Como casi todas las emociones negativas
y los miedos producen
un estado de inmovilidad.
Los más frecuentes en estos tiempos
tienen que ver con la inestabilidad,
la ruina y la pérdida del trabajo: avatares
sobre los cuales difícilmente
podamos ejercer algún control.
Sí podemos ahuyentar el miedo
reemplazándolo por un pensamiento
constructivo o por el convencimiento
de que aquello que tememos no
se producirá.
Llegado el momento, los problemas
deben enfrentarse con serenidad,
porque el pánico impide razonar y,
en consecuencia, actuar.
Mucha gente que ha pasado
por experiencias similares
reconoce que la catástrofe
tan temida resultó menos
terrible en la
realidad de lo que imaginaba.
En circunstancias límites,
desarrollan anticuerpos
contra la parálisis del miedo
y estuvieron en condiciones de defenderse.
Si la fe y la confianza se
unen a nuestra voluntad de acción,
siempre
podremos rehacer la historia de nuestros días.
La confianza además suele
tener efectos altamente positivos:
nos impulsa a
protagonizar lo que
deseamos. Si una madre tranquila
transmite seguridad
a su hijo, éste
recordará cumplir con las normas
de tránsito y evitará dar ese paso
alocado que puede llevarlo al desastre.
Si imaginamos nuestra propicia
felicidad como si estuviéramos
viéndola en una pantalla,
es muy posible que la
transformemos en realidad.
También
podemos transmitir buenas ondas
a quienes nos rodean.
Como escribió el poeta uruguayo
Mario Benedetti :
"Quiero que me relates tu último optimismo,
yo te ofrezco mi última confianza"