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RIMA XII
Porque son, niña, tus ojos verdes como el mar,
te quejas; verdes los tienen las náyades, verdes los tuvo Minerva, y
verdes son las pupilas de las hourís del
Profeta.
El verde es gala y ornato del bosque en la
primavera; entre sus siete colores brillante el Iris lo ostenta, las
esmeraldas son verdes; verde el color del que espera, y las ondas del
océano y el laurel de los poetas.
Es tu mejilla temprana rosa de escarcha
cubierta, en que el carmín de los pétalos se ve al través de las
perlas.
Y sin embargo, sé que te quejas porque tus
ojos crees que la afean, pues no lo creas.
Que parecen sus pupilas húmedas, verdes e
inquietas, tempranas hojas de almendro que al soplo del aire
tiemblan.
Es tu boca de rubíes purpúrea granada abierta
que en el estío convida a apagar la sed con
ella,
Y sin embargo, sé que te quejas porque tus
ojos crees que la afean, pues no lo creas.
Que parecen, si enojada tus pupilas centellean,
las olas del mar que rompen en las cantábricas
peñas.
Es tu frente que corona, crespo el oro en ancha
trenza, nevada cumbre en que el día su postrera luz
refleja.
Y sin embargo, sé que te quejas porque tus
ojos crees que la afean: pues no lo creas.
Que entre las rubias pestañas, junto a las
sienes semejan broches de esmeralda y oro que un blanco armiño
sujetan.
*
Porque son, niña, tus ojos verdes como el mar te
quejas; quizás, si negros o azules se tornasen, lo
sintieras.
Gustavo Adolfo Becquer
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