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De: isaabuela  (Mensaje original) Enviado: 08/12/2009 18:26

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Un extraño relato de Navidad

El doctor Bonenfantes forzaba su memoria,

murmurando:

-¿Un recuerdo de Navidad?...

 ¿Un recuerdo de Navidad?...

Y, de pronto, exclamó:

"-Sí, tengo uno, y por cierto muy extraño.

Es una historia fantástica, ¡un milagro!

Sí, señoras, un milagro de Nochebuena.

"Comprendo que admire oír hablar así a un

incrédulo como yo. ¡Y es indudable que

presencié un milagro! Lo he visto, lo que se

llama verlo, con mis propios ojos.

"¿Que si me sorprendió mucho? No; porque

 sin profesar creencias religiosas, creo que la

 fe lo puede todo, que la fe levanta las montañas.

Pudiera citar muchos ejemplos, y no lo hago

para  no indignar a la concurrencia, por no

 disminuir el efecto de mi extraña historia.

"Confesaré, por lo pronto, que si lo que voy a

contarles no fue bastante para convertirme,

 fue suficiente para emocionarme; procuraré

narrar el suceso con la mayor sencillez posible,

 aparentando la credulidad propia de

un campesino.

"Entonces era yo médico rural y habitaba

 en plena Normandía, en un pueblecillo

 que se llama Rolleville.

"Aquel invierno fue terrible. Después de

continuas heladas comenzó a nevar a fines

de noviembre. Amontonábanse al norte densas

 nubes, y caían blandamente los copos

 de nieve tenue y blanca.

"En una sola noche se cubrió toda la llanura.

"Las masías, aisladas, parecían dormir en sus

 corralones cuadrados como en un lecho, entre

 sábanas de ligera y tenaz espuma, y los árboles

 gigantescos del fondo, también revestidos,

parecían cortinajes blancos.

"Ningún ruido turbaba la campiña inmóvil.

Solamente los cuervos, a bandadas, describían

largos festones en el cielo, buscando la

subsistencia, sin encontrarla, lanzándose

todos a la vez sobre los campos lívidos y

 picoteando la nieve.

"Sólo se oía el roce tenue y vago al caer los

copos de nieve.

"Nevó continuamente durante ocho días;

luego, de pronto, aclaró. La tierra se cubría

 con una capa blanca de cinco pies de grueso.

"Y, durante cerca de un mes, el cielo estuvo,

de día, claro como un cristal azul y, por la

noche, tan estrellado como si lo cubriera una

 escarcha luminosa. Helaba de tal modo que

 la sábana de nieve, compacta y fría,

parecía un espejo.

"La llanura, los cercados, las hileras de olmos,

 todo parecía muerto de frío. Ni hombres ni

animales asomaban; solamente las chimeneas

de las chozas en camisa daban indicios de la

vida interior, oculta, con las delgadas columnas

de humo que se remontaban en el aire glacial.

"De cuando en cuando se oían crujir los árboles,

 como si el hielo hiciera más quebradizas las

ramas, y a veces desgajábase una, cayendo

como un brazo cortado a cercén.

"Las viviendas campesinas parecían mucho más

alejadas unas de otras. Vivíase malamente;

cada uno en su encierro. Sólo yo salía para

visitar a mis pacientes más próximos, y

expuesto a morir enterrado en la nieve de

una hondonada.

"Comprendí al punto que un pánico terrible se

cernía sobre la comarca. Semejante azote

parecía sobrenatural. Algunos creyeron oír de

noche silbidos agudos, voces pasajeras.

Aquellas voces y aquellos silbidos los daban,

sin duda, las aves migratorias que viajaban al

anochecer y que huían sin cesar hacia el sur.

Pero es imposible que razonen gentes

desesperadas. El espanto invadía las

conciencias y se aguardaban sucesos

extraordinarios.

"La fragua de Vatinel hallábase a un extremo

del caserío de Epívent, junto a la carretera

intransitada y desaparecida. Como carecían

de pan, el herrero decidió ir a buscarlo.

Entretúvose algunas horas hablando con los

vecinos de las seis casas que formaban el núcleo

 principal del caserío; recogió el pan, varias

noticias, algo del temor esparcido por la

comarca, y se puso en camino antes de

 que anocheciera.

