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- Santa Tais, Penitente
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- Beato Mateo Carreri, Monje
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- Santa Pelagia, Mártir
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8 de octubre SANTA BRÍGIDA,(*) Viuda
Fiel es esta palabra: Si hemos muerto con Él también con Él viviremos. (2 Timoteo, 2,
Santa Brígida, noble dama sueca, nacida en 1302, pronto dio muestras de una gran devoción a la Pasión de Jesucristo. Después de un sermón relativo a sus padecimientos, se le apareció el Salvador ensangrentado. De tal modo la conmovió este espectáculo, que desde entonces no podía oír hablar de la Pasión sin verter abundantes lágrimas. Todas las noches se levantaba para orar a Dios ante su crucifijo. Dejó a la posteridad sus maravillosas Revelaciones. Contrajo matrimonio con Ulf, del que tuvo ocho hijos. Fundó después una Orden que lleva su nombre; entró de religiosa en ella y su marido en la Orden del Cister. Visitó Jerusalén y murió en Roma el 23 de julio de 1373.
MEDITACIÓN SOBRE LA MORTIFICACIÓN
I. Debes alejar de ti, mediante la mortificación, todo lo que pueda llevarte al pecado mortal; no es éste un consejo, es un verdadero precepto. Si te ex pones a las ocasiones de ofender a Dios, en ellas perecerás. El Evangelio te manda arrancarte el ojo y la mano que te escandalicen, es decir, dejar aquello que más quieras, cuando sea para ti ocasión de ofender a Dios. ¿Lo haces?
II. En la medida en que puedas, abstente de los placeres permitidos. Cuanto más te despegues de las consolaciones de la tierra, tanto más gustarás los gozos del cielo. Esta mortificación te impedirá caer en pecado. Un momento de sufrimiento en esta vida me librará de largos días de dolor en el purgatorio: ¿por qué, pues, he de amar mis comodidades al punto de no querer sufrir nada? Sed al mismo tiempo sacerdotes y víctimas, perseguidores y mártires. (San Eusebio).
III. Aun cuando la mortificación no me ofreciese más ventaja que la de hacerme semejante a mi Salvador crucificado, ¿no sería suficiente para hacérmela amable? Ella me hace recordar lo que Él ha sufrido por mí. ¡Oh alma mía! ¿dónde está el amor que tienes por Jesús? Si lo amas, debes asemejarte a Él; si rehúsas participar de sus padecimientos, no esperes participar de su gloria. ¿ Tan poco amor tengo por ti, oh Dios que tanto me amasteis, que puedo vivir sin dolor viéndote en la cruz? No puedo estar sin heridas cuando te veo cubierto de llagas. (San Buenaventura).
La mortificación - Orad por la conversi6n de los cismáticos.
ORACIÓN
Señor Dios nuestro, que, por vuestro Unigénito Hijo, habéis revelado a Santa Brígida los secretos del cielo, haced, por su piadosa intercesión, que vuestros servidores un día se regocijen eternamente en la posesión de vuestra gloria. Por J. C. N. S. Amén.
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8 de octubre
A |
Hermosa como pocas, Tais de Egipto fue la prostituta más reclamada de su tiempo. Convertida por el abad Pafnucio, dedicó sus últimos días a la penitencia y oración. Un elocuente ejemplo de la vida de los cristianos de los primeros tiempos. Está claro que el reino de los Cielos no pide antecedentes de honorabilidad antes de abrir sus puertas.
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El calendario nos presenta en este día a la inocencia nunca perdida luchando en el amor a Cristo y en el afán de penitencia con la inocencia recobrada. Por un lado, la santa escandinava Brígida de Suecia, gloria de la corte de San Olaf, princesa por la sangre, reina por el espíritu sediento de lejanías terrenas y celestes, peregrina infatigable, que después de encerrar a su marido en un claustro para trasladarle desde allí a la gloria, baja de las nieves septentrionales, recorre la Europa central, llega hasta el fin de la tierra para visitar el sepulcro de Santiago, tuerce de dirección y penetra en el Oriente, siguiendo los caminos de su divino Crucificado, vuelve a fijar su residencia en Roma y sigue la corte de los pontífices, dejando volar a la vez su espíritu por los infinitos espacios de la teología y de la mística en maravillosas revelaciones, cuyo relato trae hasta nosotros el varonil aliento de aquella alma inquieta y apasionada (1302-1372).
