La vida es un proceso de maduración
constante.
De niños somos unos seres
plenamente dependientes de nuestros
padres, pero conforme vamos creciendo
vamos siendo cada vez más
independientes en todos
los sentidos.
Este proceso de independencia está
íntimamente unido a
nuestra madurez.
Como todos sabemos llegar a ser
una adulto no depende sólo del paso
del tiempo. No es una cuestión de edad,
puesto que todos conocemos personas
con edad adulta pero que siguen siendo
niños en la mayoría de sus
comportamientos, y en el caso contrario
también conocemos niños que han
madurado prematuramente,
por las circunstancias que les han
tocado vivir, y que siguen
comportamientos de adulto.
Existen una serie de características
que distinguen a un adulto
de un niño.
Fundamentalmente se trata de una
cuestión de responsabilidad.
El adulto es plenamente
responsable
de todos sus actos, de sus decisiones
tanto erróneas como acertadas.
El adulto no debe tener miedo de
sus fantasmas, de sus deseos,
de sus sueños,
de sus poderes, de su personalidad
o de su propia sexualidad.
La persona adulta no se siente en
deuda con nadie, ni piensa que nadie
le debe nada a él. Está cómoda con
el espacio que los demás le han
reservado, con los límites que los
demás le imponen y que ella
impone a los demás.
El ser adulto se siente libre y
satisfecho de sus actos. No le importa
romper las reglas que otros han
intentado imponerle como
únicamente válidas.
Sabe transgredir todo aquello que
piensa que no es justo o lícito.
Actúa libremente aceptando libremente
los límites lógicos de su libertad:
la de los demás.
El adulto valora su integridad pero
no trata de imponerla a los demás.
El adulto rechaza las quejas inútiles
o los lloriqueos porque sabe que no le
aportan nada, que es una pérdida de
tiempo y de energía. Sabe afrontar
cualquier problema con serenidad,
porque sabe que el verdadero poder
está únicamente
en su mano.
No intenta poner excusas fáciles que
le permitan escabullirse de
sus responsabilidades. No espera la
ayuda de los demás, aunque si esta
se produce sabe reconocerla
y agradecerla.
El adulto puede aceptar valorar
cualquier pensamiento que se le
presente. Cualquier actividad o
percepción de esta vida es flexible,
mutable, adaptable. No es rígido ni
inflexible ni con los demás ni
consigo mismo.
Está abierto a nuevas experiencias,
a nuevas opiniones y todas son
igualmente respetables por él,
aunque unas las comparta
y otras no.
El ser adulto también vive con
benevolencia sus propios errores.
Se permite un margen para no ser
perfecto, para equivocarse,
para rectificar.
Sabe que no es perfecto ni competente
en todos los campos.
Admite sus equivocaciones sin que
esto le cause dolor.
El adulto debe estar dispuesto al
cambio, en el amplio sentido de la palabra.
La realidad es cambiante y todo,
incluidas las circunstancias personales
de cada uno, son susceptibles de
ser cambiadas.
El ser adulto ama la vida,
ama a los
demás y, como no, también sabe
amarse a sí mismo.
Desconozco Autor
|