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Respuesta  Mensaje 1 de 15 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD  (Mensaje original) Enviado: 11/10/2009 17:49


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Respuesta  Mensaje 3 de 15 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 11/10/2009 17:49

23 de octubre
SAN SEVERINO,*
Obispo y Confesor

¡Insensato! esta misma noche se te ha de exigir
tu alma ¿de quién será cuanto has acumulado?
(Lucas, 12, 20).

   San Severino, que vivía en tiempos de San Martín, fue advertido por una música celestial de la muerte de este gran servidor de Dios. Un anacoreta, que supo por  revelación que tendría el mismo grado de gloria en el cielo que el obispo Severino, dejó el desierto para ir a visitarlo, y asombróse vivamente de verlo espléndidamente servido y magníficamente alojado. Dios le hizo entonces conocer que San Severino tenía menos apego a sus bienes y a sus honores que el que tenía él mismo a su cántaro de agua.

MEDITACIÓN
SOBRE LA MUERTE
DE LOS BUENOS y LA DE LOS MALOS

   I. Todos los hombres deben temer la muerte, porque es seguida de un juicio terrible y nadie sabe si es digno de amor o de odio. San Hilarión, el abad Agatón y muchos otros grandes santos han temblado en la hora de la muerte: ¿eres tú más santo que estos ilustres penitentes? Ten presente que no pueden adoptarse bastantes precauciones en un asunto que no ventila sino una sola vez, que no se puede reparar y donde se juega una eternidad de dicha o de infelicidad.

   II. Pecadores, pensad en la muerte y despreciaréis los bienes del mundo y trabajaréis por la salvación de vuestra alma. Avaro, morirás; ¿a quién pasarán tus tesoros? Voluptuoso, ¿qué te quedará de tus placeres? Orgulloso, ¿de qué te servirán tus honores? ¿Qué desearás, qué temerás, qué te afligirá en la hora de la muerte? Piensa ahora en ello. ¡Oh muerte, cuán amargo es tu pensamiento para el hombre que vive en paz en medio de sus bienes! (Eclesiastés).

   III. Justos o pecadores, quienquiera seáis, iréis a la casa de vuestra eternidad, descenderéis a la tumba; vuestros amigos, vuestros bienes, vuestros placeres, vuestros honores os abandonarán, nada os quedará fuera de un lúgubre sepulcro. Iréis, no sabéis ni cuándo ni cómo. Iréis, pero de allí no volveréis; es la casa de la eternidad, donde se está para siempre. Ya no quiero en adelante pensar sino en morir bien; es la verdadera filosofía del cristiano. El hombre irá a la casa de su eternidad. (Eclesiastés).

El pensamiento de la muerte
Orad por los agonizantes.

ORACIÓN

   Haced, oh Dios omnipotente, que la augusta solemnidad del bienaventurado Severino, vuestro confesor pontífice, aumente en nosotros el espíritu de devoción y el deseo de la salvación. Por J. C. N. S. Amén.


Respuesta  Mensaje 4 de 15 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 11/10/2009 17:49

23 de octubre

SAN ANTONIO MARÍA CLARET,
Obispo y Confesor

A

   No sería difícil encontrar quien, ignorando la vida portentosa del Santo que conmemora hoy la Iglesia, se sintiera asaltado por la duda de si Antonio Claret, a quien se oye llamar de mil modos, suficiente cada uno para encarnar y cincelar toda una personalidad maciza y exuberante, existió en realidad o fue una fantasía. El modelo de obreros, el misionero apostólico, el taumaturgo, el escritor inagotable, el gran director de almas, el fundador, el organizador genial, el intuitivo "precursor de la Acción Católica, tal como es hoy" (Pío XI), el catequista célebre, el prudente confesor real, el abanderado de la infalibilidad pontificia y primer santo del concilio Vaticano, el sagrario viviente, el apóstol cordimariano de los tiempos modernos, el gran apóstol del siglo XIX, y también el gran calumniado, existió y fue San Antonio María Claret.

   Nació en Sallent (Barcelona ) el día 23 de diciembre de 1807, de padres auténticamente cristianos, que, al día siguiente, le llevaron al bautismo. "Me pusieron por nombre -nos dirá en su autobiografía-Antonio Adjutorio Juan: pero yo, después, añadí el dulcísimo nombre de María, porque María Santísima es mi Madre, mi Madrina, mi Maestra y mi todo, después de Jesús".

   A los, cinco años de edad aparecieron ya en la precoz inteligencia y en el corazón naturalmente compasivo del niño Antonio las primeras señales y gérmenes de su vocación al apostolado: "Las primeras ideas de mi niñez de que yo tengo memoria son que, cuando tenía unos cinco años de edad, estando en la cama, en vez de dormir, pues siempre he sido poco dormilón, pensaba en los bienes del cielo y en las penas eternas del infierno, es decir, pensaba en aquel "siempre" que no tiene fin: me figuraba distancias enormes: a éstas añadía otras y otras, y, no alcanzando el fin de ellas, me estremecía por la desgracia de aquellos que tendrán que padecer penas eternas...: esta idea quedó tan grabada en mí que, sea por lo temprano que empezó, sea por las muchas veces que en ella he pensado, lo cierto es que nada tengo más presente".

   Son éstos los primeros aleteos del misionero en ciernes: "Esta idea de la eternidad desgraciada es la que me ha hecho, hace y hará trabajar, mientras viva, en la conversión de los pobres pecadores, procurándola en el púlpito, en el confesionario, por medio de libros, estampas, hojas volantes, conversaciones, etc." Ha brotado la semilla del apóstol, del misionero que, en un siglo calamitoso para la Patria, luchará con su espíritu magníficamente universal, abierto, eminentemente apostólico y práctico. Su programa de vida y actuación quedó escrito de su puño y letra: "Trabajando constantemente y aprovechando todas las circunstancias para dar gloria a Dios y atender a la salvación de las almas, valiéndome de todos los medios". El programa, en su ambiciosa sencillez, debía ser una obra perenne, por, que, casi con las mismas palabras, se lo dejó en las constituciones a la codicia apostólica de sus misioneros.

   La infancia de Antonio transcurre apacible entre la escuela, su casa, los juegos y la iglesia. Los tiempos eran malos y revueltos, y las circunstancias de la familia no consentían los gastos de pensión en el Seminario. El muchacho hubo de incorporarse de lleno a los trabajos del telar paterno, en espera de tiempos mejores. Golpe duro y definitivo, al parecer, para las ilusiones de Claret. Acató resueltamente y con todo amor la orden de su padre, pasando por todas las ocupaciones y labores de la fábrica de tejidos, propiedad de su familia, y trabajando como el que más en cantidad y calidad. Así, hasta que llega un momento en que el trabajo de la fábrica paterna no tiene ya dificultades ni secretos para él. Por eso, "deseoso de adelantar, dije a mi padre que me llevase a Barcelona. Se extendió por aquélla ciudad la fama de la habilidad que el Señor me había dado para la fabricación. De aquí que algunos señores quisieran formar compañía con mi padre. Me excusé... Y, a la verdad, fue esto providencial. Yo nunca me había opuesto a los designios de mi padre. fue ésta la primera vez, y fue porque la voluntad de Dios quería de mí otra cosa. Me quería eclesiástico. El continuo pensar en máquinas y talleres me tenía absorto. Era un delirio lo que tenía por la fabricación. En medio de esto me acordé de aquellas palabras del Evangelio que leí de muy niño: "¿De qué le aprovecha al hombre ganar todo el mundo si finalmente pierde su alma?" Esta sentencia me causó profunda impresión. Fue una saeta que me hirió en el corazón. Pensaba y discurría qué haría".

