Amor Su amor a los hombres no
tolera excepción alguna,
y no tiene el menor matiz de preferencia para una
clase determinada.
Admite a los ricos, aunque les advierte que su
situación para alcanzar el Reino de los
cielos es más difícil que la de los pobres, así
ocurre con Simón el fariseo, con Nicodemo, con José de Arimatea,
con Juana mujer de Cusa, Susana y otras muchas
"que le servían de sus haciendas" (Lc).
Los apóstoles no parecen que pertenecieran a las
clases más bajas, sino a la clase media,
como el mismo Jesús.
La pobreza le conmueve por el sufrimiento que
experimentan los que se encuentran
en esa condición, y por el peligro de que pierdan la
paciencia y se rebelen contra Dios.
Peligro mayor en los ricos, que en la abundancia
pueden olvidarse de Dios.
El amor a los desgraciados es una necesidad
íntima, un irreprimible movimiento interior,
es la manifestación de la misericordia divina.
El hecho de estar sumergido en las altas realidades
divinas no le impide hacerse cargo de
las necesidades pequeñas y cotidianas.
¿Y la
alegría? Jesús se abre al regocijo humano. Incluso le critican por su
naturalidad,
come en cualquier casa, va a la fiesta de bodas, no
deja ayunar a los discípulos
mientras el esposo esté con ellos.
Manifiesta su amor de predilección con uno de ellos,
que en la última cena recuesta su cabeza sobre su pecho.
Su amor a los niños es constante y puesto como
ejemplo a todos.
Su contemplación de la naturaleza es poética; evoca los
lirios, los arbustos, la higuera, las viñas,
los pájaros y raposas y la tempestad
amenazadora.
Dos naturalezas
¿Quién es este
Jesús? ¿No podría parecer que su humanidad se mueve en direcciones opuestas,
por una parte hacia lo alto lo celestial, y por
otra, a lo de abajo, a lo humano?
La solución no se encuentra sólo en lo
humano; se debe buscar en la unión de las dos naturalezas
–humana y divina- en la persona única.
Igual a los hombres en los sentidos externos e
internos, en las emociones, en los sentimientos,
en la voluntad, en la inteligencia, pero perfecto;
y unido a la divinidad de tal modo que sus acciones
son acciones son humanas y divinas.
Este es Jesús. Cada gesto expresa la
plenitud de la divinidad corporalmente,
pero también expresa lo que es un hombre sin
deformaciones, sin taras, sin recortes.
Cuando los hombres decimos que
algo es humano, con frecuencia indicamos acciones pecaminosas.
Jesús nos muestra lo que es genuinamente humano, sin
faltas ni recortes.
P. Enrique Cases
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