Pero al lado de Brígida, margarita perenne entre los hielos del Norte, aparece la rosa de Alejandría, que después de marchitarse al contacto abrasador de los fuegos del desierto, vuelve a renacer más bella bajo la caricia de los aires de la gracia. Es Tais, la bella pecadora, que despertaba gérmenes de tentación hasta en los carcomidos anacoretas de la Tebaida. Su nombre ilustra las hagiografías antiguas y los poemas modernos. Las leyendas contaron su gesta prodigiosa y los poetas celebraron su deslumbrante hermosura. Allá en el siglo x, siglo de hierro y de oscuridad, una monja alemana, Roswita, hacía de ella la protagonista de una de sus producciones dramáticas, y frente a ella colocaba la figura austera del santo anacoreta, galán afortunado, que lograba dominar aquel veleidoso corazón.
Fue Tais una prostituta de extraordinaria belleza.
En el libro titulado Vidas de los Padres se lee que muchos hombres acabaron en suma pobreza tras vender sus haciendas y emplear todo su dinero en satisfacer los caprichos de esta mujer, ante cuya casa corría a menudo la sangre, porque los jóvenes, celosos unos de otros, se disputaban su amor y entablaban frecuentemente entre sí duelos y peleas.
Cuenta en su cándido latín Roswita que el abad Pafnucio, que había oído hablar de estos escándalos, estaba triste al ver las almas que caían en las redes de la cortesana alejandrina; pero he aquí que deja su túnica de piel de oveja y su cilicio metálico, derrama sobre su cabeza el bálsamo hecho de resinas y flores maceradas, cubre su cuerpo con una brillante túnica de escarlata, se echa al cuello una cadena de oro, y apoyándose en su bastón de puño de marfil, emprende la marcha en dirección a la ciudad.
Tais vive en la inmensa plaza donde se juntan las dos calles principales, de sesenta metros de anchura. Su casa es elegante y señorial: pórtico de columnas y capiteles, amplio peristilo, en cuyo centro se esconden, entre palmeras, deliciosos rincones adornados y perfumados por los rosales, los terebintos y los miosotis; largos senderos de mullidas alfombras polícromas, lo más exquisito de las fábricas de Egipto y Capadocia. Pafnucio los pisa confiado, como si no hubiera pasado lo mejor de su vida lejos del contacto con los hombres. Una fuerza interior le guía. No ha dudado, ni ha temblado siquiera. cuando poco antes de pisar los umbrales, unos muchachos le han ponderado la seducción irresistible de la cortesana.
Entrando en la morada, como si hubiese ido allí a pecar, entregó una moneda de oro a la ramera. Esta recibió el dinero y dijo a Pafnucio:
-Vamos a mi dormitorio.
Al pasar a la habitación, Pafnucio dijo a Tais:
-No me gusta este sitio. ¿No hay en esta casa otro más íntimo y reservado?
Tais llevó a Pafnucio a otra estancia y a otra, y a otra, porque en cuanto entraban en alguna de ellas Pafnucio invariablemente repetía lo mismo:
-Este cuarto no me agrada. ¿No tienes algún otro más secreto en que podamos estar sin que nadie nos vea?
Cuando ya habían recorrido varias habitaciones, Tais dijo a Pafnucio:
-Pues ya no nos queda por ver más que un lugar de esta vivienda en el que jamás entra nadie; pero no nos va a valer; porque si lo que pretendes es que nadie nos vea, ni siquiera Dios, pretendes algo imposible, ya que no hay en todo el mundo escondrijo alguno, por muy oculto que parezca, a donde los ojos de Dios no lleguen.
