Piérdete confiado, ciegamente en ese
Dios que te quiere para Sí, y que
llegará a ti, aunque no lo veas.
Piensa que estás en sus manos, tanto
más fuertemente agarrado, cuánto más
decaído y triste te sientas.
Vive feliz, vive en paz, que nada te altere,
que nada sea capaz de quitarte tu paz,
ni la fatiga, ni tus fallos.
Haz que brote y conserva siempre sobre
tu rostro, una dulce sonrisa, reflejo de
la que el Señor, continuamente te dirige.
Y en el fondo de tu alma coloca, antes que
nada, todo aquello que te llene de la paz
de Dios.
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