"De pronto, bordeando un seto, creyó ver un

huevo sobre la nieve, un huevo muy blanco;

 inclinose para cerciorarse; no cabía duda;

era un huevo. ¿Cómo sé hallaba en tan apartado

 lugar? ¿Qué gallina salió de su corral para

ponerlo allí? El herrero, absorto, no se lo

explicaba, pero cogió el huevo para llevárselo

 a su mujer.

"-Toma este huevo que encontré en el camino.

"La mujer bajó la cabeza, recelosa:

"-¿Un huevo en el camino con el tiempo

que hace? ¿No te has emborrachado?

"-No, mujer, no; te aseguro que no he bebido.

Y el huevo estaba junto a un seto, caliente aún.

Ahí lo tienes; me lo metí en el pecho para que

no se enfriase. Cómetelo esta noche.

"Lo echaron en la cazuela donde se hacía la

sopa, y el herrero comenzó a referir lo que

se decía en la comarca.

"La mujer escuchaba, palideciendo.

"-Es cierto; yo también oí silbidos la pasada

 noche, y entraban por la chimenea.

"Sentáronse y tomaron la sopa; luego, mientras

el marido untaba un pedazo de pan con manteca,

 la mujer cogió el huevo, examinándolo

con desconfianza.

"-¿Y si tuviese algún maleficio?

"-¿Qué maleficio puede tener?

"-¡Toma! ¡Si yo supiera!

"-¡Vaya! Cómetelo y no digas bestialidades.

"La mujer abrió el huevo; era como todos, y

se dispuso a tomárselo con prevención,

cogiéndolo, dejándolo, volviendo a cogerlo.

El hombre decía:

"-¿Qué haces? ¿No te gusta? ¿No es bueno?

"Ella, sin responder, acabó de tragárselo.

Y de pronto fijó en su marido los ojos, feroces,

inquietos, levantó los brazos y, convulsa de pies

 a cabeza, cayó al suelo, retorciéndose,

dando gritos horribles.

"Toda la noche tuvo convulsiones violentas

y un temblor espantoso la sacudía, la

transformaba. El herrero, falto de fuerza

para contenerla, tuvo que atarla.

"Y la mujer, sin reposo, vociferaba:

"-¡Se me ha metido en el cuerpo!

¡Se me ha metido en el cuerpo!

"Por la mañana me avisaron. Apliqué todos

los calmantes conocidos; ninguno me dio

resultado. Estaba loca.

"Y, con una increíble rapidez, a pesar del

obstáculo que ofrecían a las comunicaciones

las altas nieves heladas, la noticia corrió de

finca en finca: 'La mujer de la fragua tiene

los diablos en el cuerpo.'

"Acudían los curiosos de todas partes; pero

sin atreverse a entrar en la casa, oían desde

fuera los horribles gritos, lanzados por una voz

 tan potente que no parecían propios de

un ser humano.

"Advirtieron al cura. Era un viejo incauto.

Acudió con sobrepelliz, como si se tratara de

auxiliar a un moribundo, y pronunció las

fórmulas del exorcismo, extendiendo las manos,

 rociando con el hisopo a la mujer, que se

retorcía soltando espumarajos, mal sujeta

 por cuatro mocetones.

"Los diablos no quisieron salir.

"Y llegaba la Nochebuena, sin mejorar

el tiempo.

"La víspera, por la mañana, el cura fue

 a visitarme:

"-Deseo -me dijo- que asista la infeliz a la misa

 de gallo. Tal vez Nuestro Señor Jesucristo la

 salve, a la hora en que nació de una mujer.

"Yo respondí:

"-Me parece bien, señor cura. Es posible que

 se impresione con la ceremonia, muy a

propósito para conmover, y que sin otra

medicina pueda salvarse.

"El viejo cura insinuó:

"-Usted es un incrédulo, doctor, y, sin embargo,

 confío mucho en su ayuda. ¿Quiere usted

encargarse de que la lleven a la iglesia?

"Prometí hacer para servirle cuanto estuviese

a mi alcance.

"De noche comenzó a repicar la campana,

lanzando sus quejumbrosas vibraciones a través

de la sombría llanura, sobre la superficie tersa

y blanca de la nieve.

"Bultos negros llegaban agrupados lentamente,

sumisos a la voz de bronce del campanario.