   Hay en su alma una inquietud que no le deja sosegar y que va aumentando su tensión con varios episodios sucedidos en pocos meses, a propósito para desengañarle del mundo y avivar el interés por los negocios del alma. Fueron los siguientes: "Un día que fui a la Mar Vieja, que llaman, hallándome en la orilla, se alborotó de repente el mar y una grande ola se me llevó y, de improviso, me vi mar adentro. Después de haber invocado a María Santísima me hallé en la orilla, sin saber nadar y sin haber entrado en mi boca ni una sola gota de agua".

   Un amigo le llenó de amarguras el alma. Había condescendido a tener con él compañía de intereses; pero, cediendo este desventurado a los atractivos del juego, le estafó muchos miles de pesetas y se complicó después en otras acciones delictivas, hasta parar en un presidio. Antonio, aunque libre de toda complicidad, sintió hondamente el percance.

   "Iba alguna vez a visitar a un compatricio mío. Un día la dueña de la casa, que era una señora joven, me dijo que le esperase, que estaba para llegar. Luego conocí la pasión de aquélla señora, que se manifestó con palabras y acciones. Habiendo invocado a María Santísima, y forcejeando con todas mis fuerzas, me escapé de entre sus brazos.

   Tenía veintidós años. Llevaba cuatro en Barcelona. Durante ellos había llenado el ideal que pudiera proponerse, aun en nuestros días, cualquier trabajador especializado: aptitud para la fabricación, perito en dibujo, en el que consiguió repetidos premios; conocedor del francés y del inglés, que hablaba con soltura; diestro en el manejo de las matemáticas; hábil en la técnica textil, que no tenía secretos para él; propuesto con insistencia para director de fábricas, y, en medio de todo, piadoso, honrado, de bello porte y de un carácter tan amable y alegre que era las delicias de sus compañeros, de sus superiores y de sus subalternos. La vida le sonríe cuando abandona la esperanzas de un porvenir brillante y decide ingresar en la Cartuja. Pero, cuando se encamina al cenobio de Montealegre, una deshecha tempestad puso a prueba la poca robustez de sus pulmones, fatigados por la marcha y heridos por el trabajo, hasta expeler sangre. Por lo visto, Dios no lo quería así. Una vez restablecidas sus fuerzas marcha a sentarse entre los niños en el banco de un Seminario. Es lo que hoy se llama -con frase no tan inexacta- una vocación tardía.

   Y pasan los años. Estudia filosofía y teología en el viejo pero glorioso caserón del Seminario de Vich, con Balmes de compañero, y, por fin, el día 13 de junio de 1835 se ordena sacerdote, después de un mes de ejercicios.

   Ahora ya es mosén Claret. Tiene veintisiete años cumplidos. Se conserva su retrato de esta época. Bajo de estatura; un tinte amarillento colorea su rostro; ojos grandes y tiernos, que tienden a cerrarse bajo unos párpados carnosos, que naturalmente le inclinan a la modestia; pero cuando miran la lejanía y las multitudes desde la altura del púlpito se abren claros, animados por el alma fogosa de un apóstol, y le brillan como dos brasas.

   La parroquia de Sallent fue testigo de los primeros ardores de su celo sacerdotal, de la ejemplaridad intachable de su vida, de sus virtudes y de sus milagros. Pero este campo era demasiado reducido para el corazón grande de mosén Antón. Buscando horizontes más amplios para su celo se encamina a Roma, con el fin de ingresar en el Colegio de Propaganda Fide. Los oficiales encargados no pueden decretar la admisión sin la aprobación del cardenal prefecto, que, por aquellos días, disfrutaba las clásicas vacaciones romanas de la Ottobrata. Frente a este conjunto de dificultades decide Claret hacer los ejercicios espirituales en una casa profesa de la Compañía de Jesús, en espera de que las Congregaciones pontificias reanudaran sus trabajos. El mismo religioso que le dirigió los ejercicios, viendo en él cualidades no comunes, le propuso e insistió que ingresase en la Compañía. Tanto le animaron y tan fácilmente se solucionaron todas las dificultades, que, como él mismo nos dice, "de la noche a la mañana me hallé jesuita. Cuando me contemplaba vestido de la santa sotana de la Compañía casi no acertaba a creer lo que veía, me parecía un sueño.

   Pero los designios de Dios son muy distintos: "Me hallaba muy contento en el noviciado cuando he aquí que un día me vino un dolor tan grande en la pierna derecha que no podía caminar. Se temieron que quedaría tullido. El padre rector me dijo: "Esto no es natural. Me hace pensar que Dios quiere otra cosa de usted; consultaremos al padre general". Este, después de haberme oído, me dijo sin titubear, con toda resolución: "Es la voluntad de Dios que usted vaya pronto a España. No tenga miedo. Animo'. El padre Roothan tenía razón.

   Regresa a España y, al desembarcar en Barcelona, Claret deja de ser el mosén Antón que partió a Roma para convertirse en el misionero padre Claret. Exonerado de todo cargo parroquial, sus superiores le envían "como nube ligera que, empujada por el soplo del Espíritu Santo, llevase la lluvia bienhechora de la palabra divina a regiones secas y estériles".

   El ambiente político no es nada propicio. Hace poco que ha concluido la primera guerra carlista, guerra civil tenacísima y dura, que se ha prolongado siete años, y precisamente Cataluña ha sido uno de los principales teatros de la contienda. Esto no arredra al padre Claret. Más de cien páginas de su autobiografía nos narran sus correrías apostólicas y los estímulos que le movían a predicar incansablemente: "Siempre a pie de una población a otra, por muy apartadas que estuviesen, a través de nieves o de calores abrasadores, sin un céntimo siempre, pues nunca cobraba nada", predicando seis y ocho horas diarias y, el restante tiempo, confesando a miles de personas y, por las noches, en lugar de descansar, la oración, las disciplinas, el escribir libros y hojas volanderas, y sin comer apenas, lo que tenía maravilladas a las gentes. Era un milagro del Señor el que sostenía aquélla naturaleza. Las muchedumbres se agolpaban para oírle y el fruto era enorme. El demonio, por su parte, le hacía una guerra sin cuartel: en esta iglesia era una piedra que se desprendía del techo; en aquel pueblo, un violento fuego que se declaraba mientras predicaba el misionero. Pero éste descubría todas las astucias del enemigo. "Si era grande la persecución que me hacía el infierno, era muchísimo mayor la protección del cielo. Conocía visiblemente -dice él mismo- la protección de la Santísima Virgen. Ella y sus ángeles me guiaron por caminos desconocidos, me libraron de ladrones y asesinos y me llevaron a puerto seguro sin saber cómo. Muchas veces corría la voz de que me habían asesinado. Yo, en medio de estas alternativas, pasaba de todo: tenía ratos muy buenos, otros muy amargos. Habitualmente no rehusaba las penas, al contrario, las amaba y deseaba morir por Cristo; yo no me ponía, temerariamente en los peligros, pero sí me gustaba que el superior me enviase a lugares peligrosos, para poder tener la dicha de morir asesinado, por Jesucristo."


