Su sorpresa fue enorme, al darse
cuenta de que la dueña del puesto
era una niña ciega.
La encontró llorando, con enormes
lágrimas corriendo por sus mejillas.
Tanteaba el piso, tratando, en vano,
de recoger las manzanas, mientras la
multitud pasaba, vertiginosa, sin
detenerse; sin importarle su desdicha.
El hombre se arrodilló con ella, juntó
las manzanas, las metió a la canasta
y le ayudó a montar el puesto
nuevamente.
Mientras lo hacía, se dio cuenta
de que muchas se habían golpeado
y estaban magulladas. Las tomó y
las puso en otra canasta.
Cuando terminó, sacó su cartera y
le dijo a la niña: "Toma, por favor,
estos cien pesos por el daño que hicimos.
¿"Estás bien?"
Ella, llorando, asintió con la cabeza.
El continuó,diciéndole,
"Espero no haber arruinado tu día".
Conforme el vendedor empezó a alejarse,
la niña le gritó: "Señor..." Él se detuvo
y volteó a mirar esos ojos ciegos.
Ella continuó:
¿Es usted Jesús...?"
Él se paró en seco y dio varias
vueltas, antes de dirigirse a abordar
otro vuelo, con esa pregunta quemándole
y vibrando en su alma:
"¿Es usted Jesús?"
Y a ti,
¿la gente te confunde con Jesús?
Porque ese es nuestro destino,
¿no es así? parecernos tanto a Jesús,
que la gente no pueda distinguir la
diferencia. Parecernos tanto a Jesús,
conforme vivimos en un mundo que está
ciego a su Amor, su Vida y su Gracia.
Si decimos que conocemos a Jesús,
deberíamos vivir y actuar como
lo haría Él.
Conocerlo es mucho más que citar
los Evangelios, e ir a la iglesia.
Es en realidad, vivir su palabra
cada día.
Tú eres la niña de sus ojos, aún
cuando hayas sido golpeado
por las caídas.
Él dejó todo y nos recogió a ti y a
mí en el Calvario; y pagó por nuestra
fruta dañada.
¡Empecemos a vivir como si
valiéramos el precio que Él pagó!
¡Empecemos hoy!
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