Pafnucio, al oír esto, exclamó:
-¡Ah! ¿De modo que tú crees en Dios y sabes que existe?
Tais respondió:
-Claro que creo en Dios y que sé que existe; como también sé que existen la vida futura, el reino de los cielos y tormentos para los pecadores.
-Y sabiendo esas cosas -inquirió Pafnucio-, ¿cómo es posible que estés contribuyendo a la perdición de tantas almas? ¿Ignoras acaso que tendrás que dar cuenta al Señor no sólo de ti, sino también de todos cuantos por tu culpa tal vez se hayan descarriado?
En oyendo esto, Tais se arrojó a los pies del abad Pafnucio y deshecha en lágrimas, dijo:
-¡Oh padre! Yo sé que existe la posibilidad de borrar los efectos de mi mala vida con la penitencia. Cierto que estoy en una situación horrible; pero si tu me ayudas puedo salir de ella. Concédeme, por favor, un plazo de tres días para arreglar algunas cosas; yo te prometo que después iré a donde digas y haré lo que me ordenes.
El abad accedió a la demanda y le indicó el sitio en que habían de verse tres días mas tarde.
La pecadora, inmediatamente, recogió sus enseres, riquezas y cuanto había obtenido durante su vida con el comercio de su cuerpo, lo amontonó en la plaza principal de la ciudad y prendió fuego a todo aquello en presencia de muchísimas personas que asistieron curiosas al espectáculo. Mientras sus muebles, ropas y alhajas ardían, Tais decía a voces:
-¡Eh! ¡Vosotros, todos los que habéis pecado conmigo! ¡Venid y ved cómo quemo todo lo que me habéis dado!
Unas cuatrocientas libras de oro valían aproximadamente los objetos que en aquella ocasión quemó. En cuanto quedaron reducidos a pavesas, la hasta entonces pecadora marchó al lugar previamente convenido con el abad. Este la condujo a un monasterio de monjas situado en el desierto, y la recluyó en una angosta celda cuya puerta cerró por fuera con precintos de plomo. La pequeña dependencia en que Tais quedó encerrada no tenía más comunicación con el exterior que una reducida ventanilla a través de la cual, por disposición de Pafnucio, pasarían a la reclusa diariamente una módica ración de pan y agua.
Cuando el anciano iba a retirarse, Tais le preguntó:
-Padre, al hacer mis necesidades naturales, ¿a dónde tiraré los excrementos y orines?
El abad respondió:
-Déjalos contigo; esa es la compañía que mereces.
Tais hizo a Pafnucio una última pregunta:
-¿Cómo debo adorar a Dios?
Pafnucio le respondió:
-Puesto que no eres digna de pronunciar su nombre ni de invocar con tus labios a la Trinidad ni de extender tus manos hacia el cielo, porque tu boca está llena de iniquidad y tus manos se hallan repletas de inmundicias, limítate a volverte hacia oriente y decir una y otra vez y muchas cada día: "Tú que me has creado, ten misericordia de mí".
Tres años después Pafnucio se compadeció de la reclusa y se fue a visitar al abad Antonio para preguntarle si a su juicio Dios habría perdonado ya a la penitente. Antonio, tras oír el relato que Pafnucio le hiciera, reunió a sus monjes y les dijo:
-Esta noche no os acostéis: permaneced en vuestras celdas orando hasta que amanezca.
Antonio abrigaba la confianza de que el Señor, durante aquella vigilia, revelaría a alguno de sus religiosos algo que le permitiera responder acertadamente a la consulta que Pafnucio le había hecho.