Respuesta  Mensaje 5 de 15 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 11/10/2009 17:50
 Puede decirse que recorre todas las capitales y pueblos del nordeste de España. Su fama es grande; su predicación produce auténticas manifestaciones de entusiasmo. El fruto es cierto y copioso. Son muchas las conversiones sinceras. Menudean los milagros. El padre Claret, incansable, tiene constantemente a flor de labios esta oración: "¡Oh Corazón de María, fragua e instrumento del amor, enciéndeme en el amor de Dios y del prójimo!".

   De este modo pasaron siete años, hasta que, en 1848, fue enviado a Canarias para misionar en aquellas islas. Allí todavía más que en la Península, las multitudes se desbordan, las iglesias son insuficientes para contener a los que quieren escuchar la palabra del Padrito Santo, como cariñosamente le llaman, y el misionero se ve obligado a predicar bajo la bóveda azul del firmamento, en las plazas públicas o a las orillas del mar.

   El padre Claret acarició toda su vida, como un bello ideal, la fundación de una Congregación de sacerdotes que se dedicasen a la evangelización, según él la comprendía y practicaba. Mas, por oposición de la política y de las guerras, parecía todo un sueño que nunca habría de tener realidad. A mediados de 1849 regresó a España. El ambiente nacional había evolucionado mucho; los cielos de la política se serenaban; la persecución ahogaba en la lejanía sus últimos rugidos. A favor de todo esto las ilusiones claretianas volvieron a reverdecer. El santo misionero adivinó llegada la hora y, después de vencer no pocas dificultades, el día 16 de julio de este mismo año reúne a seis jóvenes sacerdotes en el Seminario de Vich y queda echada la semilla de la Congregación de los Misioneros Hijos del Corazón de María.

   Poco tiempo, sin embargo, pudo vivir con aquélla incipiente comunidad. "El día 4 de agosto -nos dice-, al bajar del púlpito, me mandan ir a Palacio. Y, al llegar allí, el señor obispo me da el nombramiento para arzobispo de Santiago de Cuba. Quedé muerto con tal noticia. Dije que de ninguna manera aceptaba. Espantado del nombramiento, no quise aceptar, por considerarme indigno y por no abandonar la Congregación que acababa de nacer. Entonces el nuncio de Su Santidad y el ministro de Gracia y Justicia se valieron de mi prelado, a quien tenía la más ciega obediencia. Este me mandó formalmente que aceptara."

   Mientras que se tramitaba su consagración y preparaba el viaje a América el celo del padre Claret continúa incansable y devorador; sigue sus correrías apostólicas; escribe libros; funda la Librería Religiosa, interviniendo personalmente en el montaje de las máquinas. Recibida la consagración episcopal, nada cambió de su método de vida: el mismo trato sencillo y humilde, el mismo vestido, la misma comida pobre y escasa, y, sobre todo, el mismo celo apostólico. Es su pasión. El gran fuego que le arde en las entrañas. Ninguna frase mejor que la escogida por él para su sello episcopal: Caritas Christi urget nos. Como otras muchas páginas de la autobiografía que nos dejó escrita, esta que transcribirnos puede darnos una idea de su actividad misionera y apostólica: "Arreglados mis negocios en Madrid, me volví a Cataluña. Al llegar a Igualada prediqué. Al día siguiente fui a Montserrat, en que también prediqué. Luego pasé a Manresa, en que se hacía el novenario de ánimas: por la noche les prediqué y, al día siguiente, di la sagrada comunión. Por la tarde pasé a Sallent, mi patria, y todos me salieron a recibir; por la noche les prediqué desde un balcón de la plaza, porque en la iglesia no hubieran cabido; al día siguiente celebramos una misa solemne y, por la tarde, salí para Sanmartí, donde prediqué. Al día siguiente por la mañana pasé a la ermita de Fusimaña, a la que había tenido tanta devoción desde pequeño, y en aquel santuario celebré y prediqué de la devoción a la Virgen Santísima. De allí pasé a Artés, en que también prediqué; luego a Calders, y también prediqué, y fui a comer a Moyá, y por la noche prediqué. Al día siguiente pasé por Collsuspina, y también prediqué, y después fuí a Vich, y también prediqué. Pasé a Barcelona, y prediqué todos los días en diferentes iglesias y conventos, hasta el día en que nos embarcamos".

   En Cuba se mantiene el mismo ritmo misionero: persecuciones, puñales, incendios, calumnias, que las fuerzas del mal desencadenaron contra el arzobispo; pero éste siguió manteniéndose intrépido en la misma línea. Con celo infatigable recorrió a caballo cuatro veces, en visita pastoral, toda su diócesis, que era aproximadamente de 60.000 kilómetros cuadrados. Las conversiones fueron innumerables. Los terremotos, la peste y el cólera que azotaron la isla sirvieron al arzobispo para arrancar infinitas almas al diablo, arreglar innumerables matrimonios de amancebados, más de 10.000, y hasta para calmar las revueltas populares. Durante su pontificado los americanos del Norte sirviéndose de elementos revolucionarios, hicieron tres tentativas contra la isla y las tres las desbarató el arzobispo con sólo predicar el amor y el perdón. Los enemigos de España llegaron a pensar muy en serio quitar la vida al que les hacía más daño que todo el ejército. Muchos intentos fallaron. Por fin, uno acertó. El día 1 de febrero de 1856 el arzobispo era herido gravemente en Holguín. "Cuando salimos de la iglesia—es el propio padre Claret quien nos lo cuenta—se me acercó un hombre, como si quisiera besarme el anillo; pero, al instante, alargó el brazo armado con una navaja de afeitar y descargó el golpe con todas sus fuerzas..," Lo que menos importó al herido fue la gravedad de aquellos momentos; a pesar de su presencia de ánimo, estaba muy lejos de su cuerpo: "No puedo explicar el placer, el gozo que sentía mi alma, al ver que había logrado lo que tanto deseaba: derramar mi sangre por Jesús y María".

   Restablecido milagrosamente, consiguió el indulto para su desgraciado verdugo y todavía le pagó el viaje para que pudiese regresar a su patria.

