Así, veo el huertecillo de Nazaret. María esta hilando a la sombra de un tupidísimo manzano repleto de frutos, que ya empiezan a tomar color rojo.
Sin embargo, María no tiene, de ninguna manera, ese color, le ha desaparecido la linda coloración que, avivaba su cara. En la pálidez de marfil de su rostro, sólo los labios trazan una curva de pálido coral. Bajo los párpados semicerrados hay dos sombras oscuras y los bordes de los ojos estan hinchados, como quien ha llorado.
Esta toda vestida de blanco, de lino blanco; es que hace mucho calor, a pesar de que la frescura todavia intacta de las flores me dice que es por la mañana. Tiene la cabeza descubierta, y el sol, juega con las ramas del manzano movidas por un ligerísimo viento, y se filtra con agujas de luz hasta tocar la tierra oscura, deposita en su cabeza rubia aritos de luz en los que los cabellos parecen de oro obrizo.
De la casa no viene ningún ruido, ni tampoco de los lugares cercanos.
Maria se estremece al oír un golpe dado con resolución a la puerta de la casa. Apoya rueca y huso y se levanta para ir a abrir. A pesar de que el vestido sea suelto y amplio, no llega a ocultar completamente la rotundidad de su pelvis.
Se encuentra de frente a José. María palidece, hasta incluso en los labios. Ahora su rostro parece una hostia de lo pálido que esta. María mira con ojo que escruta tristemente; jose con ojo que parece suplicar. Guardan silencio, mirándose. María rompe el silencio: "¿A esta hora, José? ¿Necesitas algo? ¿que deseas decirme? Ven".
José entra y cierra la puerta. Todavia guarda silencio.
"Habla, José. ¿que deseas de mi?".
"Tu perdon". José se curva como si quisiera arrodillarse. Pero María, siempre tan reservada al tocarle, le agarra con resolución por los hombros y se lo impide.
El color aparece y desaparece del rostro de María, ora completamente roja, ora de nieve como antes. "¿Mi perdon? No tengo nada que perdonarte José. No debo sino agradecerte una vez más, todo cuanto has hecho aqui dentro, en mi ausencia, y el amor que me tienes".
José la mira. Dos guesas gotas se forman en la cavidad de sus ojos profundos, permanecen comoen el borde de un recipiente, y luego se deslizan por sus mejillas y por la barba. "Perdoname María. He desconfiado de ti. Ahora veo. Soy indigno de poseer tan gran tesoro. He faltado a la caridad, te he acusado en mi corazón, te he acusado injustamente por que no te había preguntado la verdad. He faltado contra la ley de Dios no amandote como yo me habría amado a mi mismo..."
"¡Oh, no, no has faltado!"
"sí, María, Si yo hubiera sido acusado de un delito así, me habría defendido. Tú... No te concedía defenderte, por que ya iba a tomar desiciones sin preguntarte primero. He faltado contra ti ofendiendote con una sospecha. María, el que sospecha no conoce. Yo no te he conocido como debia. Pero, por el dolor que he sufrido... tres dias de suplicio..., perdóname, María".
"No tengo nada que perdonarte. Es mas, te pido yo perdon por el dolor que te he causado".
"¡Oh, dolor si que fue! ¡Cuanto dolor! Fíjate, esta mañana me han dicho que tengo las sienes canosas y arrugas en la cara. ¡Estos dias han significado más de diéz años de vida! Pero, María ¿Por que has sido tu tan humilde de celarme a mi, tu esposo, tu gloria, y permitirme que sospechara de ti?"
José no está de rodillas, pero sí tan curvado que es como si lo estuviera. María le pone su manita en la cabeza, y sonríe. Como si le absolviera. Dice: "Si no lo hubiera sido de modo perfecto, no habría merecido concebir al Esperado, que viene a anular la culpa de sobervia que ha destruido al hombre. Y ademas no he echo sino obedecer... Dios me pidió esa obediencia... me ha costado mucho... por ti, por el dolo que te produciría... Pero tenía que obedecer, Soy la Esclava de Dios, y los siervos no discuten las órdenes que reciben; las ejecutan, José, aunque provoquen lágrimas de sangre".
María mientras dice esto, llora silenciosamente, tan silenciosamente que José, agachado como esta, no lo advierte hasta que cae una lágrima al suelo. Entonces, levanta la cabeza y aprieta las manitas de María entre las suyas, oscuras y fuertes, y besa la punta de sus rosados y delgados dedos.
"ahora habrá que tomar las medidas necesarias para que..." José no sigue; mira al cuerpo de María, y Ella se pone como la purpura, y se sienta de golpe para apartar sus formas de la mirada que la observa. "Habra que actuar rápidamente. Yo vendré aquí... cumpliremos la ceremonia de la boda... la proxima semana. ¿Te parece?".
"Todo lo que tu haces esta bien, José. Tú eres el jefe de la casa; yo, tu sierva".
"No. Yo soy tu siervo. Yo soy el beato siervo de mi Señor que crece en tu seno. Bendita tú entre todas las mujeres de Israel. Esta tarde aviso a los parientes. Y después... ya estando yo aqui, nos dedicaremos a preparar todo para recibir... ¿Oh, cómo podré recibir en mi casa a Dios? ¡Moriré de gozo!... ¡Jamas podré osar tocarle!..."
"Podrás, como yo, por gracia de Dios".
"Pero tu eres tú. ¡Yo soy un pobre hombre, el mas pobre de los hijos de Dios!"
"Jesus viene por nosotros, pobres, para hacernos ricos en Dios; viene a nosotros dos por que somos los más pobres y reconocemos que lo somos. Exulta, José. La estirpe de David tiene su Rey esperado, y nuestra casa va ser más fastuosa que el palacio de Salomón, por que aquí estará el Cielo y compartiremos con Dios el secreto de paz que después conoceran los hombres. Crecerá entre nosotros dos. Nuestros brazos le serviran de cuna al Redentor durante su crecimiento, y nuestras fatigas le procurarán el pan... ¡Oh José! Oiremos la voz de Dios llamándonos ¡Padre y madre! ¡Oh!..."
María llora de alegría; ¡un llanto tan feliz...! Y José arrodillado ahora, a sus pies, llora con su cabeza casi oculta en el amplio vestido de María que cae, formando pliegues, sobre las pobres baldosas de la reducida estancia.
