Dios está en todas partes, es inmenso y está cerca de todos,
según atestigua de sí mismo: Yo soy -dice- un Dios cercano,
no lejano. El Dios que buscamos no está lejos de nosotros,
ya que está dentro de nosotros, si somos dignos de esta
presencia. Habita en nosotros como el alma en el cuerpo,
a condición de que seamos miembros sanos de él, de que
estemos muertos al pecado. Entonces habita verdaderamente
en nosotros aquel que ha dicho: Habitaré en medio de ellos y
andaré entre ellos. Si somos dignos de que él esté en nosotros,
entonces somos realmente vivificados por él, como miembros
vivos suyos: Pues en él -como dice el Apóstol-
vivimos, nos movemos y existimos.