   También para el Santo había llegado la hora de retornar a España, y con ella el periodo que constituye la plenitud de su vida. El día 13 de marzo de 1857, estando predicando en una misión, recibió un comunicado de la reina de España, Isabel II, que le llamaba a Madrid, sin expresarle el motivo. El arzobispo termina apresuradamente las obras de mayor envergadura que tenía iniciadas, como la Granja Agrícola de Puerto Príncipe y el recién fundado Instituto Apostólico de María Inmaculada para la Enseñanza. Llega a Madrid y se entera en la primera entrevista con Isabel de que ésta le había llamado para hacerle su confesor. El padre Claret, siempre reacio a aceptar dignidades y grandezas humanas, no otorgó su consentimiento sino después de haber consultado a varios prelados y, aun entonces, con la expresa condición de no vivir en Palacio y de quedar libre para dedicarse al ministerio. Ahora iba a ser apóstol de España entera. Efectivamente, no tiene explicación humana lo que hizo en los diez años que fue confesor real: misionó por todas las capitales y provincias de España, aprovechando los viajes de los reyes: las tandas de ejercicios al clero, religiosos y seglares fueron ininterrumpidas; predica incansable: en una sola jornada llega hasta doce sermones; en el confesionario emplea diariamente unas cinco horas; recibe por término medio una correspondencia diaria de cien cartas, a las cuales responde personalmente: publica libros y opúsculos; es presidente de El Escorial, que restaura y donde funda un Seminario modelo: da vida fecunda a la Academia de San Miguel, anticipo de la Acción Católica de hoy. Todo esto sin contar su asistencia obligatoria a los actos oficiales de Palacio y el trabajo que tenía como protector del hospital e iglesia de Montserrat. Una labor, como se ve, capaz de abrumar las fuerzas de muchos hombres.

   Además, estaba al corriente del movimiento teológico, filosófico y cultural de Europa. Es ridícula la afirmación de los que presentan al padre Claret como "un hombre que sólo sabía rezar y hablar sin grandes pretensiones; hasta su aire era popular, por no decir pueblerino..." La historia demuestra lo contrario y Pío XII ha podido afirmar del padre Claret que era "un hombre singular, nacido para ensamblar contrastes". Ya desde los primeros años, en la escuela y en la Lonja de Barcelona, y posteriormente en el Seminario, sus calificaciones fueron siempre máximas. A pesar de su vida de actlvidad sorprendente y extensisima, es un lector empedernido. Quedan datos y muestras en su biblioteca particular, que constaba de más de 5.000 volúmenes de última hora, y que es una de las mejores y más completas de su tiempo. Voz corriente en los sectores eclesiásticos contemporáneos era que la ciencia del padre Claret parecía infusa. Tal vez, pero él mismo nos levanta un poco el velo cuando escribe: "A mí me consta que lo poco que sabe ese sujeto (Claret) lo debe a muchos años y muchas noches pasadas en el estudio". Lo que pasaba es que su vocación al ministerio activo no le pedía ni el escribir como científico ni el dedicar horas y horas a investigaciones eruditas, aunque se haya encontrado entre sus papeles alguna lucubración sobre la posibilidad de los vuelos dirigidos. Su misión providencial era de más importancia y trascendencia.

   Tiene Claret casi cincuenta años. Durante los diez que estuvo en la corte la actualidad religiosa de España quedó centrada en la persona del santo arzobispo. Su equilibrio humano se manifiesta ante las delicadas circunstancias personales de su regia penitente. La prudencia sobrenatural le mantiene alejado de todos los manejos políticos. Claret tiene una influencia decisiva para el catolicismo español de toda una época. Se ha dicho que su residencia en Madrid fue una verdadera catástrofe para el movimiento revolucionario español", influencia tan decisiva precisamente porque Claret no hizo nunca política. Ante los frutos que reportaba la obra del confesor real no podía Satanás dejar de ensañarse contra él, tratando de inutilizar su ministerio por todos los medios. La persecución se desencadena de manera metódica y perfectamente calculada: periódicos, libros, teatros; hasta en tarjetas y cajas de fósforos se le calumnió de la manera más baja y soez; se escribieron biografías que no eran sino noveluchos indecentes, se falsificaron escandalosamente algunos de sus libros más importantes, publicándolos con su nombre. Todo se ensayó, con el fin de inutilizar su celo. Pero también todo resultó inútil, pues el Señor tomó por su cuenta defender a su enviado e hizo redundasen en bien de las almas los mismos medios que los sicarios ponían en juego para impedirlo. Hasta doce veces intentaron asesinarle y, en no pocas de estas ocasiones, los mismos iniciadores del crimen eran los primeros en experimentar, por una sincera conversión, la benéfica influencia de las virtudes y santidad del calumniado arzobispo.

   La conducta del santo padre Claret no puede juzgarse como la de un estoico presuntuoso, sino como venida del don divino de la fortaleza. Se irguió sereno, imperturbable ante la calumnia. No quiso defenderse. Tuvo escrita una defensa sobria, verid'ica; pero se arrodilló ante el crucifijo y prefirió callar, recordando las palabras del Evangelio: Jesus autem tacebat: "Jesús, empero, se mantenía callado" (Mt. 26,63). Es que desaparece el hombre para dejar paso al santo, a quien se exigió el sacrificio de su reputación y de su buen nombre, no sólo durante su vida, sino por largos años posteriores, tantos que, todavía en 1934, cuando Pío XI le beatifica, hay una pluma famosa en las letras patrias que, en son de arrepentimiento, escribe: "Existen dos Claret: uno el forjado por la calumnia, otro el real y efectivo. Aquél es totalmente inexistente. Este, Antonio María Claret, es, sencillamente, un santo de la traza y pergeño de los activos, infatigables, emprendedores".


Respuesta  Mensaje 6 de 15 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 11/10/2009 17:50
En esta época de su estancia en Madrid, cuando el trabajo ministerial acapara todas sus horas, es precisamente cuando el padre Claret llega a la cumbre de su vida espiritual, a la unión mayor que se puede dar: la transformación total. Humildemente nos lo refiere el Santo: "El día 26 de agosto, hallándome en oración en la iglesia del Rosario, de La Granja, a las siete de la tarde, el Señor me concedió la gracia de la conservación de las especies sacramentales y así tener siempre día y noche al Santísimo Sacramento en el pecho".

   ¡Admirable consumación de amor, expresión manifiesta de la unión íntima, transformante de un alma con el Divino Verbo! La revolución de septiembre, que él había profetizado muchas veces, destronó a la reina y arrojó a ella y a su confesor a un país extraño. Desterrado de la madre patria, por la que tanto había trabajado, anciano, cansado, consumido y enfermo, pero indomable, marcha a Francia y, poco después, a Roma, para asistir al concilio Vaticano. Cuando se discute la candente cuestión de la infalibilidad pontificia habla con palabras que conmueven a toda la asamblea. Insinúa proféticamente algunas escisiones en la Iglesia, por causa de esta cuestión, que tuvieron exacto cumplimiento, y, después, señalando las cicatrices que el atentado de Holguín dejó en su rostro y repitiendo la frase del Apóstol: "Traigo en mi ,cuerpo los estigmas de mi Señor Jesucristo" (Gál. 6,7), declara que está dispuesto a morir en confirmación de esta gran verdad: "Creo que el Suma Pontífice romano es infalible".

