LUNA DE NOVIEMBRE
Miró el fuego que se contorsionaba en espirales anaranjadas, rizadas por el viento. A sus espaldas, el rumor del mar la inquietaba.
Se arrastró sobre la arena hasta quedar frente a la extensión ondeante que la noche ocultaba...
Nunca le había gustado sentir el mar a sus espaldas.
Ahora, se sintió un poco mejor, con el fuego entre ambos.
"El fuego anula el poder del agua", pensó. "El agua es superior al fuego, puede apagarlo, deshacerlo... pero su poder sobre el alma es menor. Por ejemplo, ahora mismo, allí está el mar... oculto por las sombras... Y aunque su sonido me sobresalta como un hechizo que me sometiera..."
Sin darse cuenta había hablado en voz alta. Miró a su alrededor con cierta alarma... pero no... no había nadie cerca, estaba sola.
Puso algunas ramas en el fuego y el cascabeleo de las pequeñas chispas que saltaron por el aire la tranquilizaron.
"Basta tan poco..." se decía, " para sentirnos seguros... un sonido familiar, una palabra, el calor del fuego..."
Pero es mas que el calor... el fuego entra en nosotros por los ojos. Su fuerza nos llega cuando lo miramos. Entonces es cuando nos contagiamos con toda su energía.
Miró el fuego recortado contra el invisible mar, que sin embargo no dejaba de hacerse presente con el sordo rodar de sus aguas, el fuego tan silencioso y brillante, como un corazón de luz latiendo junto al suyo...
"Esa es la diferencia... el mar en cambio, invisible, late como un corazón contrario al mío, una fuerza helada que en cada reflujo trata de arrastrar un poco de mi fuerza.."
Sobre las cumbres de los cerros, hacia el Este, un resplandor blanquecino aclaró las nubes que la niebla del mar hacía crecer en torno a las islas desparramadas frente a la costa. Poco a poco la luna subió sobre el mar, salpicándolo de reflejos quebrados.
Se arrebujó en la manta y puso mas ramas en el fuego.
Desde tiempos sin memoria los seres humanos perdidos en medio de la noche, encendieron una fogata y se protegieron con ella contra el miedo.
Observó la luna llena, blanca, metálica y fría, casi temible. Qué lenta cruzaba el cielo !
Salvo el mar todo estaba callado. Incluso sus pensamientos se habían hecho mudos, sin palabras, o tal vez susurrados, pero tan levemente, que ya no los oía...
Se tendió de lado junto al fuego.
Viejas historias de niños pastores que habían quedado ciegos por dormir bajo la luz traidora de la luna, la hicieron cubrirse los ojos con una punta de la manta.
Trató de concentrarse y dejar que el sueño suba desde sus venas, desde el cansancio de sus miembros, hasta su cerebro en ebullición.
Paulatinamente los rumores del mar y los de su pulso se confundieron, se acoplaron... el suelo huyó bajo su cuerpo como si una gigantesca mano hubiera dejado escapar uno a uno los granos de arena sobre los que se había tendido... sintió que flotaba sobre un gran vacío...
Pasó una ráfaga de viento.
Del fuego quedaban apenas algunas brazas pálidas y grises...
La luna estaba sobre ella y desde su semisueño una parte de sí misma, en lo hondo de su corazón, una parte quizás encendida por el fuego, intentó despertar.
Pero el peso de la luna le impidió abrir los ojos y un sopor insuperable la abatió desde el cielo.
El amanecer dibujó su línea de luz contra el horizonte y el alba gris iluminó la superficie de las aguas, la pleamar que cubría toda la playa, por un instante aplacada, quieta y como tomando aliento antes de empezar a retirarse, llevándose su nueva presa, aguas adentro.
autor: Jacqueline Sellan Bodin