Esta historia sucedió en la sala de un tribunal de una ciudad de
Francia. Un joven de unos dieciséis años acusado de robar un automóvil
está de pie ante el juez, esperando que este dicte sentencia. En una
silla cercana, su madre solloza. Unos minutos antes, el jefe de policía
había dicho que lo habían detenido en numerosas ocasiones por hurtar a
los vecinos, dañar sus casas y cometer varios actos de vandalismo. El
fiscal declaró que el joven delincuente había sido una molestia
constante para la gente de la ciudad, por lo que pedía una condena
ejemplar.
El juez de mirada severa lo observa fijamente por encima del borde
de sus anteojos, reprochando con implacables palabras al acusado, por
su irresponsable comportamiento. Le recuerda que el castigo va a ser
riguroso debido a su desordenada conducta. Las palabras salen como
látigos de su boca buscando humillar hasta lo más profundo al chico que
tiene ante sí.
Pero el joven no se inmutaba ante tan áspero regaño. Su actitud es
desfachatada y provocativa. Con mucho odio y desafiante, mira fijamente
los ojos de su interlocutor, y le dice:
-Usted no me infunde temor, sus palabras me dan risa…
El juez preso de la ira, lo mira y con un lenguaje burlón, le dice:
-El
único lenguaje que tú conoces es el encierro en la cárcel, a partir de
ahora estarás en ella durante un año y me encargaré personalmente de
que la pases lo peor posible.
El chico contesta:
-Mándeme donde
quiera y haga de mi lo que se le antoje. No me importa en lo más mínimo
lo que usted decida y sabe que lo odio, lo odio con todo mi corazón.
El ambiente en la sala se pone tenso. Los asistentes se miran unos a otros preocupados.
Una mujer exclama:
-¡Este
chico no tiene remedio! ¡Sr. Juez, condénelo de por vida, estas
personas no merecen vivir en sociedad! Otros lanzan insultos hacia el
joven, generando una situación muy violenta.
En ese momento el juez advierte que entre los presentes se encuentra
el director de una granja educativa para jóvenes delincuentes. Le
pregunta con tono de resignación:
-¿Qué opina de este muchacho?, Sr. Charles.
El
aludido caballero se acerca imponiendo seguridad y respeto. Su mirada
amable hace pensar que comprende y sabe mucho de chicos como este.
-Sr.
Juez, el corazón de este joven no es tan duro como parece. Tras esa
fachada de odio, de rencor, se ocultan todas esas miserias humanas, que
cada uno de nosotros llevamos en lo más hondo de nuestro ser. Es ahí
donde hay mucho temor debido a las profundas heridas que sufrimos
durante nuestra vida.
El Sr. Charles, siguió relatando su
experiencia. Este Joven, no ha tenido la oportunidad de cultivar su
intelecto, no ha estudiado, no ha conocido el amor de un padre, su
madre no se ocupó de él. Con sus pocos años siente que la vida y las
personas de su entorno lo han defraudado. No ha tenido un oído presto
para escuchar sus necesidades. Para él la vida no tiene sentido, vivir
o morir le da lo mismo.
El Juez, pregunta al Sr. Charles:
-¿Cree
usted que vale la pena darle una nueva oportunidad?, a lo que el Sr.
Charles le respondió, de inmediato: ¡Claro que sí! Él necesita
demostrar todo lo que vale.
El silencio en la sala, se
interrumpe al oírse un sollozo, todo miran creyendo que era su madre,
pero se equivocaron, el que llora ahora es el joven. Las palabras de
amor y comprensión del Sr. Charles llegaron a su corazón dolido y
quebrantado. Esta de pie, cabizbajo, su ojos llenos de lágrimas denotan
su arrepentimiento. Pasó muy rápidamente del odio y el resentimiento a
sentir una profunda paz en su interior.
El juez, pide un
cuarto intermedio y rápidamente pide reunirse con el fiscal y el jefe
de policía. Tras deliberar por un momento, el magistrado vuelve a la
sala y se dirige al Sr. Charles:
-Si usted considera que puede hacer algo positivo por este chico, dejaré en suspenso la sentencia y lo pondré en sus manos.
-Acepto, Sr. Juez, dijo con voz segura el Sr. Charles.
A
partir de ese momento el joven encontró en el Sr. Charles, el padre que
jamás conoció, la madre que jamás se ocupó de su vida y el amigo fiel
que jamás tuvo. Con mucha paciencia fue educado, protegido y cuidado.
Este gesto le sirvió para encontrar un propósito en su vida, descubrió
que existe la ética, la moral, el servicio y por sobre todo el amor.
Cualidades que hasta entonces para él no existían.
No todos encuentran a un Sr. Charles, minutos antes de una
sentencia, pero si puedes encontrar a Dios siempre que estés dispuesto
a darte otra oportunidad, siempre que estés dispuesto a entregarle tu
vida para que Él la transforme. Si en tu hogar no consigues tener una
familia que te cuide y te brinde amor, no lo busques en las drogas, en
el odio a tus semejantes, porque lo único que lograrás es ser condenado
por la justicia y la sociedad.
“Las personas no están privadas de la libertad por sus delitos, sino por la falta de cariño y de amor de su familia”