Es la última llamarada de una lámpara que se extingue. Vuelve a Francia y, camino de París, se detiene, casi moribundo, en Fontfroide, una recoleta y tranquila abadía cisterciense, cerca de Carcasona.

Ni en su agonía le dejan tranquilo las fuerzas del mal. Sólo la muerte le libró de nuevas persecuciones y pesquisas policíacas. Su cuerpo se desmoronaba: pero él, con el pie en las playas de la patria eterna, escribía con pulso a un tiempo inseguro y vigoroso, esta definitiva y para él obsesionante afirmación: "Quiero verme libre de estas ataduras y estar con Cristo (Fil. 1,23), como María Santísima, mi dulce Madre".

   Así fue, el día 24 de octubre de 1870. Después, sus funerales, entre el rumor del canto de los monjes y el revoloteo de un misterioso pajarillo sobre el féretro arzobispal, colocado en la severa iglesia cisterciense. Sobre su tumba escribieron las palabras de San Gregorio Magno: "Amé la justicia y odié la iniquidad; por eso muero en el destierro". Bajo aquella losa descansaron los restos del padre Claret durante veintisiete años, hasta que los Misioneros los trasladaron, con afecto filial, a su iglesia de Vich (Barcelona). El cerebro y el corazón habían resistido la acción devoradora de la humedad y de la cal.

   El 25 de febrero del año 1934 el papa Pío XI le declaraba Beato y el 7 de mayo de 1950 Pío XII le elevaba al supremo honor de los altares. Su mejor semblanza, la que de él hizo Su Santidad Pío XII en unas palabras pronunciadas horas después de la canonización: "Alma grande, nacida como para ensamblar contrastes; pudo ser humilde de origen y glorioso a los ojos del mundo; pequeño de cuerpo, pero de espíritu gigante; de apariencia modesta, pero capaz de imponer respeto incluso a los grandes de la tierra; fuerte de carácter, pero con la suave dulzura de quien conoce el freno de la austeridad y de la penitencia; siempre en la presencia de Dios, aun en medio de su prodigiosa actividad exterior: calumniado y admirado, festejado y perseguido. Y entre tantas maravillas, como luz suave que todo lo ilumina, su devoción a la Divina Madre".

ARTURO TABERA ARAOZ


Respuesta  Mensaje 7 de 15 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 11/10/2009 17:50

23 de octubre
SAN TEODORO,
(*)
Mártir

   San Teodoro, glorioso sacerdote y mártir de Cristo, fue uno de los más celosos ministros del Señor en la iglesia de Antio quía de Siria. Trabajó sin descanso en desarraigar las supersticiones paganas, en derribar las aras y estatuas de los falsos dioses, y en levantar varios templos al Dios verdadero, sin esperar otra recompensa que ver más extendida y gloriosa aquella cristiandad, ni desear otro premio que la corona del martirio. El conde Juliano, tío del emperador Julian, y apóstata como él, gobernaba a la sazón el Oriente, cuya capital era Antioquía, y sabiendo que el santo sacerdote Teodoro tenía el ministerio de guardar los vasos sagrados y tesoros de la Iglesia, quiso apoderarse de ellos; y le llamó a su tribunal, ordenándole en nombre del César que hiciese entrega de todas aquellas preciosas alhajas. Respon dióle el fidelísimo siervo de Cristo que nada había recibido de manos del César, y que nada le debía. Al oír estas palabras el codicioso tirano, enojóse sobremanera, y comenzó a reprenderle con grandes amenazas por la contradicción que hacía a la religión del imperio y a la voluntad del César. Teodoro con gran elocuencia y entereza, le echó en cara la liviandad de su apostasía, y de la de su sobrino el emperador, por lo cual mandó el conde Juliano que azotasen cruelmente al santo presbítero en las plantas de los pies y en su venerable rostro. Después le hizo poner en el suplicio del ecúleo, donde con cuerdas que pasaban por unas poleas, le estiraron con tan gran inhumanidad los brazos y las piernas, que le sacaron de sus junturas los huesos. Mientras el bárbaro juez que presenciaba el suplicio se mofaba del mártir, y le decía palabras injuriosas, el santo rogaba por él, y, sin hacer demostración alguna de dolor, ni dar un solo gemido, le exhortaba a que mirase por sí, y pidiese perdón a Jesucristo de su iniquidad y apostasía. «Bien veo; le dijo el tirano, que eres harto insensible a los tormentos. ¿De dónde sacas esta fortaleza?» «No siento nada, respondió el mártir; por que Dios está conmigo» . Entonces Juliano mandó que le aplicasen a los costados hachas encendidas; y mientras le abrasaban con ellas los verdugos, repentinamente cayeron de espa1das en tierra, y se negaron a seguir atormentándole, diciendo que habían visto unos ángeles que protegían al mártir. Finalmente el encarnizado apóstata vencido y avergonzado por la entereza e incontrastable constancia del santo mártir, mandó que le cortasen la cabeza y en este suplicio entregó su alma santísima en manos del Creador.

REFLEXIÓN

   La torpe codicia y deseo de apoderarse de los bienes de la Iglesia fue lo que estimuló al pro cónsul Juliano a cebarse en la sangre del fiel presbítero san Teodoro. Y ¿cuál ha sido aún en otras harto recientes persecuciones que ha padecido la Iglesia una de las causas principales del odio mortal con que la han maltratado sus enemigos manifiestos o solapados? La sed de los bienes que justamente había alcanzado, que legítima mente poseía y caritativamente empleaba. N os enseña, pues, la historia de la Iglesia, que muchos de sus sangrientos tiranos y acérrimos perseguidores no solamente han sido enemigos de la verdad de Dios y de la santidad del Evangelio, sino también hombres codiciosos, avaros, ladrones y obradores de toda injusticia e iniquidad.

ORACIÓN

   ¡Oh Dios! que nos proteges con la gloriosa confesión de tu bienaventurado mártir Teodoro, concédenos que de su imitación y oración saquemos fuerzas para adelantar en tu divino servicio. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amen.


