Cuando los padres quedamos huérfanos de los hijos
Hay un periodo cuando los
padres quedamos huérfanos de nuestros hijos. Es que los niños crecen
independientemente de nosotros, como árboles murmurantes y pájaros
imprudentes.
Crecen sin pedir permiso a la
vida. Crecen con una estridencia alegre y, a veces, con alardeada
arrogancia. Pero no crecen todos los días, crecen de repente.
Un
día se sientan cerca de ti y con una naturalidad increíble te dicen
cualquier cosa que te indica que esa criatura de pañales, ¡ya creció!
¿Cuándo creció que no lo percibiste? ¿Dónde quedaron las fiestas infantiles, el juego en la arena, los cumpleaños con payasos?
El
niño crece en un ritual de obediencia orgánica y desobediencia civil.
Ahora estas allí, en la puerta de la discoteca esperando no sólo que no
crezca, sino que aparezca.
Allí están muchos padres al
volante esperando que salgan. Y allí están nuestros hijos, entre
hamburguesas y gaseosas. Con el uniforme de su generación y sus
incómodas y pesadas mochilas en los hombros.
Allá estamos nosotros, con los
cabellos canos. Y esos son nuestros hijos, los que amamos a pesar de
los golpes de los vientos, de las escasas cosechas de paz, de las malas
noticias y la dictadura de las horas.
Ellos
crecieron amaestrados, observando y aprendiendo con nuestros errores y
nuestros aciertos. Principalmente con los errores que esperamos no se
repitan...