PRUDENCIA.
Mi padre tenía un pequeño negocio en el que daba empleo a
unas quince personas todo el tiempo.
Pasteurizábamos y homogeneizábamos leche cada mañana,
y la embotellábamos para uso doméstico y para restauranes.
También la envasábamos en pequeños recipientes para desayunos escolares.
Además, hacíamos una cosita maravillosa que se llamaba helado hecho en casa.
Vendíamos todos estos productos lácteos y muchos más en una
lechería que se había adaptado como tienda, con una gran fuente de refrescos.
Durante los meses de verano, había hileras y más
hileras de turistas ansiosos formados frente al mostrador del helado caseros.
en espera del diario placer que se concedían con las más exquisitas recetas de mi padre.
El hecho de ser una tiendita excesivamente concurrida
significaba que los empleados tenían que trabajar con
rapidez y frenesí durante muchas horas con pocos descansos.
El enjambre de turistas no disminuía, y nuestra
"hora de congestión del tránsito" duraba varias horas los días de más calor.
Yo había trabajado para mi padre desde temprana edad,
lo mismo que los siete hijos de nuestra familia.
Esto significa que tuve la oportunidad de ver muchos nuevos empleados
que iban y venía, debido al ritmo acelerado y frenético.
Un día de 1967 recibimos una nueva empleada llamada Debbie,
que quería trabajar en la tienda durante el verano.
Nunca había hecho esta clase de trabajo,
pero estaba resuelta a dedicarle su mejor esfuerzo.
Su primer día, Debbie cometió prácticamente todos los errores posibles.
Hizo sumas equivocadas en la máquina registradora,
cobró precios equivocados por los artículos vendidos,
le dio a un cliente la bolsa de alimentos que le correspondía a otro y
dejó caer al suelo medio galón de leche.
El tormento de ver sus denodados esfuerzos era
demasiado para mí. Entré en la oficina de mi padre y le dije:
-Te ruego que salgas y vayas a poner fin a la torpeza de esa chica.
Yo esperaba que él saliera sin más a la tienda y la despidiera en el acto.
Como la oficina de mi padre estaba a la vista del mostrador de ventas,
es indudable que él había visto lo que yo acababa de decirle.
Se quedó sentado, pensativo, un momento.
Luego se levantó de su escritorio y caminó hacia Debbie,
que estaba de pie detrás del mostrador.
-Debbie- le dijo, poniéndole delicadamente la mano sobre el hombro-
he estado observándote todo el día, y vi cómo trataste a la señora Forbush.
Debbie se sonrojó y las lágrimas se le asomaron a los ojos,
mientras se esforzaba por recordar a la señora Forbush
entre las muchas mujeres a las que había dado el cambio
equivocado o sobre las que había derramado la leche.
Mi padre continuó:
-Jamás había visto a la señora Forbush conducirse con tanta cortesía
con ninguno de mis empleados. Tú supiste muy bien cómo convenía tratarla.
Estoy seguro de que va a querer que tú la atiendas cada
vez que vuelva. Sigue trabajando así.
El premio para mi padre, por haber sido un empresario tan
prudente y compasivo fue que se ganó una empleada leal y muy
trabajadora que estuvo con él dieciséis años... y una amiga para toda la vida.
" Cuando se ama, no es necesario entender
todo lo que sucede alla afuera,
porque todo sucede dentro de nosotros..."
(Paulo Coelho)