Respuesta  Mensaje 8 de 15 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 11/10/2009 17:51

23 de octubre
SAN SEVERINO BOECIO,
(*)
"Mártir"

   Anicio Manlio Severino Boecio, nació hacia el año 480. Pertenecía a una de las más ilustres familias romanas, la "gens Anicia", de la que también descendía probablemente el Papa San Gregorio Magno. Severino, que perdió muy 

joven a sus padres, quedó al cuidado de Aurelio Símaco, de quien llegó íntimo ser íntimo amigo y con cuya hija, Rusticiana, contrajo matrimonio. A esto se reduce cuanto sabemos acerca de su juventud. Debía ser sin duda muy estudioso, pues antes de cumplir treinta años era ya famoso por su erudición. Severino Boecio emprendió la traducción al latín de todas las obras de Platón y Aristóteles, cuya armonía fundamental quería demostrar. Desgraciadamente, no consiguió terminar esta tarea; sin embargo, Casiodoro observa que, gracias a sus traducciones, los italianos conocieron no sólo a Platón y Aristóteles, sino también "al músico Pitágoras, al astrónomo Tolomeo, al matemático Nicómaco, el geómetra Euclides... y al físico Arquímedes." Ello nos da una idea de la multiplicidad de los talentos e intereses de Boecio, quien además hizo aportaciones personales en materia de lógica, matemáticas, geometría y música. Por otra parte, no carecía de talento práctico, ya que Casiodoro le pide en una carta que construya un reloj de agua y un reloj de sol para el rey de Borgoña. Boecio era también teólogo (no olvidemos que la familia de los Anicios era cristiana desde la época de Constantino) y se conservan varios tratados suyos en particular uno sobre la Santísima Trinidad. Las obras de Boecio ejercieron gran influencia en la Edad Media, sobre todo en el desarrollo de la lógica. No en vano se le ha llamado "el último de los filósofos romanos y el primero de los teólogos escolásticos". Sus traducciones fueron durante mucho tiempo la base del estudio de la filosofía griega en occidente.

   Boecio nació poco después de que Rómulo "Augústulo", el último de los emperadores romanos de occidente, entregó el poder al bárbaro Odoacro. Cuando éste fue asesinado y el patricio Teodorico asumió el poder en Italia, Boecio tenía unos trece años. El padre de Boecio había aceptado el nuevo estado de cosas, y Odoacro le había confiado un cargo de importancia. Boecio siguió a ejemplo y entró en la vida pública, no obstante su amor por la escolástica. Él mismo explica que le movió a ello la doctrina de Platón, según la cual "las naciones serían felices si los filósofos las gobernasen, o si tuviesen la suerte de que sus gobernantes se convirtiesen en filósofos". Teodorico le nombró cónsul el año 510. Doce años más tarde, Boecio llegó a lo que él calificó de "momento más brillante de su vida", pues sus dos hijos fueron nombrados cónsules y él pronunció ante ellos un discurso de alabanza a Teodorico. Poco despuués el rey le nombró "maestro de oficios", que era uno de los cargos más importantes y de mayor responsabilidad. Pero su caída estaba muy próxima.

   El anciano Teodorico entró en sospechas de que ciertos miembros del senado romano estaban conspirando en Constantinopla con el emperador Justitino para arrojar a los ostrogodos de Italia. El ex-cónsul Albino fue acusado de participar en la conspiración y Boecio subió a la tribuna a defenderle. No sabemos con certeza si tal conspiración existió o no; en todo caso, parece cierto que Boecio no tomó parte en ella. Sin embargo, fue encarcelado en la prisión de Ticinum (Pavía). Se le acusaba no sólo de traición, sino también de sacrilegio, es decir de haber empleado las matemáticas y la astronomía para fines impíos. Los jueces fallaron en su contra y Boecio pronunció un discurso amargamente despectivo contra el senado, ya que sólo Símaco, su suegro, había salido a defenderle.

   Durante los nueve meses que pasó preso, Boecio escribió la "Consolación de la Filosofía", que es la más famosa de sus obras. Se trata de un diálogo interrumpido por varios poemas, entre el autor y la filosofía. Esta consuela  a Boecio al mostrarle la vanidad de los efímeros éxitos terrenos y el valor eterno de la ideas: la desgracia no afecta a quienes saben apreciar la divina sabiduría el gobierno del universo es justo y equitativo a pesar de las apariencias. El autor no habla de la fe cristiana, pero trata numerosos problemas de metafísica y ética, La "Consolación de la Filosofía" llegó a ser una de las obras más populares en la Edad Media, no sólo entre los filósofos y teólogos. Fue uno de los libros que tradujo al inglés el rey Alfredo el Grande.

   La prisión de Boecio terminó con el asesinato. Según se dice, fue brutalmente torturado. Fue sepultado en la antigua catedral de Ticinum. Sus reliquias se encuentran actualmente en la iglesia de San Pedro in Ciel d'Oro, en Pavía.

   A lo que parece, todo el mundo consideró a Boecio como mártir. La influencia y popularidad de sus obras en la Edad Media se debió, en parte, a que había muerto por la fe(1). Sin embargo, todas las pruebas indican más bien que murió por razones políticas. Cierto que Teodorico era arriano, pero ese elemento no intervino en la condenación de su antiguo ministro de Estado. No es imposible que la idea del martirio de Boecio haya procedido de la convicción popular de que había sido condenado "injustamente", ya que en la antigüedad se confundía fácilmente el martirio con la condenación injusta, aunque no interviniese el odio de la fe.

   Desde el siglo XVIII, se ha planteado un problema aún más fundamental: ¿Boecio practicaba realmente el cristianismo en la época de su muerte? Está fuera de duda que durante mucho tiempo fue cristiano y practicó su religión. En efecto, en 1877, se descubrió una nueva prueba para confirmar que Boecio fue realmente el autor de los tratados teológicos que se le atribuyen. Pero la tdifivultad es la siguiente: ¿Cómo es posible que un cristiano que había escrito tratados en defensa de la fe, se haya contentado, bajo el peso de una acusación injusta y hallándose amenazado de muerte, con escribir una obra para propio consuelo, en la que no hay nada de propiamente cristiano, excepto una o dos citas indirectas de la Biblia? Según Boswell, el historiador Johnson formulaba así el problema en 1770: "Es sorprendente, dado el tema de la obra y la situación en que se hallaba Boecio, que haya sido 'magis philosophus quam christianus' (más filósofo que cristiano)".

   Es imposible ignorar tal problema, por más que nadie lo haya planteado en la Edad Media. Baste con decir que, cuando se planteó por primera vez, los principales eruditos optaron más bien por "descristianizar" a Boecio; pero, poco a poco, la teoría opuesta fue tomando fuerza, y actualmente se cree que Boecio permaneció cristiano hasta el fin de su vida. Citemos simplemente a dos eruditos, un protestante y un católico: "El viejo problema de la posición religiosa de Boecio carece de sentido... Un teólogo cristiano pudo muy bien escribir la 'Consolación', no para exponer su propio punto de vista, sino para ver en cuanto filósofo los principales problemas del pensamiento" (E. K. ,en Harvard Studies in Classical Philology, vol. XI, pte. I). La Consolación de la Filosofía es "una obra maestra. A pesar de su actitud deliberadamente  reticente, constituye una expresión perfecta de la fusión del espíritu cristiano con la tradición clásica" (Christopher Dawson, en The Making of Europe, p. 51). 

   En Pavía y en la iglesia de Santa María in Portico de Roma se celebra todavía la fiesta de San Severino Boecio, mártir. Podría pensarse que la confirmación de su culto, llevada a cabo por León XIII en 1883, zanjó definitivamente los problemas del martirio y de la religión de Boecio. Pero una confirmación de culto, aunque exija el mayor respeto, no es un acto en el que el ejerce su  infalibilidad. La confirmación del culto permite simplemente que se siga venerando a un personaje y no siempre va precedida de un examen a fondo de los problemas históricos relacionados con ese personaje.  


