Rosario en Honor a Nuestra Señora de las Lágrimas.
Oración inicial:
¡Oh Jesús Crucificado! postrado a tus pies te ofrecemos las lágrimas de tu Madre Santísima que te acompañó con ardiente y compasivo amor en el doloroso camino de la Cruz, concédenos. ¡Oh buen Maestro! que sigamos de todo corazón las enseñanzas que por medio de sus lágrimas nos ha dado para que, cumpliendo su santísima voluntad en la tierra, nos hagamos dignos del honor de alabarte en el Cielo por toda la eternidad Amé
· Meditación del Primer Dolor.
· Después, en las cuentas del Padre Nuestro se dice:
V: ¡Oh Jesús, mira las lágrimas de sangre de quién tanto te amó en la tierra!
Responde: ¡Y que te ama ahora aún más ardientemente en el cielo!
· En las cuentas del Ave María se dirá, por siete veces (en honor a cada uno de los 7 dolores):
V: ¡Oh Jesús!, oye nuestras oraciones.
Responder: ¡Por las lágrimas de sangre de tu Santísima Madre!
· Se continúa con la meditación de los demás dolores de la misma forma.
· Al terminar se dice tres veces:
V: ¡Oh Jesús, mira las lágrimas de sangre de quién tanto te amo en la tierra!
Responder: ¡Y que te ama ahora aún más ardientemente en el cielo!
Meditación de los siete Dolores de María Santísima
Primer Dolor
La aflicción que causó a su tierno corazón la profecía del anciano Simeón, cuando le dijo: “¡Y a ti misma, una espada te atravesará el alma!” (Lucas, 2:35).
Madre mía, por el dolor que tuviste al presentar al Templo a tu Divino Hijo, cuando Simeón te profetizo que una espada de dolor traspasaría tu corazón, te ruego me concedas purificar el mío en la penitencia para que puedas presentarlo a Dios en la Eternidad.
Amadísima Madre, concédeme la virtud de la humildad y el don de la sabiduría
(1 Ave María).
Segundo Dolor
La angustia que padeció su sensibilísimo corazón, en la huída y permaneció en Egipto, porque Herodes quería matar al niño (Mt, 2:13-15).
Madre mía, por el dolor que tuviste huyendo a Egipto con tu Hijo, dígnate concederme el firme y constante propósito de huir de las ocasiones de pecar.
Amadísima Madre, concédeme la virtud de la liberalidad, principalmente con los pobres y el don del entendimiento
(1 Ave María).
Tercer Dolor
Las congojas que experimentó su solísimo corazón, en la pérdida de su Hijo Jesús (Lc., 2:41-50).
Madre mía, por el dolor que tuviste al perder al Niño Jesús en el templo, concédeme que cuando yo lo pierda desgraciadamente por el pecado, lo busque con empeño y dolor hasta encontrarlo en el Santísimo Sacramento.
Amadísima Madre, concédeme la virtud de la castidad y el don del consejo.
(1 Ave María).
Cuarto Dolor.
La consternación que sintió su maternal corazón al encontrar a su Hijo Jesús, llevando la cruz a cuestas (Lc., 23:27ss).
Por el dolor que tuviste, Madre mía, al ver a tu Divino Hijo cargando con la cruz que le pusieron mis pecados, dame tu gracia para no hacer mas pesada la carga de mi Jesús con nuevas culpas.
Amadísima Madre, concédeme la virtud de la paciencia y el don de la fortaleza
(1 Ave María).
Quinto Dolor
El martirio de su generoso corazón asistiendo a su Hijo Jesús en la agonía. (Juan, 19:25-27).
Por el dolor que te causó la crucifixión de tu Divino Hijo, concédeme Madre mía, que venza mis pasiones y acepte, por amor a Cristo, las cruces que se digne enviarme; dame gracias para sufrirlas con paciencia y resignación.
Amadísima Madre, concédeme la virtud de la templanza y el don de la ciencia.
(1 Ave María).
Sexto Dolor
La herida que sufrió su piadoso corazón, en la lanzada que abrió el costado de su Hijo (Juan, 19:31-37).
Madre mía, por el inmenso dolor que te causó recibir en tus santos brazos el Cuerpo exánime de tu Hijo Divino, concédeme, te lo ruego, que cuando se digne venir a mi corazón, lo reciba yo con las debidas disposiciones y que jamás lo profane comulgando indignamente.
Amadísima Madre, concédeme la virtud de la caridad y el don de la piedad.
(1 Ave María).
Séptimo Dolor
El desconsuelo y desamparo que sufrió su amantísimo corazón en la sepultura de su Hijo Jesús (Juan, 19:38-41).
Madre mía, por el dolor que sufriste cuando tu Divino Hijo fue sepultado, concédeme la gracia de que no muera yo sin antes haber sepultado en el abismo de una buena confesión hasta el último de mis pecados, para que seas Tú, mi amorosísima Madre, quién me conduzca ante la infinita misericordia de tu Hijo Jesús. Amadísima Madre, concédeme la virtud de la diligencia y el don del santo temor de Dios.
(1 Ave María).