Presenciar.
La esencia de cualquier forma de meditación es prestar atención pasiva, relajada. Es un estado abierto de consciencia, una "expansión para incluir" y un "permanecer en contacto" en un nivel de sentimiento con todo lo que se esté presenciando. Pertenece al hemisferio cerebral derecho, lo que la hace más femenino y menos masculino. Permite que el objeto que se presencia sea tal como es... y sentirlo. Es lo contrario de la concentración, es la diferencia entre devanarse los sesos para encontrar el nombre de una flor y simplemente permitirnos disfrutar el olor de su presencia y de su fragancia.
Al mismo tiempo que prestamos atención relajada, sin crítica, a todo lo que presenciamos, también somos conscientes de nosotros mismos como un testigo, como si el punto desde el cual estamos presenciando se hallase a medio camino entre nosotros mismos y la flor. El efecto de presenciar es expandir nuestra consciencia "poniéndonos fuera de nosotros mismos", contrarrestando la tensión y la contracción de la consciencia que acompaña al hecho de estar preocupados con nuestros problemas.
El meditador, sentado o en movimiento, simplemente presencia su propio proceso de pensamiento sin llegar a implicarse en el pensar. Los pensamientos llegarán: las preocupaciones emergerán a la superficie y buscarán arrastrarnos a un estado de inquietud; los recuerdos tratarán de hacernos caer en la añoranza del pasado; los pensamientos sobre nuestros compromisos y programas nos atraerán hacia pensar en el futuro y en todas las cosas que tenemos que hacer. También las emociones y las pasiones nos intentarán arrastrar, pero el meditador se siente firme, como el observador sobre la colina, observando el ir y el venir de un modo indiferente y distante.
Al principio, hasta que cojamos el truco (que es todo lo que es la meditación), perderemos el espacio de testigo repetidas veces cuando un pensamiento logre seducirnos fuera de él, y unos minutos más tarde encontraremos que nos hemos perdido al seguir una línea de pensamiento. De modo que tendremos que regresar para presenciar una y otra vez, sin culparnos, o más bien, incluyendo en nuestro espacio de testigo la parte de nosotros mismos que se impacienta con estos vacíos de consciencia y desinterés.
La meditación llega a ser más fácil con la práctica. Recordemos que meditar es romper un hábito de toda una vida de dejarnos arrastrar hacia donde nos llevan nuestros pensamientos y sentimientos. La meditación es como entrenar a un animal: se necesita tiempo, paciencia y delicadeza antes de que la bestia capte el mensaje de que ahora tiene un amo y no puede hacer lo que quiera.
Las meditaciones que se basan en presenciar son las más difíciles para permanecer en ellas pues las recompensas (tranquilidad, paz, dicha) sólo llegan con una persistencia tenaz que no sea vencida por el aburrimiento, por las molestias, y el deseo de estar en cualquier otra parte que no donde se está, siendo atormentado por la propia mente de uno/a.