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TANGO
DEL VIUDO
Oh
Maligna, ya habrás hallado la carta, ya habrás llorado de furia, y habrás
insultado el recuerdo de mi madre llamándola pena podrida y madre de
perros, ya habrás bebido sola, solitaria, el té del atardecer mirando
mis viejos zapatos vacíos para siempre, y ya no podrás recordar, mis
enfermedades, mis sueños nocturnos, mis comidas sin maldecirme en voz alta
como si estuviera allí aún, quejándome del tròpico, de los coolies
coringhis, de las venenosas fiebres que me hicieron tanto daño y de los
espantosos ingleses que odio todavía.
Maligna, la verdad, qué noche tan
grande, qué tierra tan sola! He llegado otra vez a los dormitorios
solitarios, a almorzar en los restaurantes comida fría, y otra vez tiro
al suelo los pantalones y las camisas, no hay perchas en mi habitación, ni
retratos de nadie en las paredes. Cuánta sombra de la que hay en mi alma
daría por recobrarte, y qué amenazadores me parecen los nombres de los
meses, y la palabra invierno qué sonido de tambor lúgubre
tiene.
Enterrado junto al cocotero hallarás más tarde el cuchillo que
escondí allí por temor de que me mataras, y ahora repentinamente quisiera
oler su acero de cocina acostumbrado al peso de tu mano y al brillo de tu
pie: bajo la humedad de la tierra, entre las sordas raíces, de los
lenguajes humanos el pobre sólo sabría tu nombre, y la espesa tierra no
comprende tu nombre hecho de impenetrables substancias divinas.
Así
como me aflige pensar en el claro día de tus piernas recostadas como
detenidas y duras aguas solares, y la golondrina que durmiendo y volando vive
en tus ojos, y el perro de furia que asilas en el corazòn, así también veo
las muertes que están entre nosotros desde ahora, y respiro en el aire la
ceniza y lo destruido, el largo, solitario espacio que me rodea para
siempre.
Daría este viento del mar gigante por tu brusca
respiración oída en largas noches sin mezcla de olvido, uniéndose a la
atmòsfera como el látigo a la piel del caballo. Y por oírte orinar, en la
oscuridad, en el fondo de la casa, como vertiendo una miel delgada, trémula,
argentina, obstinada, cuántas veces entregaría este coro de sombras que
poseo, y el ruido de espadas inútiles que se oye en mi alma, y la paloma
de sangre que está solitaria en mi frente llamando cosas desaparecidas,
seres desaparecidos, substancias extrañamente inseparables y
perdidas.
Pablo
Neruda
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