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De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 11/10/2009 17:51

23 de octubre
SAN ROMÁN,
(*)
Obispo de Rouen
(640 P.C)

   Poseemos  muy pocos datos seguros acerca de este obispo. Su padre, quien, según se dice, había sido convertido por San Remigio, pertenecía a una familia franca. Román fue enviado muy joven a la corte de Clotario II. A la muerte de Hidulfo (c. 530), fue elegido obispo de Rouen. Las reliquias de la idolatría no hicieron más que aguzar el celo del santo, quien convirtió a muchos infieles y destruyó los restos de un templo de Venus. Entre otros muchos milagros se cuenta que, durante una inundación del Sena, el santo se arrodilló a la orilla del agua, con un crucifijo en la mano y que las aguas se retiraron inmediatamente. San Román es particularmente famoso en Francia, debido al privilegio de la arquidiócesis de Rouen (que duró hasta la época de la Revolución) de poner en libertad a un condenado a muerte, en honor del santo, el día fiesta de la Ascensión. El capítulo solía enviar al parlamento de Rourn una orden de no proceder a las ejecuciones, dos meses antes de la fiesta; el día señalado, se condenaba a muerte al prisionero y en seguida se le ponía en libertad para que trasportase el relicario de San Román en la procesión solemne. El prisionero escuchaba dos exhortaciones y después se le comunicaba que había sido perdonado en honor de San Román. Según la leyenda, el hecho que originó tal privilegio, fue que San Román dio muerte a una enorme serpiente con la ayuda de un asesino, pero en ningún escrito ni biografía del santo, anteriores al siglo XIV, se menciona ese hecho. Lo más probable es que se haya introducido el privilegio de la liberación de un asesino como un símbolo de la Redención. Dicha costumbre recibía los nombres de "Privilege de la Fierté" y "Chasse de St, Romain". El santo murió alrededor del año 640.     


Respuesta  Mensaje 10 de 15 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 11/10/2009 17:51

23 de octubre
SAN IGNACIO,(*)
Patriarca de Constantinopla
(877 P.C.)

   San Ignacio era de ilustre cuna: su madre era hija del emperador Nicéforo y su padre, Miguel Rangabe, llegó a ser emperador. El reinado de Miguel fue de corta duración. En efecto, el año 813, fue depuesto en favor de Miguel el Armenio, y sus dos hijos fueron mutilados y encerrados en un monasterio. El más joven de los dos, Nicetas, tomó el nombre de Ignacio y se hizo monje. El abad de su monasterio le hizo sufrir mucho. Después de su ordenación de sacerdote fue elegido abad, a la muerte de su predecesor. El año 846, fue nombrado patriarca de Constantinopla. Sus virtudes brillaron espléndidamente en ese cargo; pero la libertad con que se opuso al vicio y reprendió a los pecadores públicos le atrajo una violenta persecución. El césar Bardas, tío del emperador Miguel III, fue acusado de incesto. En la Epifanía del año 857, Ignacio le rehusó la comunión públicamente. Bardas persuadió al emperador Miguel el Ebrio (tal apodo, aunque muy significativo, no es del todo justo) de que se deshiciese del patriarca. El emperador y su tío, ayudados por el obispo Gregorio de Siracusa inventaron diversas acusaciones, depusieron a Ignacio y le enviaron al desetierro.

   En realidad, no se trataba solamente de una venganza individual, sino de una lucha sorda entre dos partidos: por una parte, los miembros de la casa imperial y el clero de la corte, apoyados por la mayoría de los elementos moderados. Por otra parte, un grupo de rigoristas extremosos, que defendían "la independencia del poder religioso", encabezados por los monjes del monasterio de Studius. San Ignacio apoyaba a estos últimos y, por ello, fue desterrado a la isla de Terebintos. A pesar de lo que se dijo más tarde, el santo parece haber renunciado ahí al gobierno de su diócesis, aunque tal vez en forma condicional. Bardas nombró patriarca a un hombre de ciencia y talento excepcionales, llamado Focio. En la semana anterior a la Navidad del año 858, Focio, que era laico, tomó el hábito de monje y recibió sucesivamente las órdenes de lector, subdiácono, diácono, sacerdote y obispo. Cuando escribió al Papa Nicolás I para anunciarle su elección, éste envió a unos legados a Constantinopla para investigar el asunto.

   Las consecuencias de la encuesta, que fueron muy importantes, pertenecen más bien a la historia general de la Iglesia. Hagamos notar solamente que las investigaciones de los últimos cincuenta años han revelado la complejidad del asunto y han modificado, para bien o para mal, las conclusiones que se  habían aceptado durante muchos siglos. Antiguamente se creía que se trataba de un intento de Constantinopla de mantener tenazmente su independencia completa de Roma, encabezada por el archicismático Focio; actualmente, sabemos que fue en realidad un aspecto de una lucha de partidos político-eclesiásticos, en la que los partidarios de San Ignacio se mostraron tan rebeldes a la Santa Sede como Focio en sus peores momentos.

   Nueve años más tarde, en 867, el emperador Miguel III, quien había tomado parte el año anterior en el asesinato de Bardas, fue asesinado por Basilio el Macedonio, que se apoderó del trono. Basilio procedió a deponer a Focio de la sede patriarcal (que había de volver a ocupar diez años después) y llamó a San Ignacio del destierro para ganarse el apoyo de sus partidarios. Entonces, San Ignacio incitó a San Adriano II, quien había sucedido a Nicolás I en el trono pontificio, a convocar un concilio ecuménico. La reducida asamblea que se reunió en Constantinopla el año 869 fue el octavo Concilio Ecuménico y el cuarto de Constantinopla. Los Padres conciliares excomulgaron a Focio
y condenaron a sus partidarios, pero los trataron con bondad.

   En los años que le quedaban de vida, San Ignacio desempeñó los deberes de su oficio con celo y energía, aunque desgraciadamente no con la misma prudencia. En efecto, por irónico que parezca, el santo continuó la política de Focio respecto de la Santa Sede en la cuestión de la jurisdicción patriarcal sobre los búlgaros y llegó incluso a incitar al príncipe búlgaro, Boris, a expulsar a los sacerdotes y obispos latinos y a acoger a los que él le había enviado. Naturalmente, eso indignó al Papa Juan VIII, quien envió a unos legados para que amenazaran a Ignacio con la excomunión; pero San Ignacio murió el 23 de octubre del año 877, antes de que llegase la embajada a Constantinopla.

   La santidad personal de Ignacio, la valentía con que atacó los vicios de los más altos personajes y la paciencia con que soportó los sufrimientos que se le impusieron injustamente, le han merecido figurar en el Martirologio Romano. Los católicos latinos de Constantinopla, así como los bizantinos, tanto católicos como disidentes, celebran la fiesta de San Ignacio.     


