El Padre no te pide otro regalo
si no que no veas en toda la creación
más que la esplendorosa gloria del regalo
que El te ha dado.
Contempla a Su Hijo, Su regalo pefecto,
para siempre y al que
la ha sido dada la creación,
como si fuese suya.
Y como él la tiene, tu también la tienes,
y allá donde esté él he ahí tu paz.
La quietud que te rodea habita en él
y de esa quietud nacen los sueños felices
en los que, inocentes,
juntáis vuestras manos.
No son manos que se agarran
en sueños de dolor.
No blanden espadas, pues han dejado
su poder en todas las ilusiones
vanas de este mundo.
Y ahora, vacías reciben, en cambio, la mano
de su hermano en el se encuentra la
culminación.
|