¡Qué sed tengo de
ti! Eres la fuente
que corre cristalina ante mis ojos,
y son inútiles mis
brazos flojos
para hacer que se tuerza la
corriente.
Inútilmente domo mis
antojos,
y trato de olvidarte inútilmente:
sueña mi mente con tu tersa
frente
y con el vino de tus labios
rojos.
¿Qué daño habré
hecho yo, que en mi camino
todo me llega tarde? Si es mi sino
cargar el
fardo de mi vida trunca,
¡que no te vuelva a
ver! Yo te lo pido
por Dios… ¡Cuánto mejor hubiera sido
que no te hubiera
conocido nunca!