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De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 11/10/2009 17:52

23 de octubre
SAN ALUCIO,(*)
Patrono de Pescia
( 1134 P.C.)

      San Alucio, patrono de Pescia de Toscana, era pastor. Debido al gran interés que se tomó por el hospital de Val di Nievole, fue nombrado director de él y se le considera como su segundo fundador. Más tarde, Alucio se dedicó a fundar albergues en los puertos y pasos peligrosos de las montañas y a otras obras de beneficencia pública, tales como la construcción de un puente sobre el Arno. Los jóvenes que formó para el servicio en los hospitales, recibieron el nombre de hermanos de San Alucio. Se cuentan muchos milagros del santo y a él se atribuye la reconciliación entre las ciudades enemigas de Ravena y Faenza. En 1182, cuarenta y ocho años después de la muerte de San Alucio, sus reliquias fueron trasladadas al hospital de Val di Nievole, que recibió su nombre. El culto del santo fue confirmado por Pío IX, quien concedió una misa propia para el día de su fiesta. 


Respuesta  Mensaje 12 de 15 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 11/10/2009 17:52

23 de octubre

SAN SERVANDO
y
SAN GERMÁN

Mártires

   San Servando y San Germán Fueron dos seglares martirizados en Cádiz, España, durante las persecuciones de Diocleciano. Se les paseó por la ciudad cargados de cadenas y luego fueron decapitados. Son los patronos de Cádiz.

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De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 11/10/2009 17:52

23 de octubre
BEATO JUAN BUONI,(*)
Religioso
( 1249 P.C.)

   No obstante su apellido, que es una abreviación de Buonomini, Juan no se distinguió por su piedad en la juventud. Cuando murió su padre, el joven partió de Mántua y empezó a ganarse la vida como actor en las cortes y palacios de Italia. No obstante las oraciones de su devota madre, Juan llevaba una vida licenciosa y alocada. En 1208, cuando tenía cerca de cuarenta años, una peligrosa enfermedad le puso a las puertas de la muerte. Interpretó aquello como una señal del cielo y cambió de vida en cuanto recobró la salud, como lo había prometido. Tales promesas son fáciles de hacer, pero menos fáciles de guardar. Juan abrió su corazón al obispo de Mántua, quien le aconsejó la vida eremítica. En un paraje de las cercanías de Cesena el beato se dedicó a domeñar su cuerpo en la soledad y a adquirir los hábitos de la devoción y la virtud. Pronto adquirió gran fama de santidad y se le reunieron algunos discípulos. Durante algún tiempo, el Beato Juan los dirigió según la inspiración del momento. Más tarde, construyeron una iglesia y la comunidad tomó una forma más definida. Inocencio IV les impuso la regla de San Agustín al aprobar la congregación.

   El Beato Juan recibió numerosas ilustraciones sobrenaturales en la oración y obró muchos milagros extraordinarios. Ni siquiera en su ancianidad aflojó en la mortificación: observaba tres cuaresmas cada año, en lo más crudo del invierno se vestía con telas muy ligeras, en su celda había tres lechos, de los cuales uno era malo, otro peor y el tercero pésimo. El demonio siguió tentándole violentamente hasta el fin de su vida. Por otra parte, no faltó quien le calumniase, pero la vida que llevaba el beato desmentía todas las acusaciones. El número de penitentes y personas que acudían a visitarle aumentó de tal modo, que Juan decidió huir secretamente. Después de haber caminado toda la noche, se encontró nuevamente, al amanecer, ante la puerta de su celda, en lo cual vio una manifestación de que la voluntad de Dios era que permaneciese allí. Murió en Mántua en 1249. Dios honró su sepulcro con numerosos milagros. La oongregación que había fundado no conservó mucho tiempo la independencia. Los "Boniti", como los llamaba el pueblo, llegaron a tener once conventos a los pocos años de la muerte de su fundador; pero en 1256 el Papa Alejandro IV los fundió con otras congregaciones en la orden de los ermitaños de San Agustín. Los frailes agustinos y los agustinos de la Asunción celebran la fiesta del Beato Juan Buoni, cuyo nombre fue incluido en el Martirologio Romano en 1672.


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De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 11/10/2009 17:53

23 de octubre

BEATO BARTOLOMÉ,(*)
Obispo de Vicenza
( 1271 P.C.)

   Bartolomé Breganza estudió en la Universidad de Padua. Alrededor del año de 1220, recibió el hábito de Santo Domingo de manos del propio fundador de la orden, en Vicenza, su ciudad natal. Ejerció con gran prudencia el cargo de prior en varios conventos. En 1233, predicando en Bolonia con el P. Juan de Vicenza, fundó la orden militar de los "Fratres Gaudentes", para la preservación de la paz y el orden públicos. La orden se extendió por varias ciudades de Italia y existió hasta el siglo XVIII. En la época del beato, el Cercano Oriente necesitaba con urgencia obispos santos a causa de los abusos de los cruzados; nada tiene, pues, de extraño que Bartolomé haya sido nombrado obispo de Chipre. El beato fue a visitar en Palestina a San Luis de Francia quien le acogió muy amistosamente y le invitó a ir a Francia. El beato Bartolomé aceptó la invitación algunos años más tarde, cuando fue enviado como legado pontificio a Inglaterra. Enrique III se hallaba entonces en Aquitania, a donde fue a verle el beato y después, le acompañó a París. En 1256, el Papa Alejandro IV trasladó a Bartolomé a la sede de Vicenza. Pronto se vio envuelto en dificultades con el violento y malvado jefe de los gibelinos, Ezzelino da Romano  quien le obligó a abandonar temporalmente su diócesis. A su vuelta, Bartolomé  se entregó con más energía que nunca a su grey, reconstruyó las iglesias que Ezzelino había destruido e hizo cuanto pudo por restablecer la paz entre las ciudades del Véneto. 

   Cuatro años antes de su muerte, el Beato Bartolomé asistió a la segunda traslación de las reliquias de Santo Domingo y pronunció con esa ocasión un panegírico. Dios le llamó a Sí el 1º de julio de 1271. El pueblo, que le veneraba mucho, empezó pronto a darle el título de beato. Su culto fue confirmado en 1793. 


Respuesta  Mensaje 15 de 15 en el tema 
De: GAVIOTA LIBERTAD Enviado: 11/10/2009 17:53

23 de octubre
BEATO GREGORIO CELLI,

Religioso

   El Beato Gregorio Calli nació en Verucchio en 1225. A los quince años vistió el hábito de los ermitaños de San Agustín. Diez años más tarde se retiró a la vida eremítica en el Monte Carneiro (en Rieti) donde permaneció hasta su muerte en 1343. El  culto por Gregorio Celli comenzó poco después de su muerte y fue confirmado por el Papa Clemente XIV en 1769.


Respuesta  Mensaje 16 de 15 en el tema 
De: ♥♥♥♥LEONCITA♥♥♥♥ Enviado: 02/01/2010 04:26
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