Los monjes, por supuesto, no sabían de qué se trataba, pero obedientes, no se acostaron, sino que pasaron la noche entera en oración; uno de ellos, el abad Pablo, el más aventajado discípulo de Antonio, durante la vigilia tuvo un éxtasis y vio lo siguiente: las puertas del cielo se abrían; en medio de él había un lecho muy engalanado y al lado del mismo tres hermosísimas doncellas que representaban, respectivamente: una, el temor a las penas futuras, gracias al cual alguien se había apartado del mal camino que llevaba; otra, el arrepentimiento, por cuya virtud la persona que se había apartado del mal había obtenido el perdón de sus pasadas culpas; otra, el amor a la justicia, merced al cual la persona perdonada tenía ya asegurada su eterna salvación. El abad Pablo, al ver a las tres doncellas y entender lo que cada una de ellas significaba, preguntó al Señor: "¿Pretendes manifestarme a través de esas tres alegorías que el alma por ellas representada es la de mi maestro Antonio?". El Señor le contestó diciéndole: "No, la persona convertida, perdonada y salvada, representada por estas tres hermosísimas doncellas, no es tu maestro, el abad Antonio, sino Tais, una mujer que hasta hace unos años fue ramera".
A la mañana siguiente Pablo refirió a Antonio la visión que durante la vigilia había tenido; Antonio a su vez dio cuenta de ella a Pafnucio, y éste, rebosante de alegría, regresó a su ermita y en seguida, desde ella, puesto que ya conocía cuál era la divina voluntad al respecto, se trasladó al monasterio de las monjas, quebró los sellos de los precintos que tres años antes pusiera en la puerta de la celda de Tais, abrió la susodicha puerta y dijo a la reclusa:
-¡Sal! El tiempo de tu penitencia ha terminado.
Tais le respondió:
-Permíteme continuar aquí.
Pafnucio insistió:
-¡Sal! El Señor ya te ha perdonado.
Desde dentro la reclusa manifestó:
-Pongo a Dios por testigo de que lo que voy a decirte es cierto: tan pronto como me quedé sola, encerrada en esta celda, hice un recuento minucioso de todos mis pecados, formé con ellos una especie de fardo que resultó inmensamente voluminoso y, desde entonces hasta ahora, así como no he dejado ni un solo instante de respirar, así tampoco he cesado de llorar amargamente al ver la cantidad, enormidad y gravedad de las innumerables malas acciones que en mi pasada vida he cometido.
-Debes saber -le aclaró Pafnucio- que, si has sido perdonada, esto no se ha debido precisamente a la penitencia que has practicado, sino al hecho de haber conservado vivo en tu alma durante todo este tiempo el santo temor de Dios.
Acto seguido salió Tais de la celda en que había permanecido recluida; pero quince días después reposó para siempre en la paz del Señor.
No lejos del Nilo, en los alrededores de Antinoé, la ciudad del emperador Adriano, se encontró a principios de este siglo la tumba de Pafnucio el anacoreta. Su momia aparecía cubierta del tosco sayal oscuro y acompañada de las pesadas cadenas con que quiso martirizarse en la vida. Del cuello le colgaba un feo collar de hierro sosteniendo una cruz. Bajo una bóveda cercana reposaba la momia de una mujer. La durmiente había querido presentarse a Cristo con los mejores atavíos de los días de fiesta, guiada por aquel mismo pensamiento que hacía decir a San Macario: "Guardo mi vestido nuevo para comparecer delante del Señor." Viste una túnica inferior de lino, guarnecida en los bordes de una banda de terciopelo azul con dibujos de flores de un color pálido oscuro. Sobre la túnica, un manto de lana amarillo, adornado de franjas de seda con medallones, arabescos y hojas estilizadas de tonos mortecinos. Los pies se esconden en pequeñas sandalias de cuero, con realces de filigranas doradas, entre las cuales campea la cruz, y los cabellos en una amplia gasa de color carmín, que cuelga holgadamente por la espalda. Cubriendo el rostro de la yacente había un canastillo de mimbre, que nos recuerda la costumbre primitiva de colocar la sagrada Eucaristía en los sepulcros, según aquellas palabras de San Jerónimo: "Nadie es más dichoso que aquel que guarda el cuerpo del Señor en un cestillo de mimbres." Sus manos sostenían una rosa de Jericó, la anastásica, la flor que resucita como Jesús, símbolo de la inmortalidad. Unas tablitas de madera y de marfil, taladradas con muchos agujeros, descansaban sobre el pecho. Era un instrumento para llevar la cuenta exacta, de las oraciones: un rosario. Cerca de ellas, una cruz ansada, que en el viejo Egipto era una figura de la vida y del eterno renacimiento; y bajo cada uno de los brazos, tocando la frente con las extremidades, dos palmas, símbolo clásico de gloria y de renovación. A un lado del nicho se leía esta inscripción en letras rojas:
