"En esa noche luminosa que esclarece las delicias de la Santísima Trinidad,
Jesús, el dulce niñito recién nacido, cambió la noche de mi alma en torrentes
de luz… En esta noche, en la que él se hizo débil y doliente
por mi amor, me hizo a mí fuerte y valerosa;
me revistió de sus armas, y desde aquella noche bendita
ya no conocí la derrota en ningún combate, sino que,
al contrario, fui de victoria en victoria y comencé,
por así decirlo, «una carrera de gigante ». Se secó la fuente de mis lágrimas…"