LA
SOMBRA INQUIETA
Flor,
flor de la raza mía, Sombra Inquieta, ¡qué dulce y terrible tu
evocación! El perfil de éxtasis, llama la silueta, las sienes de nardo,
l'habla de canción.
Cabellera luenga de cálido manto, pupilas de
ruego, pecho vibrador; ojos hondos para albergar más llanto; pecho fino
donde taladrar mejor.
Por suave, por alta, por bella, ¡precita! fatal
siete veces; fatal, ¡pobrecita!, por la honda mirada y el hondo
pensar.
¡Ay!, quien te condene, vea tu belleza, mire el mundo amargo,
mida tu tristeza, ¡y en rubor cubierto rompa a
sollozar!
**
¡Cuánto río y fuente de cuenca colmada, cuánta
generosa y fresca merced de aguas, para nuestra boca socarrada! ¡Y el
alma, la huérfana, muriendo de sed!
Jadeante de sed, loca de
infinito, muerta de amargura la tuya en clamor, dijo su ansia inmensa
por plegaria y grito: ¡Agar desde el vasto yermo abrasador!
Y para
abrevarte largo, largo, largo, Cristo dio a tu cuerpo silencio y
letargo, y lo apegó a su ancho caño saciador...
El que en maldecir tu
duda se apure, que puesta la mano sobre el pecho juré; "Mi fe no conoce
zozobra, Señor."
** Y ahora que su planta no quiebra la grama de
nuestros senderos, y en el caminar notamos que falta, tremolante
llama, su forma, pintando de luz el solar,
cuantos la quisimos abajo,
apeguemos la boca a la tierra, y a su corazón, vaso de cenizas dulces,
musitemos esta formidable interrogación:
¿Hay arriba tanta leche azul
de lunas, tanta luz gloriosa de blondos estíos, tanta insigne y honda
virtud de ablución
que limpien, que laven, que albeen las
brunas manos que sangraron con garfios y en ríos, ¡oh Muerta!, la carne
de tu
corazón?
Gabriela
Mistral
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