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El manso es suave y fuerte
¡Qué difícil es hoy hablar de esta virtud!, pero la mansedumbre tiene algo de suavidad y también mucho de fortaleza.
La mansedumbre es una actitud interior de dominio de sí mismo, es la virtud de los pacíficos. Es valentía sin violencia, fuerza sin dureza. Los pacíficos son contrarios a la guerra, la agresividad, la brutalidad y la crueldad, pero no son cobardes.
Nadie nace manso. Nos hacemos mansos conforme maduramos como personas y vamos adquiriendo unas virtudes poco comunes: paz, fortaleza y serenidad. No hay mejor manera de atraer y ablandar la dureza de los corazones ásperos que con la mansedumbre; la violencia y el mal carácter producen rechazo.
En oposición a los mansos y humildes están los soberbios de corazón. Son personas con una actitud de “yo soy mejor que tú” y miran a los demás por encima del hombro.
Son débiles que actúan con violencia para que no se descubra su debilidad, fruto de su inseguridad. Se muestran duros y dominantes, soberbios y llenos de sí mismos, alejados de todos, molestos tratando siempre de ocultar su debilidad.
A la persona mansa le adornan la paciencia, la bondad, el optimismo y la cordialidad, pero estas actitudes no significan pasividad o debilidad. La mansedumbre es la virtud de los fuertes que saben canalizar sus deseos, no para reprimirlos sino para ordenarlos y sacarles el verdadero provecho.
Para los padres de familia es un reto enseñar la mansedumbre, pero en un mundo que invita a la violencia es nuestro deber y debe empezar con un trato cortés en el hogar; hay que reprender sin rencor, discutir sin intolerancia, encarar la verdad sin resentimiento, ser amable y sin embargo no ser débil. Cuando uno no quiere dos no pelean. Debajo de una persona mansa hay una gran fuerza interior.
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