Cada año, mi cumpleaños seguía el mismo ritual. Mi madre venía a verme,
aquel día de otoño y cuando abría la puerta la encontraba parada
en el umbral sobre un montón de hojas secas que el viento arrastraba hasta la grada.
Por lo general era un día frío, y ella siempre se presentaba con un
regalo de cumpleaños debajo del brazo, algo pequeño precioso
que hacía tiempo necesitaba, algo que no sabía que me hacía falta.
Entonces abría el regalo con gran cuidado, y luego lo guardaba
junto con mis tesoros más preciados, pues para mí los obsequios frágiles
son aquéllos que vienen de la mano de una madre.
Si mamá pudiera visitarme hoy en mi cumpleaños,
la traería al calor de la cocina, tomaríamos una taza de té y contemplaríamos
las hojas chocar con la fuerza del viento contra nuestra ventana.
No tendría prisa en desenvolver mi regalo, porque hoy sabría que ya lo había abierto
al verla en el umbral de la puerta con su dulce y amorosa sonrisa,
parada sobre un montón de hojas secas...
Exodo 20:12 Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Dios, te da.
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