Si, Carlos, Príncipe de Viana, había nacido
para reinar
y sin embargo no reinó y de eso se encargó su padre,
personaje con una gran capacidad para crear conflictos
y que a pesar de que precisamente él no había
nacido para reinar, si reinó. Así es la vida.
Veamos, Carlos era hijo de la reina Blanca de Navarra
y del que luego fue Juan II de Aragón, por lo tanto heredero
de ambas coronas, pero como ya dije, no reinó.
¿De quién fue la culpa? como en todos los conflictos,
creo que a todos los integrantes en
el mismo les corresponde una parte:
A la madre, que en el afán de todas las madres de que
su marido y sus hijos se llevan bien, en muchas ocasiones
meten la pata y Blanca de Navarra la metió pues aunque
en su testamento nombraba heredero universal a su hijo
primogénito Carlos, le recomendaba que por el respeto
debido a su padre, no se coronara rey sin la bendición de este,
lo que nos demuestra que la pobre ni conocía bien a
su marido ni tampoco a su hijo.
Al padre, que en su afán de gobernar aun sin derecho ninguno,
vio el cielo abierto pues lo que menos tenía en mente
era darle la bendición a su hijo.
Al hijo, pues hay que reconocer que no era un príncipe
heredero al uso, no olvidemos que todo esto se desarrolla
hacia el año 1441 en que muere la reina y en esa época
lo que hacía ganar puntos a un heredero era que fuera
peleón y ambicioso por naturaleza y de ambas cosas andaba
escaso Carlos. De niño, en lugar de perseguir a gorrazos
a sus amigos, a los pajes, a las criadas, al perro y gato
y a todo ser que se moviera a su alrededor como
haría todo buen heredero, se dedicaba a estudiar
apartado de las luchas e intrigas palaciegas.
Quizás esto fuera lo que provocó la inquina que le tenía
su padre porque tengamos en cuenta lo que sentiría
cuando preparados para intervenir en una de aquellas
algaradas tan corrientes sus amigotes le preguntaran
¿dónde está tu hijo, no viene a luchar con nosotros? y
el padre tuviera que contestar, pues no, está en casa estudiando.
Las risotadas del grupo seguro que alertaban al enemigo
y al padre se le pondría la cara de un insano color granate.
Claro, hoy eso sonaría bien, que un hijo prefiera
quedarse estudiando a participar en algún evento sería
el deseo de todo padre, pero en aquella época
las cosas no funcionaban así.
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