"Aquí descansa Tais, la bienaventurada." | |
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8 de octubre
SANTA PELAGIA, Penitente
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La antigüedad cristiana se alimentó con el encanto de esta historia, que de algún modo lleva al corazón cristiano la añoranza de la inocencia perdida y animan a la vuelta. Es un consuelo encontrar en la tierra los rastros de quienes, habiendo sido presa del desarreglo, de la mala vida que por algún tiempo juzgaron como buena, del desorden y la lejanía de Dios, pues, mira... resulta que han sido gente que se salva. Sí, son una gran luz en la oscuridad que alienta la esperanza de los que somos más, de los pecadores. Estas actitudes están personificadas en Pelagia.
Pelagia, era una muy celebrada y conocida comediante en Antioquía. Corría entonces el siglo V. Siendo muy joven, había estado con los catecúmenos, olvidándolo después. Se cuenta que un domingo, Pelagia, por curiosidad volvió a entrar a un templo, y al oír al obispo predicar sobre el infinito tesoro de la misericordia de Dios, su corazón se conmovió. Quiso rezar pero no pudo, porque ya no recordaba cómo hacerlo. Abandonó el templo con el deseo de dejar esa vida desordenada que llevaba. Se decidió a escribir al obispo. Le decía en su carta: "Al santo discípulo de Jesús: He oído decir que tu Dios bajó del cielo a la tierra para salvación de los hombres. Él no desdeñó hablar con la mujer pecadora. Si eres su discípulo, escúchame. No me niegues el bien y el consuelo de oír tu palabra para poder hallar gracia, por tu medio, con Jesucristo, nuestro Salvador."
El obispo, creyó en la sinceridad de Pelagia. Así fue bautizada y confirmada, recibiendo la Comunión. Desde ese momento, cambió su vida. Repartió entre los pobres sus joyas y bienes, liberó a sus esclavos y vistiendo una humilde túnica, dejó Antioquía.
Cerca de Jerusalén, halló una gruta, donde se decidió a morar, haciendo una vida austera, penitencia y oración. Por prudencia, ocultó su condición de mujer, y quien le preguntaba el nombre respondía que era "Pelagio".
En ese tiempo, se desarrollaba el concilio de Antioquía y un diácono del obispo queriendo ir a Jerusalén, le pidió permiso al obispo para ir allí, diciendo que quería conseguir noticias sobre un ermitaño llamado Pelagio.
Llegó a encontrar a Pelagio en su cueva, quien lo recibió y volvió luego a encerrarse a rezar. Se cuenta que cuando volvió el diácono, Pelagio, ya no respondió. Cuando entraron en la cueva, encontraron muerto al ermitaño. Al disponerse a ungirlo con mirra -como entonces se usaba-, hallaron que era una mujer.
Vinieron entonces de los monasterios mujeres que estaban en Jericó y en el Jordán y marchando con cirios y luminarias y cantado himnos, dieron sepultura al cuerpo de Pelagia. Era un 8 de octubre del año 468.
Las singulares características de esta santa nos proporcionan la oportunidad de recordar que el riguroso apartamiento de los ermitaños no es una rareza, sino el fruto de un decidido y exclusivo anhelo de buscar a Cristo.
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8 de octubre BEATO MATEO CARRERI, Monje
El demonio trata de convencernos de que es soberbia tratar de hacer grandes cosas por Dios. Se trataría de soberbia en el caso de que apeláramos únicamente a nuestras fuerzas (San Alfonso María de Ligorio)
El Beato Mateo Varreri nació en Mántova, Italia, en 1420. A los veinte años, entró en la Orden de Santo Domingo. Fue un gran predicador, y el principal tema de sus sermones era la paz de Nuestro Señor.
