Una navidad
Siempre me hacía a mí mismo la promesa de no dormir en Nochebuena,
quería oír el baile saltarín del reno en el tejado y
quedarme allí, al pie de la chimenea, esperando a Papá Noel
para saludarle. Y, en aquella Nochebuena en particular,
nada me parecía más fácil que permanecer despierto.
la casa de mi padre tenía tres pisos y siete habitaciones,
algunas espaciosas, sobre todo las tres que daban al
jardín del patio: el salón, el comedor y una sala de música
para los que querían bailar, tocar música y jugar a las cartas. Los dos pisos superiores estaban adornados con balcones
de hierro forjado, cuyos intrincados barrotes verde oscuro
se hallaban delicadamente entrelazados con buganvilla y
rizadas guirnaldas de orquídeas,
planta ésta que parece un lagarto chasqueando su lengua roja. Era el tipo de casa ostentosa con suelos encerados,
algún mimbre por aquí y algún terciopelo por allá.
Podría haber sido confundida con la casa de un rico,
pero era mas bien la casa de un hombre con pretensiones de elegancia.
Aquella Nochebuena el patio de velas estaba iluminado,
al igual que las tres habitaciones que daban a él. La mayoría de invitados estaba reunida en el salón,
donde un pálido fuego en la chimenea arrancaba destellos
al árbol de navidad; otros muchos bailaban en la sala
de música y en el patio a los acordes de un gramófono. Tras haber sido presentado a los invitados me enviaron
arriba; pero desde la terraza detrás de la contraventana
francesa de la puerta de mi habitación,
podía ver toda la fiesta y observar a las parejas mientras bailaban .
Muchas cosas ocurrieron que me mantuvieron despierto
toda la noche . Primero, las pisadas ,
el ruido de mi padre subiendo y bajando las escaleras, respirando con dificultad.
Tenía que ver lo que hacía. De modo que me escondí en el balcón, entre la buganvilla.
Desde allí tenía una visión completa del salón,
del árbol de navidad y de la chimenea,
donde todavía radían pálidas llamas. Además podía ver
a mi padre. Caminaba a gatas por debajo del árbol
disponiendo una pirámide de paquetes.
Envueltos en papel púrpura, y rojo y dorado,
y azul y blanco, crujían levemente cuando él los movía.
Me sentí aturdido ya que que lo que veía me obligaba a reconsiderarlo todo. Si se suponía que estos regalos habían sido enviados por papá Noel,
no podían ser regalos comprados y envueltos por mi padre.
Lo que significaba que mi detestable primitos Billy bob,
y otros tan detestables como él,
no mentían cuando se burlaban de mí y me decían que no existía Papá Noel.
Estuve observando hasta que mi padre terminó su tarea y
apagó las las pocas velas que aún quedaban encendidas.
Esperé hasta asegurarme de que estaba en la cama y
dormía. Y entonces me deslicé hasta el salón
que todavía olia a gardenias y puros habanos..
Me senté allí a pensar.
Una ira, un extraño rencor, crecía en mi interior.
de la red
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