La Abeja y Los Zanganos A tratar de un gravísimo negocio se juntaron los zánganos un día. Cada cual varios medios discurría para disimular su inútil ocio; y, por librarse de tan fea nota a vista de los otros animales, aun el más perezoso y más idiota quería, bien o mal, hacer panales.
Más como el trabajar les era duro, y el enjambre inexperto no estaba muy seguro de rematar la empresa con acierto, intentaron salir de aquel apuro con acudir a una colmena vieja, y sacar el cadáver de una abeja muy hábil en su tiempo y laboriosa; hacerla, con la pompa más honrosa, unas grandes exequias funerales, y susurrar elogios inmortales de lo ingeniosa que era en labrar dulce miel y blanda cera.
Con esto se alababan tan ufanos, que una abeja les dijo por despique: «¿No trabajáis más que eso? Pues, hermanos, jamás equivaldrá vuestro zumbido a una gota de miel que yo fabrique».
¡Cuántos pasar por sabios han querido con citar a los muertos que lo han sido! ¡Y qué pomposamente que los citan! Mas pregunto yo ahora: ¿los imitan?
Fácilmente se luce con citar y elogiar a los hombres grandes de la Antigüedad; el mérito está en imitarlos
Tomás de Iriarte
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