Murió en 1470
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8 de octubre BEATO MATEO SANSEDONI, Monje
El Beato Mateo Sansedoni nació en Sena, Italia en 1220. Entró en la Orden Dominica junto con Santo Tomás de Aquino. Fue alumno de San Alberto Magno en París y en Colonia. Ejercióvarios años como profesor de teología en Colonia, Después de un tiempo se dedicó a predicar en Italia y Alemania. En 1270 fue llamado a Roma para renovar l os estudios teológicos. Murió en 1286.
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8 de octubre SANTA PELAGIA, Mártir
Recuerda que la perfección consiste en conformar la vida y las acciones totalmente a las virtudes sagradas del Corazón de Jesús, especialmente su paciencia, su mansedumbre, su humildad y su caridad. Como resultado, nuestra vida interior y exterior llega a ser una imagen viva de El. (Santa Margarita Maria)
Santa Pelagia (siglo IV) era oriunda de Antioquía, Turquía. Esta joven cristiana de quince años escogió la muerte, precipitándose al vacío desde el tejado de la casa donde estaba secuestrada, antes que dejarse deshonrar por un magistrado que quería abusar de ella.
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8 de octubre SANTOS SERGIO y BACO, Mártires
Sergio y Baco murieron en la persecución Diocleciana en Coele-Siria aproximadamente en el 303. Su martirio es bien autentificado por los primeros martiriologios y por la antigua veneración que se les rendía, así como por historiadores como Teodoreto. Eran funcionarios de tropas en la frontera, siendo Sergio primicerius, y Baco secundarius. Según la leyenda, Cesar Maximiano les tenía una elevada estima a causa de su valentía, pero este favor se convirtió en odio cuando ellos reconocieron su fe cristiana. Como parte de su tortura fueron golpeados con correas tan severamente que Baco murió bajo los golpes. Sergio, sin embargo, tuvo que soportar mucho más sufrimiento; entre otras torturas, como relata la leyenda, tenía que correr dieciocho millas en zapatos cuyas plantas estaban cubiertas con uñas afiladas y puntiagudas que le atravesaron los pies. Finalmente fue decapitado. El lugar donde fueron enterrados Sergio y Baco estaba en uno de los extremos de la ciudad de Resaph. En honor de Sergio el Emperador Justiniano también construyó iglesias en Constantinopla y Acre; la de Constantinopla, ahora mezquita, es un gran trabajo de arte bizantino. En el Este, Sergio y Baco eran universalmente honrados. Desde el siglo VII tienen una célebre iglesia en Roma. El arte cristiano representa a los dos santos como soldados en vestidos de ejército con ramas de palma en sus manos. Su fiesta se celebra el 7 de octubre. El calendario de la Iglesia ubica a los santos Marcelo y Apuleio en el mismo día que Sergio y Baco . Se dice que ellos se convirtieron al cristianismo por los milagros de San Pedro. Según el "Martyrologium Romanum" ellos sufrieron martirio poco después de las muertes de San Pedro y San Pablo y fueron enterrados cerca de Roma. Sus Actas existentes no son genuinas y están de acuerdo en gran parte con aquellos de San Nereus y San Achilleus. La veneración de los dos santos es muy antigua. Una misa se les asigna en el "Sacramentarium" del Papa Gelasio.
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8 de octubre SANTOS MARCELO y APULEYO,(*) Mártires
Amemos a Dios y adorémosle con corazón sencillo y espíritu puro, que eso busca El por encima de todo (San Francisco de Asís)
La liturgia romana conmemora a estos dos santos junto con San Sergio y San Baco. El Martirologio Romano afirma que eran dos discípulos de Simón Mago (Hechos, VIII, 9-25),convertidos por San Pedro y martirizados en Roma después de él. Estos datos son completamente apócrifos, inventados por el martirologista Ado, quien se basó en la mención de un tal Marcelo en las "Gesta SS. Nerei et Achillei". Sin embargo, no es imposible que San Marcelo haya sido martirizado en Capua. En cuanto a Apuleyo, no poseemos ningún dato sobre él.
