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LAS
PLUMAS DE AGUILLA
El
uno era alto, fuerte, competitivo, de todos los de su edad era el que más
corría, el que mejor montaba a caballo y el más certero con el arco. El otro, en
cambio era más tranquilo, de formas suaves, le gustaba ayudar a su madre y
pasear sólo por el bosque perdido en sus ensoñaciones. Los demás chicos se
burlaban a veces de él diciendo que parecía una chica, que nunca llegaría a ser
un guerrero. Él a ninguna de estas provocaciones contestaba. Sabía que *hay
muchos tipos distintos de valor*. Llegó el día en el que tenían que pasar la
prueba y convertirse en guerreros. La prueba era sencilla pero difícil: tenían
cuatro lunas para irse del poblado y volver con plumas de águila. Si no lo
conseguían serían tratados como niños, no serían tenidos en cuenta pues habrían
demostrado no tener coraje.
Algunos habían recibido graves heridas al enfrentarse a
esta prueba otros incluso habían muerto. Se marcharon, el mayor corriendo
rápidamente y el pequeño andando con su paso tranquilo como si fuera uno más de
los muchos paseos que acostumbraba a dar por el bosque.
El
primero arrancó unas ramas, con una piedra las fue desbastando, hizo fuego y se
construyó un arco rudimentario y unas flechas con las que cazar pequeños
animales para comer. Su hermano también recogió ramas con las que se construyó
un pequeña refugio donde guarecerse y recogió bayas y raíces para
comer.
Hecho
esto se fueron cada cual por un lado a explorar el bosque por el lado de los
riscos a ver si veían águilas, no había muchas
últimamente.
Vieron un ejemplar magnifico y el mayor se apresuró a
ponerle una trampa con un conejo que había cazado. Lo puso sobre un arbusto y se
escondió debajo para cuando el águila viniese a comer arrancarle las plumas de
la cola con los dientes mientras le sujetaba las peligrosas garras con las manos
y las interponía entre él y el afilado pico.
Pero
no resultó nada bien, el águila, dándose cuenta de la estratagema, le atacó y
tuvo que salir corriendo y refugiarse herido en una grieta entre dos piedras.
Rabioso cogió su arco y cuando el águila volvía a atacarle, apuntó, esperó hasta
tenerla bien cerca y le atravesó en un ala.
Rápidamente le pisó el cuello y le arrancó un par de
plumas. ¡Esto es para que aprendas! Su hermano que había contemplado la
escena desde lejos corrió a ayudarle pero cuando llegó todo había terminado.
Sintió una gran pena por el águila ahí tirada y se acercó, aún vivía. Fue a
socorrerla, a ver si la podía curar, pero ésta no se dejaba, y mal herida le
tiraba feroces picotazos así que se quitó su ropa y se la echó encima a modo de
red. Con cuidado la inmovilizó, le arrancó la flecha y como pudo vendó la herida
con jirones de su ropa. Fue a buscar agua y plantas medicinales para prevenir la
infección.
Estuvo las cuatro lunas cuidándola, velándola, ganándose
su confianza con afecto hasta que ella le permitió darle de comer al pico y no
sólo dejarle la comida delante y separarse. Ya tenía que regresar, su hermano
hacía mucho que había regresado. Pero él no se atrevía a dejar sola a su amiga
aún herida, no hasta que estuviera recuperada del todo. Y justo antes de
vencerse el plazo para la tarea encomendada, la llevó al borde del barranco y le
suplicó: “tienes que volar, venga, yo tengo que volver ya y no podré si no sé
que tú estás bien… ¡vuela!”
El
águila extendió sus alas y se lanzó al vacío, al principio cayó como una piedra
pero luego se elevó y empezó a trazar majestuosos círculos en el
cielo.
-
Misión cumplida, -pensó- es hora de regresar.
Cuando llegó al poblado todos lo vieron venir… sin las
plumas. Se reunieron ante el jefe que debería pronunciar el veredicto, estaba
claro, diría que no era lo suficientemente valiente como para ser considerado
guerrero.
Estaban todos allí, en silencio, expectantes. El jefe
salió de su tienda y poniéndose delante de él le
preguntó:
-
“¿Dónde están tus plumas de águila?”
Arriba, muy alto en el cielo se oyó el grito del águila
que nuestro protagonista había curado. Éste al verla y reconocerla se envolvió
una manta en el brazo derecho, puso la mano sobre la cabeza y la
llamó.
-
“Aquí están mis plumas” dijo mientras el águila se posaba mansamente en su
brazo.
D/A
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