Cuando nació mi primera hija, la quería
tanto que casi me dolía. Tontamente llegué
a pensar que no iba a poder querer tanto a
nuestro próximo hijo, o que tendría que
dividir mi amor entre los dos para ser justa.
Pero cuando nació nuestra segunda hija
descubrí con alegría que la amaba tan
intensamente como a la primera,
aunque de una manera única.
Ese descubrimiento me recordó que nuestro
gran Dios es capaz de amar a cada uno de
sus hijos totalmente sin quitarle amor a ninguno,
porque ama a cada uno de manera única.
Por tanto, todo creyente que pide ayuda a
Dios la recibirá tan completamente
como si nadie más necesitara su atención.