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8 de octubre
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SANTA REPARATA,(*) Virgen y Mártir
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Según se dice, Santa Reparata, cuyo nombre menciona hoy el Martirologio Romano, fue una virgen martirizada en Palestina durante la persecución de Decio. Las "actas", que son espurias, afirman que la joven tenía doce años y era de carácter muy vivaz. Acusada de ser cristiana, compareció ante el prefecto de la ciudad, el cual, movido por su belleza, trató de ganársela con palabras amables. Pero Reparata se defendió valientemente y fue sometida a diversos tormentos. Como nada lograse vencer su constancia, el prefecto mandó que la arrojasen a un horno ardiente; pero, como en el caso de los tres santos niños de Judá, las llamas no hicieron ningún daño a Reparata, quien cantó en medio de ellas las alabanzas al Creador. Entonces, el prefecto intentó nuevamente persuadirla de que adorase a los ídolos, pero ¨Reparata rebatió todos sus argumentos, desde el interior del horno. Enfurecido, el prefecto gritó a los guardias: "Cortad la cabeza a esa insoportable charlatana para que no vuelva yo a verla". Reparata cantó las alabanzas al Creador cuando marchaba al sitio de la ejecución. Los guardias vieron volar su alma al cielo cuando el verdugo le cortó la cabeza. Las pretendidas reliquias de Reparata fueron trasladadas a Italia donde se venera mucho a la santa en varias diócesis.
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8 de octubre
Demetrio, que era probablemente diácono, sufrió el martirio en Sirmium (la actual Mitrovic, en Yugoslavia) en fecha desconocida. Leoncio, prefecto de Iliria, construyó en el siglo V dos iglesias en honor de San Demetrio: una en Sirmium y la otra en Tesalónica. Alrededor del año 418, las reliquias de San Demetrio fueron depositadas en la iglesia de Tesalónica, que se convirtió desde entonces en el gran centro del culto al santo. Demetrio fue nombrado patrono y protector de la región. Los peregrinos acudían en grandes multitudes al santuario, pues de las reliquias fluía un aceite de propiedades maravillosas; por ello se dieron al santo los nombres de "Myrobletes" y "Megalomartyr" ("el gran mártir"). La iglesia de Tesalónica fue incendiada en 1917.
Según una leyenda salonicense, San Demetrio, que era originario de dicha ciudad, fue arrestado por predicar el Evangelio. Sin que precediese juicio alguno, fue asesinado en los baños públicos, donde se le había encarcelado. El relato más antiguo, que no es anterior al siglo VI, afirma que fue el propio emperador Maximiniano quien, en un arrebato de cólera provocado por el hecho de que su gladiador favorito había sido vencido por el inexperto Néstor, dio la orden de asesinar al mártir. Otros relatos posteriores hacen del diácono de Sirmium (si es que fue diácono) un procónsul (tal es la opinión que refleja el Martirologio Romano) y un santo guerrero, cuya fama como tal sólo cede a la de San Jorge. Los cruzados, que consideraban como patronos a los dos santos, pretendían haberlos visto luchar a su lado en la batalla de Antioquía de 1098, junto con San Mercurio. El San Demetrio de la leyenda popular es una figura puramente imaginaria. Como sucedió en los casos de San Procopio, San Menas, San Mercurio y otros, la imaginación popular transformó gradualmente a un mártir genuino, de cuya vida se sabía muy poco, en un guerrero de Cristo y en un mártir militar, e hizo de él el patrono y modelo de los soldados y de los caballeros. La fiesta de San Demetrio se celebra con gran solemnidad en todo el oriente, el26 de octubre y su nombre figura en la preparación de la liturgia eucarística bizantina.
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