¡Señor! Cuando me encierro en mí, no existe nada: ni
tu cielo ni tus montes, ni tus vientos y tus mares; ni tu sol, ni
la lluvia de estrellas. Ni existen los demás ni existes Tú, ni
existo yo.
Y una oscura soledad me envuelve, y no veo nada y no oigo
nada.
Cúrame, Señor, cúrame por dentro, como a los ciegos, mudos y
leprosos, que te presentaban.
Yo me presento. Cúrame el corazón, de donde sale, lo que otros
padecen y donde llevo mudo y reprimido el amor tuyo, que les
debo.
Despiértame, Señor, de este coma profundo, que es amarme por
encima de todo.
Que yo vuelva a ver a verte, a verles, a ver tus cosas a ver
tu vida, a ver tus hijos....
Y que empiece a hablar, como los niños, -balbuceando-, las
dos palabras más redondas de la vida: ¡PADRE NUESTRO!