche, no parecía mi habitación.
Era como si me encontrase de repente en un sitio
aislado de toda la casa, lejos de todo el mundo.
La lámpara de cera que me habían regalado
por mi cumpleaños contribuía a ello, pues proyectaba
extrañas sombras con movimiento dentro de una luz
verdosa que empapaba todo el cuarto. En mi despertador
de las Tortugas Ninja, el segundero sonaba con violencia
aunque normalmente no me percataba de su existencia.
A lo lejos oía la voz de mis padres y una suave
melodía, aquella noche no parecían querer ver la tele.
Tumbado boca arriba en la cama, pegué un poco la
barbilla a mi pecho y miré la ventana. Desde aquel
sexto piso (y desde mi cama), lo único que veía era la
luna suspendida en el aire, incompleta, sin fuerzas
para dar luz. Giré la cabeza hacia la derecha y miré
la puerta en la pared del pequeño trastero.
Allí estaban mis juguetes y en noches como esa,
en las que papá y mamá no veían la tele, se oían terribles gemidos y ruidos.
Deseé con todas mis fuerzas que aquella noche
no oyera nada, pues empezaba a sentir pánico y
aunque luego de día no recordaba nada,
algo me hacía pensar que si esa noche
volvía a tener pesadillas lo recordaría para siempre.
Pasó mucho tiempo sin que pasara nada.
De vez en cuando oía alguna risa de mamá,
como si papá le contara cosas graciosas y
la música seguía sonando, aunque canciones
distintas. El sudor frío se hizo presente en mi nuca
y espalda cuando empezaron los ruidos.
Eran ruidos extraños, como muelles oxidados
y alguien dando pasos dentro del trastero.
Ya no oía a papá ni a mamá.
De repente empezaron aquellos gemidos y creí que la puerta del trastero se iba a abrir...
- ¡Papaaaaaaaaaaá!- Grité con todas mis fuerzas.
Los ruidos cesaron repentinamente,
como si el sólo hecho de llamar a mi padre los aterrase.
En unos instantes estaba en mi cuarto y con la
luz ya encendida, me abrazaba y escuchaba mis explicaciones.
- Pero tranquilo, el hombre del saco no existe-
dijo disimulando una sonrisa. - Sí, si que existe. ¡Yo lo oigo!- Le expliqué.
No me gustaba que pensase que eran “cosas de niños”.
Entonces mi padre me guiñó el ojo y se me acercó al oído
para susurrarme: “Bueno, pues si existe, yo lo cazaré”.
Acto seguido se levantó y se dirigió hasta mi puerta. Luego salió y me miró.
- Bueno, hasta mañana. Recuerda que los monstruos no
existen- dijo en voz alta. Luego volvió a entrar en mi
cuarto sin hacer ruido y cerró la puerta. Se sentó en l
a esquina de la pared de la puerta y la del trastero
y se llevó el índice a los labios, indicándome
que guardara silencio. Todo parecía un juego para él.
La lámpara de cera volvió a hacer de las suyas.
Esta vez ya no se oía la música y por supuesto
tampoco hablaban papá y mamá.
Todo era un escandaloso silencio,
a excepción de mi despertador que
no hacía más que acelerar mi pulso. Tic tac, tic tac, tic tac, tic tac...
La luna aparecía y desaparecía tras mis párpados
y éstos parecían más pesados cada vez. Pero cuando
estaba a punto de dormirme, los ruidos comenzaron
una vez más y miré con los ojos como platos a mi padre.
Papá no me miró pero puso la cara que ponía cuando
el mando de la tele no funciona. Se puso de pie y dio
dos pasos, hasta quedar delante de la puerta del trastero.
Los gemidos empezaron y mi padre, sin pensárselo dos
veces, abrió la puerta del trastero. La luz de la lámpara
de cera no parecía entrar en el trastero y la oscuridad
era más recalcada en él. Al abrir la puerta, los ruidos
se agigantaron un poco y yo comencé a estremecerme en la cama.
- ¿Papá...?
Papá se giró y puso de nuevo el índice delante de su
sonrisa, como si no quisiera que lo sorprendiesen porque
estaba a punto de gastar una broma. Entonces algo
brilló dentro del trastero y escuché un pequeño silbido.
Un segundo después, la cabeza de mi padre, desprendida
del cuerpo, chocaba contra la lámpara de cera,
haciéndola añicos y todo se envolvió en oscuridad.
Fui incapaz de reaccionar, me quedé petrificado mirando
la forma negra en el suelo que era la cabeza de mi padre
. En la penumbra empecé a escuchar un goteo y pensé que
era de sangre. Algo salió del armario y al andar hacía
aquellos ruidos extraños que se oían en el trastero y resonaban
con estrépito en mi cabeza. Avanzó hasta donde yo miraba,
cogió la cabeza de mi padre y la metió en un saco que
arrastraba y donde parecía llevar otras cabezas.
Luego volvió al trastero haciendo los mismos ruidos y cerró la puerta tras de sí.
En breves instantes mi madre entraría en mi cuarto
para ver si todo iba bien y encendería la luz.
No tenía ni idea de cómo explicarle lo que había sucedido.
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