La luna llena iluminaba con su tibia claridad

 todo el horizonte, haciendo más notoria la

pálida desolación de los campos.

"Fui a la fragua con cuatro mocetones robustos.

"La endemoniada seguía rugiendo y aullando,

 sujeta con sogas a la cama. La vistieron,

venciendo con dificultad su resistencia,

y la llevaron.

"A pesar de hallarse ya la iglesia llena de gente

y encendidas todas las luces, hacía frío; los

cantores aturdían con sus voces monótonas;

roncaba el serpentón; la campanilla del

monaguillo advertía con su agudo tintineo a

los devotos los cambios de postura.

"Detuve a la mujer y a sus cuatro portadores en

la cocina de la casa parroquial, aguardando

 el instante oportuno. Juzgué que éste sería el

que sigue a la comunión.

"Todos los campesinos, hombres y mujeres,

 habían comulgado pidiendo a Dios que los

perdonase. Un silencio profundo invadía la

 iglesia, mientras el cura terminaba el

misterio divino.

"Obedeciéndome, los cuatro mozos abrieron

 la puerta y acercáronse a la endemoniada.

"Cuando ella vio a los fieles de rodillas, las

luces y el tabernáculo resplandeciente, hizo

esfuerzos tan vigorosos para soltarse que a

duras penas conseguimos retenerla; sus agudos

 clamores trocaron de pronto en dolorosa

inquietud la tranquilidad y el recogimiento

 de la muchedumbre; algunos huyeron.

"Crispada, retorcida, con las facciones

descompuestas y los ojos encendidos,

apenas parecía una mujer.

"La llevaron a las gradas del presbiterio,

 sosteniéndola fuertemente, agazapada.

"Cuando el cura la vio allí, sujeta, se acercó

cogiendo la custodia, entre cuyas irradiaciones

 de oro aparecía una hostia blanca, y alzando

 por encima de su cabeza la sagrada forma, la

presentó con toda solemnidad a la vista de

la endemoniada.

"La mujer seguía vociferando y aullando, con

 los ojos fijos en aquel objeto brillante; y el

cura estaba inquieto, inmóvil, hasta el punto

de parecer una estatua.

"La mujer mostrábase temerosa, fascinada,

 contemplando fijamente la custodia; presa

de terribles angustias, vociferaba todavía; pero

 sus voces eran menos desgarradoras.

"Aquello duró bastante.

"Hubiérase dicho que su voluntad era impotente

 para separar la vista de la hostia; gemía,

sollozaba; su cuerpo, abatido, perdía la rigidez,

 recobraba su blandura.

"La muchedumbre se había prosternado con la

 frente en el suelo; y la endemoniada,

parpadeando,

 como si no pudiera resistir la presencia de

 Dios ni sustraerse a contemplarlo, callaba.

Luego advertí que se habían cerrado sus

ojos definitivamente.

"Dormía el sueño del sonámbulo, hipnotizada...,

 ¡no, no!, vencida por la contemplación de las

fulgurantes irradiaciones de la custodia de oro;

 humillada por Cristo Nuestro Señor triunfante.

"Se la llevaron, inerte, y el cura volvió al altar.

"La muchedumbre, desconcertada, entonó un

 tedeum.

"Y la mujer del herrero durmió cuarenta y

ocho horas seguidas. Al despertar, no

conservaba ni la más insignificante memoria

de la posesión ni del exorcismo.

"Ahí tienen, señoras, el milagro que yo presencié.

Hubo un corto silencio y, luego, añadió:

-No pude negarme a dar mi testimonio

por escrito.

Guy de Maupassant

 

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De: LAJUSTICIERA Enviado: 08/12/2009 18:31
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Respuesta  Mensaje 3 de 4 en el tema 
De: ♥♥♥♥LEONCITA♥♥♥♥ Enviado: 08/12/2009 20:49

    

 


Respuesta  Mensaje 4 de 4 en el tema 
De: anasuS Enviado: 09/12/2009 01:17
Que en estas fiestas, la magia sea tu mejor traje, tu sonrisa el mejor

 regalo, tus ojos el mejor destino, y tu felicidad mi mejor deseo.
 
Gracias por tu presencia amiga en esta casita.
Feliz Miercoles con mucha Paz, Amor y Luz.
Besos y bendiciones
 



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